XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
El leproso agradecido
Los textos litúrgicos de este domingo, especialmente el del leproso agradecido (Lc
17, 11-19), nos introducen plenamente en el tema de la gratuidad como gran valor
de la fe cristiana que nos permite experimentar la salvación también en el aquí y
ahora de nuestra historia. Tanto Pablo como Lucas reflejan el don de la salvación,
por medio de la fe en Jesucristo y en su Evangelio.
Pablo invita a Timoteo a hacer memoria del gran acontecimiento del Evangelio (2
Tim 5,8-13). El anuncio de Jesucristo, el Señor Resucitado, es el centro de todo el
mensaje paulino. Estamos a las puertas de la celebración del día del Domund en la
Iglesia católica, el día de la propagación de la fe. En este contexto se ha celebrado
en Bolivia durante semana el II Congreso misionero nacional de seminaristas, que
ha reunido en Cochabamba a unos doscientos seminaristas de Bolivia, para avivar
el carácter misionero de la vida eclesial especialmente entre los sacerdotes y los
candidatos a serlo.
En nuestro mundo resuena hoy también la palabra del apóstol, al recordar a todos
los cristianos perseguidos en el mundo y a todos los que sufren de una manera u
otra. No podemos olvidar a los 79 muertos en Pakistán de hace unas dos semanas
ni la persecución cruenta que los cristianos viven en 23 países islámicos. Tampoco
olvidamos a las víctimas que, escapando de la miseria de África, ayer sucumbieron
en el cementerio del Mediterráneo, una vez más, en Lampedusa. Tampoco pasamos
por alto lo que se ha revelado en España en esta semana, a saber, que en España
hay un total de cuatrocientos mil millonarios (en Euros), de los cuales el 30% se
han hecho tales en plena crisis económica, durante el pasado año, es decir, cuando
tres millones de españoles han caído en la miseria más profunda y seis millones
están en desempleo forzoso.
Ante todas estas realidades los creyentes tenemos que recordar como Pablo su
evangelio, que no es otro que el anuncio de Cristo Resucitado. Utilizando un tiempo
verbal que no tenemos en castellano, el participio de perfecto griego, esta carta
resalta el estado y el efecto permanente del Resucitado como resultado del
acontecimiento de la resurrección de Cristo, un hecho que ya ha ocurrido en la
historia y que ha conseguido la salvación para el género humano. Este anuncio es
la causa del sufrimiento de Pablo y de su persecución hasta estar en la cárcel, pero
él sigue proclamando con una fuerza extraordinaria que la palabra de Dios no está
encadenada, y por medio de esa palabra se accede a la salvación conseguida ya por
Cristo.
Al preparar el día del Domund hemos de tomar conciencia de que nuestra palabra,
una palabra solidaria con todos los que sufren y con todas las víctimas, y
especialmente si ésta va acompañada del sufrimiento por la causa del Evangelio, es
una palabra que comunica la presencia del Resucitado, y hace partícipes a los
creyentes en el misterio de Cristo. Para ello el autor de la carta utiliza una serie de
términos sumamente significativos que expresan la íntima unión con Cristo por
parte de los creyentes. Algunos de ellos son exclusivos de Pablo y contienen su
prefijo preposicional favorito (en griego sun- equivalente en castellano a con-), para
manifestar que la fe es comunión profunda con Cristo al com-partir su muerte y su
vida, al resistir firmes frente al mal para com-partir con él su Reino. La vida y el
reinado de Cristo en nosotros triunfará si somos capaces de morir con él y enterrar
todos los males e injusticias de nuestro corazón y de nuestro mundo, si sabemos
enfrentarnos con firmeza y con convicción a los desafíos del tiempo presente. Pero
hemos de ser conscientes también de que la victoria está ganada por Cristo en su
resurrección y de que él nos ha hecho partícipes de ella. Ése es el Evangelio. Por
eso nosotros tenemos capacidad para enfrentarnos a todos los males, sobre todo,
al de la injusticia de la humanidad que agrandando el abismo entre los ricos y los
pobres provoca las muertes del Mediterráneo, la muerte silenciosa de las
hambrunas del mundo y el progresivo empobrecimiento de la inmensa mayoría de
la población. Pero el único instrumento para esta lucha contra el mal no es el uso
de la violencia, sino la fuerza de la palabra convincente, la que procede del
Evangelio, la que nada ni nadie puede someter, porque la palabra de Dios no está
encadenada. Y además tenemos la certeza de que, aunque nosotros fallemos y
seamos infieles, Cristo Resucitado permanece fiel y el efecto de su gracia en
nosotros sigue vigente, tanto en Pablo como en los creyentes y testigos del
Evangelio de toda la historia. Conocer este mensaje es abrir caminos de esperanza
y de salvación entre nosotros y en nuestro mundo.
