XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Pautas para la homilía
Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido
Dos figuras de orantes en el evangelio.
Las figuras del fariseo y del publicano que presenta Jesús pueden ser consideradas
como una síntesis del sentimiento religioso y de lo que constituye la auténtica
actitud religiosa: Aparece la contraposición de dos actitudes que vienen a recoger la
radicalidad del mensaje de Jesús; también pueden aparecer dos criterios
antagónicos, de los hombres y de Dios, reflejados habitualmente por los
evangelistas cuando hablan de la justicia, del ayuno, del amor o del culto.
En ambos personajes podremos descubrir sus rasgos de fidelidad, coherencia y
esfuerzo para el cumplimiento de las normas que exigen sus compromisos con la
sociedad y la religión. En el fondo de sus conciencias rigen unos principios o
criterios que les llevan a consecuencias radicalmente diferenciadas.
El fariseo: Seguridad en sí mismo, cargado de obras buenas, limosnas ayunos y
oraciones que le llevan sinceramente a dar gracias a Dios. Convencido de lo que
dice, con “orgullo” santo, diferente a los demás hombres; santidad distinguida,
rígida y legalista, al que no se puede hablar de conversión, porque eso es para los
pecadores. Hipocresía fina, que no es capaz de descubrir la vanidad y ceguera de su
mentalidad y comportamientos. Es la figura del fariseo de todos los tiempos, que
late también en nuestra propia personalidad.
El publicano: Aprovecha su puesto oficial, al servicio de Roma, para enriquecerse
con la extorsión de los pobres. No rezador; cuando entra al templo descubre que su
vida exige un cambio radical, y quisiera iniciar un estilo nuevo; se presenta como
es, sin traje de fiesta y ante Dios, manifestando su situación interior. Salió
justificado, no por el comportamiento anterior, sino por el cambio que está
dispuesto a inyectar en su trayectoria personal.
La humildad y sus variantes.
Muchos han hecho de su falsa humildad la máscara que oculte su vanidad. En la
vida aparecen dos clases de falsa-humildad: Una estratégica (ante los demás para
arrancar una alabanza no conseguida de otra forma), otra sincera, pero perjudicial
(de quien se menos-precia a sí mismo) por desconocer sus cualidades, dones y
talentos naturales o adquiridos.
¿Qué será la verdadera humildad? Digamos que no hay que hacer nada para ser
humilde, sino reconocer que “soy lo que soy”, sin más. No hace falta hablar del
tema; basta con rechazar cualquier orgullo, vanidad, jactancia, vanagloria,
soberbia, altivez, arrogancia, impertinencia... ¡casi nada! recordando, por otra parte
también, que la humildad no es solo “la verdad”, sino “andar en verdad”, es decir
conocer la verdad de lo que uno es y buscar a diario ese conocimiento
personalizado de sí mismo.
Cuanto se violente la verdad, por defecto o por exceso, se aleja uno de la humildad.
Se trata de descubrir nuestras auténticas posibilidades (dones de naturaleza y
gracia) con sus propias limitaciones humanas; ni superiores ni inferiores que otros,
sino lo que seamos en verdad para valorarlo con acierto y responsabilidad, en las
relaciones interpersonales: Un conocimiento en totalidad, para el que necesitamos
la ayuda de Dios y del prójimo.
Trayectoria de San Pablo.
San Pablo cambió su trayectoria de vida cuando descubrió a Jesús camino de
Damasco. Es modelo de generosidad y entrega a la causa del evangelio tras su
conversión del mismo modo que lo fuera antes persiguiendo a los cristianos; los
rasgos de su identidad aparecen perfilados lo mismo en su trayectoria farisaica que
cuando apeló al Cesar para ser juzgado por su condición judía.
Constancia y fidelidad, entrega y compromiso que le acarrean persecuciones y
fatigas sin límite; considera basura el resto de atractivos terrenales ante la figura
de Cristo que le llama a ser testigo de su vida, muerte y resurrección en el mundo
entero. Pudo decir que “por la gracia de Dios soy lo que soy”; nosotros ¿nos
atreveremos a repetirlo de veras?
En la vida práctica
a.- Grandeza de ser humildes. Aceptemos que la humildad no alude a
comportamientos o actuaciones, a cuanto tenemos o hagamos, sino a modos
de ser, actitudes, esa identidad continuada que siempre nos acompaña:
Aquello que permanece inscrito en lo más íntimo del ser humano-
sobrenaturalizado.
b.- Esperanza del caminar desde abajo. Atreverse a vivir el evangelio
implica hacernos preguntas elementales, para ser respondidas por nosotros
mismos: ¿Quién soy? ¿Objetivos de mi vida? ¿Qué representa para mí
Jesucristo, o declararme cristiano?
c.- Necesidad de discurrir en verdad , y coherencia para re-conocer mejor
cómo somos, en la complejidad de facetas de la vida afectiva íntima, familiar,
social, evangelizadora.
d.- Gratitud por la ayuda de Dios. La oración, fuente de perdón y de paz
habitual, será ayuda eficaz para orientar nuestra comunión con Dios y el
prójimo, viviendo el futuro con esperanza y caridad fraterna.
Fray Manuel González de la Fuente
Valladolid
Con permiso de: dominicos.org