Comentario al evangelio del Viernes 25 de Octubre del 2013
Dice Jesús: “Si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el
tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer?”
Los contemporáneos de Jesús no saben interpretar sus palabras y milagros como el signo de que ha
llegado el reino de Dios. Juzgan desde sus propios criterios y tienen los ojos cerrados a los signos de
los tiempos.
Cristo quiere que escrutemos el tiempo, y el tiempo para Él consiste en que con su venida hemos
llegado a la plenitud: «la plenitud de los tiempos”. Es una plenitud real, no imaginaria, que no hay que
confundir con el fin del mundo, sino con la manifestación más clara y plena del amor de Dios por los
hombres. El primer acto de amor de Dios al hombre ha sido la creación.
¿Puede el hombre pedir algo más? Lo inteligente en el hombre es ser consciente del tiempo en que vive
y saber decir cada día: «gracias, Padre Dios, por tu amor tan presente y cercano».
Hoy es un buen día para contemplar sin más el amor de Dios que se nos manifiesta en los más
pequeños, en los que necesitan comprensión, una caricia. Como sabiamente decía una amiga mía: Nos
podemos equivocar en muchas cosas en nuestra vida, pero en lo que nunca nos equivocamos es si
hacemos el bien a quien necesita ayuda. Ella decía con mucha convicción: “el que ayuda a un pobre no
se equivoca”.
Siguiendo el texto del evangelio de hoy nos dice Jesús: “Cuando te diriges al tribunal con el que te
pone pleito, haz lo posible por llegar a un acuerdo con él, mientras vais de camino”.
Esta comparación ilustra la urgente necesidad de reconciliarse con Dios antes de que llegue el juicio y
al mismo tiempo la importancia de esta reconciliación entre las personas. El perdón que doy al
hermano es el perdón que Dios me da a mí. Sólo el perdón nos lleva a la paz.
En la primera lectura san Pablo nos confía con gran sinceridad sus experiencias en la lucha por seguir a
Jesús cada día y nos dice: “El bien que quiero hacer no lo hago; el mal que no quiero hacer, eso es lo
que hago”. Él sabe por propia experiencia que sólo la misericordia nos abre a la esperanza:
“¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo presa de la muerte? Dios, por medio de nuestro
Señor Jesucristo, y le doy gracias”.
Carlos Latorre
Misionero Claretiano
Carlos Latorre