Ciclo C: XXX Domingo del Tiempo Ordinario
Pedro Guillén Goñi, C.M.
¿Cómo hay que orar ante Dios? La respuesta la tenemos en esta parábola que no
es una comparación sino un ejemplo doble que debemos imitar o evitar.
Dos hombres suben a rezar al templo. Uno, fariseo, lleva una vida exteriormente
intachable. Practica los rituales y cumple escrupulosamente con lo mandado. Pero
se siente seguro de sí mismo, es autosuficiente, se tiene por justo, vive de fachada
externa, desprecia a los demás y en su interioridad sólo hay sombras y ceguera.
El publicano, en cambio, se siente perdido, se reconoce pecador, necesita la
bondad, la ternura, el perdón y la misericordia de Dios y lo suplica con humildad.
Los dos necesitan el perdón pero Jesús declara que el pobre publicano vuelve
justificado porque la acogida y el perdón es un don de Dios y solamente
reconociéndonos pecadores podemos conseguirlo.
Si analizamos nuestra vida a la luz de la parábola nos daremos cuenta que, con
cierta frecuencia, podemos actuar como los fariseos en nuestra actitud de oración,
de encuentro personal y vivencial con Él. Nos preocupa la apariencia y la imagen
que no suele sintonizar con la vida interior. Nos consideramos autosuficientes y
juzgamos fácilmente a los demás. Es necesario empezar un proceso de conversión,
de renovación y perfección que nos lleve a reconocer, desde la sencillez y humildad,
la existencia del pecado en nuestra vida y luego pedir humildemente e a Dios que
nos libre de él.
No se trata de desconocer lo bueno que hay en nosotros mismos y caer en un
estado pesimista donde todo consideremos pecado. El Señor también valora
nuestra autoestima y las múltiples actividades positivas que realizamos pero
debemos comprender que, en nuestro seguimiento al Señor y en nuestra vivencia
del Evangelio y compromiso con la Iglesia, junto a logros positivos, existen también
infidelidades, pereza, egoísmos y necesitamos, por tanto, abrirnos con confianza
filial al perdón de Dios, a su misericordia, a su amor.
En este esfuerzo permanente de purificación interior, si bien la voluntad personal
tiene su valor e importancia, sin embargo, es, prioritariamente, la bondad de Dios y
su misericordia, quien nos
concede el perdón y la paz que deseamos y así nos ponemos en la presencia del
Señor en actitud de humildad y agradecimiento.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)