Ciclo C: XXIX Domingo del Tiempo Ordinario
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos amigos y amigas
Sin fe no hay oración y sin oración no hay fe, es una de las enseñanzas de la
parábola sobre el juez inicuo, que nos trae el evangelio de hoy (Lc 18, 1-8). Jesús
la inventa para explicarnos que tenemos que orar siempre y sin desanimarnos. De
paso nos hace ver, en un breve retrato costumbrista, que el problema de los malos
jueces es muy viejo y se da cuando quien detenta el poder no teme a Dios ni el
hombre le merece respeto alguno. ¿Se podrá hacer algo en un caso así? Sin duda.
¡Cuántos casos se resuelven cuando se denuncia y acusa repetidamente,
insistentemente, a través de canales de resonancia pública (RTV y Redes sociales,
especialmente) y con la no-violencia activa!
Lo importante es insistir, perseverar, no cansarse, pues uno tiende a dejar las
cosas y abandonar sus justos reclamos, por cansancio y aburrimiento. Uno se cansa
y aburre de tener que ir una y otra vez a las citaciones, de pasar de ventanilla en
ventanilla (de Pilato a Herodes, y de Herodes a Pilato). Pero quien persevera, logra
al fin su propósito. ¡Es lo que pasa con Dios y con quien le presenta su necesidad!,
dice Jesús. Si hasta un juez injusto termina por hacer justicia, muy a pesar suyo, a
quien persevera en la petición, cuánto más el Dios que es justo acogerá las
oraciones perseverantes de quienes ama. El problema es que no somos
perseverantes en nuestra oración, y quizá tampoco somos humildes y confiados, ni
caritativos con el prójimo, condición esencial para que Dios nos escuche (Mt 5,23;
Mc 11,25) ni oramos juntos, en familia, que es la garantía de la eficacia de la
oración (Mt 18, 19-20).
La fe es la otra cosa esencial que nos falta cuando nos ponemos a orar. Fe en que
Dios nos escucha siempre y acoge nuestra súplica. Fe en nosotros mismos, aun
juzgándonos indignos de que Dios nos escuche. Fe en la bondad de la causa por la
que oramos (salud, trabajo, etc.). De estas tres faltas de fe, pareciera que la más
general y la que mejor explica nuestra poca perseverancia en la oración, es la
primera. Nos cuesta creer que Dios escuche y acoja siempre nuestra oración
cuando tantas veces le hemos rezado sin respuesta aparente,.. Y sin embargo es
cierto. Nos escucha y acoge siempre, sólo que Su respuesta puede no ser tan
inmediata ni tan igual que lo que esperamos… Por eso, no nos pongamos a orar
como por si acaso a Dios se le ocurre atendernos. Sería una ofensa a Dios, que
hace justicia sin tardar.
¿Por qué Dios, que es bueno y sabe lo que necesitamos antes de que se lo
pidamos, nos pide orar y orar siempre? ¿Por qué no nos lo da antes de hablar o a
las primeras de cambio? Justamente por eso, porque es nuestro Padre bueno,
quien, como tal, quiere entrar en comunicación con sus hijos. Orar no es un toma y
daca, como se dice. Dios no es una contestadora automática. Es nuestro padre-
madre que desea pasar un rato con sus hijos. Sin prisas ni presiones. Pongámonos
en su presencia y hablémosle (oremos) con amor y confianza, hasta que Él quiera.
Él tiene su hora y sabrá cuándo darnos la bendición que esperamos. No nos
cansemos de pedir y de esperar…
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)