Ciclo C: XXIX Domingo del Tiempo Ordinario
Pedro Guillén Goñi, C.M.
El evangelio de San Lucas del día de hoy nos muestra una parábola para inculcar en
nuestra vida la importancia de la oración como encuentro interpersonal con Dios. La
idea que expresa es muy clara: una viuda, símbolo del desamparo y de la
discriminación en Israel, pide insistentemente justicia a un juez sin escrúpulos.
Tanto insiste que éste, para quitársela de en medio, acaba ocupándose y
preocupándose de su causa. Con mayor razón, Dios que no es un juez injusto,
estará siempre atento al grito de los débiles. Él hará justicia sin tardar.
Esta parábola es un canto a la confianza, tenacidad y perseverancia que debemos
dar a nuestra relación con Dios por medio de la oración. Nuestra comunicación con
Dios debe ser con espíritu y actitud filial, confiando en la bondad de nuestro Padre-
Dios que nos va a conceder aquello que considere necesario para nuestro
crecimiento espiritual. La oración es como el oxígeno para nuestro cuerpo. Es
atención y concentración a la llamada de Dios, a la llamada de los demás, a los
signos que aparecen en nuestra vida. Es atención vigilante que nos ayuda a
mantener despierta la conciencia ante las dificultades y las amenazas del mundo.
La oración nos orienta hacia una sensibilización profunda con los demás; hacia un
compromiso de amor y entrega. Nos ayuda a no dejarnos sorprender por la
tentación y la prueba. Nos despierta para ver el peligro y luchar contra él.
Vivimos momentos de dispersión, aridez, oscuridad y vacío. La oración vence
nuestros miedos interiores, encauza nuestra vida para relativizar los
acontecimientos transitorios y salir fortalecidos hacia horizontes nuevos. Por eso
hay que orar, para descubrir al Señor en la raíz de nuestra vida, conocernos mejor
y reforzar nuestra respuesta con signos de madurez. Una oración de alabanza por
lo que somos y tenemos, de súplica para paliar nuestras propias limitaciones y de
acción de gracias como reconocimiento a la bondad, ternura y misericordia de Dios.
La oración no consiste, prioritariamente, en repetir fórmulas aprendidas. Es un
ejercicio creativo y perseverante que nos hace mirarnos a nosotros mismos en
sinceridad y profundidad desde el encuentro personal y confiado con el Señor que
permanece a nuestro lado como consejero y ayuda.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)