VIGESIMO NOVENO DOMINGO ORDINARIO C
(Éxodo 17:8-13; II Timoteo 3:14-4:2; Lucas 18:1-8)
Fue un tiempo del libertinaje metiéndose en la Iglesia. Doctrinas falsas
multiplicaron. Los mayores prelados tuvieron que advertir a los menores que
mantuvieran la fe. ¿De qué época estamos hablando? ¿El siglo dieciséis cuando
algunos papas vivían como príncipes y reformadores como Martín Lutero
fulminaban con sus excesos? No, esto no es el tiempo tenido en cuenta aquí. Más
bien pensamos en la segunda parte del primer siglo – posiblemente sólo una
generación pero más probable dos generaciones después de la muerte de Jesús. La
Segunda Carta a Timoteo, de que leemos hoy, se dirige a estas cuestiones
amenazantes.
El autor recuerda a Timoteo de su crianza. Como judío leía mucho las Escrituras, lo
que nosotros llamamos el Antiguo Testamento. Las historias de Abraham, Moisés, y
los demás lo dejaron con una fe tan firme como un roble. Ya sabe bien de la
esperanza que había tenido el pueblo Israel y cómo Jesús la cumplió. Nosotros
tenemos las mismas Escrituras, pero agregadas con las obras del Nuevo
Testamento, para guiarnos a nuestro destino. Nos aseguran que siguiendo su
sabiduría vamos a alcanzar la vida eterna con Dios.
Pero no estamos seguros que nuestros niños puedan navegar sanamente a este fin.
Vemos corrientes contrarios que pueden llevárselos al naufragio. Uno de estas
tendencias es la fascinación con el yo por el uso de computadoras. En vez de
relacionarse con sus compañeros, los niños hoy parecen más contentos con sus
juegos de computadora. Sí, tienen amigos -- a veces centenares – pero en muchos
casos los amigos viven en otros lugares de modo que quieran impresionarlos con
imágenes fantásticas del yo en Facebook más que presentárselos como personas
ordinarias con una mezcla de defectos y virtudes. Y por supuesto, sigue fuerte la
auto-estimulación por la pornografía del Internet. Hay indicaciones que peligros
semejantes quedan como el motivo de la carta a Timoteo. En la Iglesia antigua se
metió la idea que Jesús había liberado a la gente de sus pecados de modo que la
única cosa necesaria fuera profesar su nombre. Con este modo de pensar no
importa lo que hace la persona – sea mentir o aun asesinar – con tal de que diga
“Jesús”.
En la lectura se le aconseja a Timoteo que ocupe las Escrituras -- la palabra de Dios
-- para corregir tales errores. Tiene que recordarles, por ejemplo, que Jesús no
quitó los Diez Mandamientos sino los profundizó con la necesidad que se cumplieran
con el amor. Eso es, para Jesús no es suficiente que no codiciemos los bienes del
otro sino que debamos amarlo como a nosotros mismos. De alguna manera
tenemos que compenetrar nuestro ambiente con la conciencia de ambos
Testamentos para superar los retos sumamente egoístas de hoy. Podemos cumplir
esta tarea por reflexionar como familia sobre las lecturas de la misa dominical.
Otro modo es ocupar los juegos de tarjetas para cada día del año con versículos de
la Escritura que sirven como oraciones antes de comer.
La hermana Thea Bowman era una religiosa franciscana que murió prematuramente
hace veinte y tres años. Ella contaba de su niñez como negra en el sur de los
Estados Unidos. Decía que había conocido a muchos ancianos que podían citar una
Escritura aunque no sabían cómo leer. Los describía cómo teniendo Escrituras para
todas las instancias de la vida: para enseñarte, para premiarte, para amenazarte, y
para alabarte. La gente entonces aceptó la Biblia como el foro en las tinieblas, el
instrumento más seguro para guiarle a la salvación. No es inimaginable que
recuperemos algo de la práctica. Es lo que la carta a Timoteo insiste cuando dice
que se aproveche de la palabra en tiempo y en destiempo. No se puede desistir
porque sólo la palabra contiene la verdad que nos inclina a ser hijos e hijas justos
de Dios.
“Palabras, palabras, palabras: estoy tan harta de palabras” – cuenta una canción de
Broadway. Sí, las palabras dichas sin la verdad no valen nada. Pero no es así con
la palabra de Dios. Nos habló Su palabra para indicar nuestro destino y
asegurarnos de Su ayuda. Últimamente Su palabra tomó carne y apareció entre
nosotros para ser nuestro foro en tinieblas. Es Jesús que nos guía a la vida eterna.
Es Jesús.
Padre Carmelo Mele, O.P