XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO C
Ex 17, 8-13; Sal 120; 2Tm 3, 14-4,2; Lc 18, 1-8
Y Les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin
desfallecer. "Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni respetaba a los
hombres. Había en aquella ciudad una viuda que, acudiendo a él, le dijo: "¡Hazme
justicia contra mi adversario!" Durante mucho tiempo no quiso, pero después se
dijo a sí mismo: "Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda
me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a
importunarme." Dijo, pues, el Señor: "Oíd lo que dice el juez injusto; y Dios, ¿no
hará justicia a esperar? Os digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo
del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?"
La semana anterior el evangelio nos presentaba al samaritano leproso que
regresaba ante Jesús no solamente para darle las gracias por la curación recibida,
sino porque reconoció a Cristo como Señor, como el verdadero maestro. Tanto el
evangelio, como la segunda lectura, están enmarcados en un contexto escatológico,
insisten en la oración y en el mantenernos firmes.
Podemos dar dos grandes ideas que emanan de las lecturas de este domingo. La
primera de ellas es la necesidad de la constancia: ᆱ…hazme justicia contra mi
adversario…ᄏ. Muchos pasajes de los evangelios sinópticos, tratan sobre este
requerimiento a Cristo por medio de la oración, incluso San Pablo nos invita
concretamente a orar con insistencia. Esta insistencia en la oración significa, que la
oración debe realizarse con constancia y la fidelidad de creer que Dios es fiel a sus
promesas. El Evangelio tiene una finalidad bien concreta, señalada por el mismo
evangelista: ᆱ…Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre
sin desanimarse, les propuso esta parábola…ᄏ, si aquella pobre viuda pudo
conseguir que el juez inicuo la escuchara por sus insistentes ruegos, con mucha
mayor razón Dios escuchará, a sus hijos cuando le claman justicia.
Es comprensible, que los creyentes-católicos, muchas veces sientan en carne propia
el peso de la injusticia, de la persecución, y, entonces, surja en su interior cierto
resentimiento, o en algunos casos sed de justicia. Ante esta situación, el evangelio
expresa claramente que sólo el juez puede hacer justicia y que nadie puede hacerse
de ese derecho, por cuenta propia. Pero ello no significa que el creyente se quede
con los brazos cruzados, el evangelio de hoy remarca la necesidad de orar
insistentemente, en una actitud confiada. Cuantos cristianos, se desaniman casi
inmediatamente cuando al recurrir a Dios, en la oración, y pedirle que les conceda
algún bien, al no verse beneficiados abandona la oración. Tantas veces este
abandonar la oración, se traduce en un no creer en el Dios de Jesucristo.
El creyente, que deja de orar cae fácilmente en manos del enemigo, en las sutilezas
que el demonio presenta, sobre todo interpelándonos e interpretándonos nuestra
vida como manifestación del desamor de Dios para con nosotros; llevando al
hombre, de esta manera, a prácticas de creencias mágicas, y de tantos otros
sucedáneos, que el mundo moderno propone para dejar de lado todo aquello que
pueda ser sufrimiento. San Juan Crisóstomo nos dice: ᆱ…Admite, pues, con gusto
las exhortaciones del Señor: debes querer lo que manda y debes no querer lo que
el mismo Señor prohíbe. Considera, finalmente, cuánta es la gracia que se te
concede: tratar con Dios por la oración y pedir todo lo que deseas. Y aunque el
Señor calla en cuanto a la palabra, responde con los beneficios. No desdeña lo que
le pides, no se hastía sino cuando callas…ᄏ (San Juan Crisóstomo, Hom. sobre S.
Mateo, 15).
Es importante señalar, que la oración insistente, que lleva al abandono confiado y
total en la paternidad de Dios, no está dirigida a un Dios impersonal, lejano de
nuestra vida. La oración, es la vivencia concreta en la vida del creyente de
participar de la vida y de los bienes de Dios Padre. Podríamos al respecto
mencionar las palabras que le dirige el padre al hijo mayor en la parábola del hijo
pródigo: ᆱ…hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo…ᄏ. En este
sentido, tantas veces los cristianos no viven su oración, como una unión a Dios
Padre, que se nos ha revelado en Jesucristo, porque su misma vida cristiana, la
viven como una pertenencia formal a la Iglesia, como una adhesión doctrinal a
Cristo, pero en su interior no se sienten hijos del Padre Misericordioso. El creyente
–el cristiano-, es uno que ha nacido a una nueva vida en Cristo, y por eso a
semejanza de Cristo, que siempre oraba a su Padre en la oración. Es así que la
oración del Padre Nuestro comienza: Padre.
Dios es un Padre Providente, que atiende a sus hijos; así se nos invita que en la
oración no dejemos de confiar en el Señor, porque Él nos asistirá en cada momento
de nuestra vida. Al respecto dice el Papa Francisco: ᆱ…en la parábola de la viuda
que iba al juez corrupto, quien no la oía, no quería oírla; pero ella era tan
inoportuna, molestaba tanto, que al final, para alejarla de manera que no le diera
demasiadas molestias, hizo justicia, lo que ella pedía. Esto nos hace pensar en
nuestra oración. ¿Cómo oramos nosotros? ¿Oramos así por costumbre,
piadosamente, pero tranquilos, o nos ponemos con valentía ante el Señor para
pedir la gracia, para pedir aquello por quién rogamos?. La actitud es importante,
porque una oración que no sea valiente no es una verdadera oración. Cuando se
reza se necesita el valor de tener confianza en que el Señor nos escucha, el valor
de llamar a la puerta. El Señor lo dice, porque quien pide recibe, y quien busca
encuentra, y a quien llama se le abrirá…ᄏ (Papa Francisco, Misa en Santa Marta, 10
de octubre de 2013).
El Beato Papa Juan Pablo II dijo: ᆱ…La pregunta, con la que Jesús concluye la
parábola sobre la necesidad de orar "siempre sin desanimarse" (Lc. 18, 1), sacude
nuestra alma. Es una pregunta a la que no sigue una respuesta; en efecto, quiere
interpelar a cada persona, a cada comunidad eclesial y a cada generación humana.
La respuesta debe darla cada uno de nosotros. Cristo quiere recordarnos que la
existencia del hombre está orientada al encuentro con Dios; pero, precisamente
desde esta perspectiva, se pregunta si a su vuelta encontrará almas dispuestas a
esperarlo, para entrar con Él en la casa del Padre. Por eso dice a todos: “Velad,
pues, porque no sabéis ni el día ni la hora" (Mt 25, 13)…ᄏ (Homilía del Santo Padre
Juan Pablo II, 21 de octubre de 2001). Estimados hermanos, oremos sin
desfallecer, con constancia, no para que Dios haga lo que le pedimos sino
primeramente entremos en comunión con Él.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar