CICLO C
TIEMPO PASCUAL
V DOMINGO
Seguimos profundizando en el significado y en las consecuencias de la resurrección
de Cristo. No fue solamente que Jesús, “crucificado, muerto y sepultado”, volviera a
la vida. Es mucho más. Para Él y para todos los que, a lo largo de los siglos,
creyeran en Él. Cristo resucitó como cabeza. Fue el primero de todos. Los que a lo
largo de la historia crean en Él y le sigan, participan de su triunfo sobre el mal, el
pecado y la muerte. Más aún, participan del bien, de la gracia y de la vida del Señor
Resucitado.
Este acontecimiento no es un milagro cualquiera del pasado, que podría resultar
indiferente para nosotros. Es un salto cualitativo hacia una nueva vida, hacia un
mundo nuevo. Su fuerza entra ya en este mundo y es capaz de transformarlo. “Es
el mayor evento de la historia de la salvación y, más aún, podemos decir que en la
historia de la humanidad, puesto que da sentido definitivo al mundo” (Juan Pablo
II). Así la segunda lectura nos anuncia “un cielo nuevo y una tierra nueva”. Y
a￱ade: “Ya no habrá muerte, ni luto ni llanto ni dolor. Porque el primer mundo ha
pasado. Y el que estaba sentado en el trono dijo: ahora hago el universo nuevo”.
Cristo, Dios verdadero y hombre verdadero, experimentó las limitaciones y las
penalidades humanas. Como un hombre cualquiera. Si decimos que Dios ha
nacido, podemos decir con toda verdad que Dios ha muerto. Dios toca la muerte y
la miseria humana. Así Cristo-Dios vence realmente al mal y a la muerte. Nos hace
partícipes de su inmortalidad y de su divinidad, como consecuencia del admirable
trueque (oración sobre las ofrendas): Dios toma la naturaleza humana para que el
hombre participe de la naturaleza divina.
La fuerza vital del Resucitado llega a nosotros. Por la fe y el bautismo, estamos
injertados en Él: Del Resucitado nos llega la savia, la gracia, la vida de Dios. De Él
recibimos su ser de Hijo: somos hijos de Dios. Y Dios es amor en su ser mismo y
en su actuar. Dios sólo sabe ser amor y sólo sabe ser padre. Nos mira siempre “con
amor de padre” (oraci￳n colecta).
Hoy el Evangelio nos recuerda cómo el Señor nos dio el mandamiento nuevo del
amor: “que os améis unos a otros como yo os he amado”. San Juan en su primera
carta nos dice: “amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que
ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios,
porque Dios es amor” (4, 7-8). Partícipes por la gracia de este su ser divino,
nuestra vida ha de ser “manifestaci￳n y testimonio de esta verdad” (oraci￳n sobre
las ofrendas). Hemos de vivir, ya desde ahora, la novedad de la vida eterna
(oración después de la comunión).
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado,
nos dice el Señor en el evangelio. El que dice que ama a Dios a quien no ve y no
ama a su prójimo a quien ve es un mentiroso (1Jn 4, 20-21). Amor a Dios y amor
al prójimo son inseparables. Amor no de palabra y de boca, sino de verdad y con
obras. Es la señal de los seguidores de Cristo. Este es el distintivo cristiano: la fe
que actúa por el amor. Porque sólo el amor es digno de fe.
También este mandamiento de Cristo es un mandamiento pascual: “Sabemos que
hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. El que no
ama permanece en la muerte” (1 Jn 3, 14). Así llegaremos a ser en verdad
“hombres pascuales: creyentes y testigos de la resurrecci￳n de Cristo” (Juan Pablo
II).
MARIANO ESTEBAN CARO