Por su parte, el relato evangélico del milagro acontecido en el encuentro de Jesús
con los leprosos revela aspectos esenciales de la fe que verdaderamente lleva a la
experiencia de la salvación (Lc 17, 11-19); el más sobresaliente es la gratuidad,
como experiencia de gratitud y de agradecimiento en la vida humana. La fe se
presenta aquí como encuentro personal y confiado con Jesús que transforma y
libera a la persona humana. Pero la salvación sólo se produce cuando desde la fe se
reconoce el verdadero origen de la liberación y se agradece a Dios dicha
intervención histórica.
En el camino a Jerusalén, destino de la vida de Jesús, en la frontera de Samaría y
Galilea, diez leprosos reclaman la atención y compasión de Jesús. Además de la
enfermedad física relativa a cualquier afección cutánea, denominada generalmente
lepra, aquellos hombres padecían la enfermedad aún peor de la marginación y de la
exclusión social y religiosa. Sólo a distancia pueden dirigirse a Jesús implorando su
misericordia, y él los envía a los sacerdotes, como instancia religiosa y pública que
puede rehabilitarlos como personas dignas de la convivencia una vez producida la
curación. Lucas da a entender que Jesús es portador de una palabra curativa de
todo mal y liberadora de la marginación.
La fe es, pues, en primer lugar, encuentro con Jesús desde la fragilidad humana. Es
un encuentro confiado que orienta a las personas a actuar según la palabra de
Jesús. Y cuando esto se lleva a cabo se empieza a experimentar la maravilla de la
transformación de la persona en virtud de aquel encuentro confiado. Esto es lo que
le ocurre a los diez hombres leprosos que se encuentran con Jesús según narra
exclusivamente el evangelio de Lucas. Todos ellos experimentaron la intervención
primera y curativa de Jesús a través de su palabra. Sin embargo, no todos ellos
percibieron su sentido más profundo, ni experimentaron la salvación. A ello dedica
Lucas la segunda parte del relato, en la que se narra cómo uno de los leprosos, un
samaritano para más inri, es decir, un extranjero, se vuelve para dar gracias a
Jesús y a Dios por lo acontecido. El milagro se relata siguiendo los parámetros de la
curación de Naamán, el sirio leproso, narrada en 2 Re 5,10-17, que anuncia el
carácter universal de la salvación, a la que Lucas también se refiere en el texto
programático de la sinagoga de Nazaret (Lc 4,16-30). De este modo, un forastero
se presenta como modelo de fe frente a los judíos. La fe auténtica, la que lleva a la
experiencia de la salvación, requiere el reconocimiento personal e ineludible del
origen de la curación de la enfermedad y de la palabra liberadora y rehabilitadora
de la vida que se hace visible y público en la acción de gracias. Sin esta última
dimensión no hay una experiencia de salvación. La experiencia de fe se manifiesta
de forma gozosa en el agradecimiento a Dios. Por eso la gratuidad, que expresa el
sentimiento personal de gratitud y lo celebra en la acción de gracias a Dios, es la
nota sobresaliente de la fe plena.
La fe que salva es un tema recurrente en Lucas (la pecadora pública en Lc 7,50; la
hemorroísa en Lc 8,49; el leproso samaritano en Lc 17,19; y el ciego de Jericó en
Lc 18,42). El milagro del leproso samaritano en el encuentro con Jesús revela la
insuficiencia de una fe meramente interesada o de una fe reducida a la
contemplación de milagros. Reconocer el don de la intervención de Dios en nuestra
vida lleva a la gratitud por el don de la salvación. Quien no da gracias nunca,
aunque haya sido curado, no experimenta la alegría de la salvación. Hacer memoria
de Jesús y darle gracias por su palabra, por su fidelidad y por salir a nuestro
encuentro es necesario para gozar y disfrutar la alegría de los redimidos. La
Eucaristía, memorial de Cristo muerto y resucitado, es el momento privilegiado de
la acción de gracias entre cristianos, que nos debe impulsar, como al leproso que
ha experimentado la salvación, a proclamar en alta voz la gloria de Dios en Cristo y
en su palabra que cura y puede salvarnos.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura