XXIX Domingo del Tiempo Ordinario/C
¿Un Dios justo que permite la injusticia?
El Evangelio (Lc. 18, 1-8) nos habla de una parábola del Señor, en la cual nos
presenta un Juez injusto que no quiere saber nada de una pobre viuda que lo busca
para que le haga justicia contra su adversario. Y el inhumano Juez termina por
acceder a las insistentes y perseverantes peticiones de la pobre mujer. Dos
personajes: la pobre viuda indefensa, que es víctima de una injusticia por parte de
la injusta justicia humana del juez corrupto, como sucede tantísimas veces en este
mundo corrupto.
El Papa ha puntualizado que “no es necesario hablar mucho de los pecadores,
porque todos lo somos”. Nos conocemos “desde dentro y sabemos qué cosa es un
pecador. Y si algunos de nosotros no se siente pecador, que vaya a ver al médico
espiritual”, porque “algo no funciona”. En cambio los corruptos son aquellos que
quieren “adue￱arse del mundo, de los pueblos, y han perdido la relaci￳n con el
Due￱o del Cielo y de la Tierra. Un Due￱o que “nos ha llamado con amor, nos
custodia, y que también nos da la libertad”. Estas personas “se han sentido fuertes,
se han sentido aut￳nomas de Dios”. Por tanto, notemos que es peor ser corruptos
que pecadores.
Los corruptos hacen mucho mal porque son adoradores de sí mismos; los
corruptos son aquellos que eran pecadores como todos nosotros, pero que han
dado un paso adelante, como si se hubieran consolidado en el pecado: ¡no tienen
necesidad de Dios! Ni respetan a los hombres. Pero esto solo aparentemente,
porque en su código genético está impresa esta relación con Dios. Y como no la
pueden negar, se hacen un Dios especial: son Dios ellos mismos. Estos son los
corruptos”.
“Judas empez￳ como pecador avaro y termin￳ en la corrupci￳n. El camino de
la autonomía es un camino peligroso: los corruptos se convierten en adoradores de
sí mismos. ¡Cuánto daño han causado los corruptos en las comunidades! Que el
Se￱or nos libre de resbalar en este camino de la corrupci￳n”. El apóstol Juan dice
que los corruptos son el anticristo, que están en medio a nosotros, pero que no son
parte de nosotros.
La hipocresía es el lenguaje preferido de los corruptos. No lo decimos
nosotros, no lo digo yo, sino Jesús, conociendo su hipocresía. Estos no aman la
verdad. Se aman sólo a sí mismos, y, de este modo, buscan engañar, implicar al
otro en su engaño, en su mentira. Tienen el corazón mentiroso; no pueden decir la
verdad. Es el mismo lenguaje que usó Satanás después del ayuno en el desierto: tú
tienes hambre: puedes transformar esta piedra en pan; y luego: para qué tanto
trabajo, tírate desde el templo. Este lenguaje, que parece persuasivo, conduce al
error, al engaño.
Ante este panorama, muchos se preguntan: “Si Dios es justo, ¿por qué
permite las injusticas de los corruptos? ¿Por qué los inocentes son los que más
sufren las causas de la corrupci￳n?” No pocos se atreven a culpar a Dios de los
males que sufren ellos y la humanidad de parte de los hombres sin Dios, que en
gran parte son fruto de la maldad humana en complicidad con las fuerzas del mal.
Jesús responde a estas cuestiones con el ejemplo de la parábola del Evangelio para
darnos a entender que Dios, que no es como el Juez inhumano e injusto, como los
corruptos, sino que es infinitamente Bueno y Justo, escuchará nuestras oraciones
constantes, insistentes y perseverantes.
Las fuerzas del mal son muy superiores a las fuerzas del hombre; necesitamos
de la misma fuerza de Dios tanto para vencer el mal como para hacer el bien. Él
tiene poder para transformar el sufrimiento en fuente de felicidad, de salvación y
gloria. Y esta fuerza Dios nos la da por la oración perseverante y confiada.
La respuesta más convincente al sufrimiento está en Cristo crucificado, que
pasó a la resurrección y a la vida gloriosa a través del sufrimiento y de la muerte
más injusta. Su oración fue escuchada. Sin embargo, el Padre no lo libró del
sufrimiento pasajero, pero sí le dio la fortaleza para sobrellevar la muerte de cruz, y
luego le dio mucho más de lo que pedía: la resurrección y la gloria eterna para él y
para nosotros.
Ni el sufrimiento ni la muerte son absurdos si se asocian a la cruz redentora de
Cristo, en la perspectiva de la resurrección y del paraíso eterno. Pero es necesario
orar con insistencia, como la viuda del Evangelio. Y esta oración Dios no puede
menos de escucharla, pues él quiere nuestra resurrección y gloria, que es lo mismo
que nosotros necesitamos y queremos desde lo más profundo de nuestro ser.
Si un juez injusto accede a una petición insistente, ¡cuánto más lo hará Dios,
que nos ama más que nadie! “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”. "Cuando
oramos valientemente, el Señor nos da la gracia, e incluso se da a sí mismo en la
gracia: el Espíritu Santo, es decir, ¡a sí mismo! Nunca el Señor da o envía una
gracia por correo: ¡nunca! ¡La lleva Él mismo! ¡Él es la gracia! La verdadera gracia
es Dios que viene a traérmela. Es Él. Nuestra oración, si es valiente, recibe lo que
pedimos, pero también aquello que es lo más importante: al Señor". Nosotros, ¿nos
involucramos en la oración?", "¿Sabemos tocar el corazón de Dios?
Que la intercesión de María nos libre de ser hombre o mujeres corruptos y nos
alcance el don de la oración confiada y perseverante y alcancemos la gracia y al
autor de la gracia.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)