¿Un Rey a gusto de los hombres o a gusto del Padre Dios?
Fiesta de Cristo Rey 2013, 24 de noviembre.
«La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión
con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para
nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el
corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta
supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el
bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de
Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la
resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido
unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22). Profesar la
fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo– equivale a creer en un solo
Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos
envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su
muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la
Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.
De esta manera magistral, el gran Papa Benedicto XVI invitaba a los cristianos
a celebrar el año de la fe que hoy concluye. El Papa coloca entonces en esta
introducci￳n de su documento exhortativo, a Cristo, que “ha querido unir en su
misma gloria a cuantos creen en él”, el mismo Cristo que con su muerte y su
resurrección ha redimido al mundo de sus pecados. Esto ha sido el año de la
fe, un intentar colocar en el centro de nuestras vidas y de nuestros corazones
y en el corazón de la Iglesia, la figura de Cristo que se convierte en el centro
del universo y de la Creación entera, por su entrega, su fidelidad, e
indudablemente por su Cruz, sus clavos, sus espinas y su sufrimiento redentor.
Es bueno recordarlo hoy concluimos el año de la Fe, precisamente en esta
fiesta de Cristo Rey del Universo que quiso simplemente ser un servidor entre
los hombres, entre los que tenía la misión expresa de salvar, siendo siempre
uno más de ellos, y entre ellos. A mí me conmueve en esta fecha la embajada
de los hombres de Israel que fueron a ver a David, para suplicarle que fuera su
rey como ya lo era de Judá, y el motivo para su súplica fue recordarle: “tú eres
de nuestra misma sangre” y le recuerdan la promesa del Se￱or: Tú serás el
pastor de Israel, mi pueblo; tú serás su guía”. En ese día, David, accediendo al
deseo de aquellas buenas gentes, hizo un pacto con ellas y lo ungieron como
rey de todas las tribus de Israel. Hoy será bueno recordar era realidad: “Tú
eres de nuestra misma sangre”, recordárselo a Cristo Jesús pero sobre todo
recordarnos a nosotros mismos, pues tenemos entonces como de nuestra
misma sangre, nada menos que al que ha sido coronado como Rey y Señor de
toda la Creación a Jesús, que en su humildad, su sencillez, su docilidad y su
obediencia leal a todas luces a la voluntad del Padre, con su sacrificio en lo alto
de la cruz, se convierte en primogénito de toda la Creación y puede encabezar
entonces la marcha de toda la humanidad a la casa del Buen Padre Dios.
Trepado en lo alto de la cruz, Cristo fue contemplado con distintos ojos por el
pueblo de Jerusalén, por las autoridades religiosas de Israel, por los soldados
romanos y sobre todo por los dos malhechores crucificados a su lado uno de
los cuales se hacía eco de las malas lenguas que le invitaban a mostrar su
realeza y su poder bajando de la cruz, pero Jesús no les dio crédito, pues él ya
se lo había dado a su Padre Dios, y el otro en cambio le suplicaba que se
acordara de él cuando estuviera en su reino, y éste recibió una respuesta
inmediata, rápida, más rápida que un mensaje por internet, twiter o Facebook:
“Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Ojalá que a eso aspiremos nosotros, a
vivir ya desde ahora esa presencia salvadora de Cristo y que su salvación nos
llegue efectivamente a cada uno de nosotros, no por otra raz￳n sino por “ser
de la misma sangre de Cristo”.
Hoy el Papa Francisco clausura el año de la fe. Unamos nuestra oración y
nuestra súplica para que este mundo que se debate en la maldad, los
secuestros y la sangre inocente derramada en tantos vientres que no han
querido ser maternos, pueda dar paso a la nueva condición de los hijos de
Dios, que alentados por la entrega de Cristo, puedan entregar sus propias
vidas por la salvación de todos los hombres.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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