Ciclo C: XXIX Domingo del Tiempo Ordinario
Julio César Villalobos, C.M.
De verdad, ¿tenemos Fe?
En una parroquia lejos de la ciudad, hubo una pareja de esposos que les sorprendió
la actitud de un niño: le vieron dar vueltas por los interiores de esa parroquia con
un ramo de flores y con un rosario luminoso en la mano. La pregunta cayó por su
propio peso: ¿a quién buscas?, ¿en qué podemos ayudar? La respuesta inocente y
buena de aquel niño fue: busco a Dios, porque me han dicho que está aquí (y
señalaba el templo). Aquellos esposos fueron al encargado de las llaves del templo
para pedirle que lo abra. ¿Saben que hizo el niño cuando le abrieron el templo?
Entró caminando de rodillas y con lágrimas en los ojos se acercó al sagrario.
Aquellos esposos y aquel cuidador no sabían qué decir, sólo acompañaban
discretamente al niño que atinó en dejarle flores y su rosario a los pies del sagrario.
Aquel niño preguntó a los que le acompañaban: ¿puedo abrazar a Jesús? Ellos
contestaron. ¡¡¡sí!!! Al acercarse a abrazar a Jesús, los esposos y el cuidador
cayeron de rodillas.
Sabemos qué es fe: creer y confiar en Dios; aceptar sus exigencias y trasmitir esa
experiencia a otros. Sabemos que sin Dios no somos nada, sabemos que él está
presente en todo momento y lugar, que está en el sagrario, que está en los pobres
a quienes deberíamos servir más, en cada sacramento, etc… sabemos, sabemos,
sabemos…
Cuán importante es estar todo el tiempo en sintonía con Dios para no fallar, aún a
pesar de que todo esté en contra: “Mientras Moisés tenía las manos en alto, vencía
Israel; pero cuando las bajaba, vencía Amalec…” (Ex.17,8-13). El alzar las manos
es señal de que yo me uno a Dios y en él a sus promesas de salvación, el alzar las
manos es señal de que yo me uno a Dios para decirle que tu auxilio me viene de ti
(cf.Salmo 120). ¿Por qué nos derrotamos o bajamos la guardia cuando todo va
mal?, ¿por qué pensamos que nada tiene sentido o que no vale la pena luchar o
continuar para adelante? Los amigos de Moisés hicieron lo imposible para que
Moisés siempre tuviera las manos alzadas: pusieron una piedra y le ayudaban a
levantar sus manos.
Hay una recomendación: “permanece firme en lo que has aprendido y se te ha
confiado” (2Tim.3,14-4,2). Y para llegar a permanecer firmes en la fe, la Palabra de
Dios es un medio muy importante para alimentar esa fe. Esta palabra ayudará a los
que desean mantener su fe viva, para que esta no se apague nunca. Cuán hermoso
es conocer a Dios por su palabra, si lo desconocemos, no conoceríamos a Jesús (cf.
San Jerónimo).
Jesús enseña a sus amigos cómo tienen que orar sin bajar la guardia, sin
desanimarse, sin dejarse llevar por el desaliento, que Dios siempre escucha, por
eso es que les cuenta una parábola del juez injusto que sabe escuchar y dar justicia
(favorecer al que toca la puerta): “Fíjense en lo que dice el juez injusto; entonces
Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?” (Lc.18,1-8).
Aquel niño de la historia que albergaba en su corazón esperanza (requisito para no
perder la fe), no dudó de que alguien le pueda hacer caso, por eso sólo abrazó a
Jesús.
Hay una pregunta que debería estremecernos y que está en la parte final del
evangelio de hoy: “Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿ENCONTRARÁ ESA FE
SOBRE LA TIERRA?”.
Cuando venga Jesús: ¿encontrará fe en la Iglesia?, ¿en el mundo?, ¿en mi
parroquia?, ¿en mi grupo de trabajo o estudio?, ¿en mi grupo parroquial?, ¿en mi
congregación religiosa?, ¿en mi barrio?, ¿en mi servicio?…
Miremos una vez más al niño de la historia: buscó, lloró para ser escuchado, tocó
puertas, se dejó llevar, se puso de rodillas y por fin tocó a Jesús y lo abrazó.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)