Solemnidad. Todos los Santos (1 de Noviembre)
Pautas para la homilía
"Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos" "
Los primeros cristianos quisieron reservar un día para la celebración de tantos
mártires anónimos, que habían sido acogidos en el cielo por Aquel por quien dieron
su vida. Surge así la fiesta de Todos los santos. Hoy recordamos no sólo aquellos
primeros mártires, sino tantos y tantas hijos e hijas de Dios a lo largo de la historia
Dios les ha premiado con el cielo. Es la fiesta de la Iglesia triunfante.
En estos días ha avanzado de manera insospechada la celebración de origen sajón y
carácter pagano del “Halloween”. Con esas celebraciones paganas parece que se
quisiera huir por una parte de la llamada a ser lo que hemos de ser como personas
humanas, que no otra cosa es la santidad; y por otra trivializar la muerte a base de
esconder su honda realidad disfrazándose para no afrontarla cara a cara.
La santidad no tiene buena prensa.
Para muchos un santo es un tipo aburrido que sólo hace que sufrir y orar. En
realidad un santo no es otra cosa que una buena persona. Porque ser santo no es
más que ser lo que tenemos que ser, buenos; y serlo cada uno de nosotros, con
nuestras propias características, psicológicas, familiares, sociales, económicas.
¿Quién no quiere ser persona decente, acogedora, generosa, agradecidas como
cristianos ante todo a Dios y también a los demás. Eso es más importante que ser
ricos o valorados por encima de los demás. Sólo quien apaga la voz de su
conciencia, y por ello pierde la dignidad humana, se olvidará de caminar en la línea
de la santidad.
Surge, sin embargo una objeción: lo que queremos no es ser santos, sino felices.
Es fácil de entender la objeción, pues el deseo de felicidad es irrenunciable, está
puesto por Dios en la naturaleza humana, como dice el Catecismo de la Iglesia. La
respuesta a la objeción la encontramos en el texto evangélico de hoy: las
bienaventuranzas.
Santos y por ello felices, bienaventurados.
Las bienaventuranzas son un proyecto a la vez de santidad y de felicidad. Ambas
poseídas, limitadamente, en esta tierra. La felicidad de ahora anuncia la definitiva.
No se trata de pasarlo mal ahora y así conseguir pasarlo bien en el cielo. Incluso en
la bienaventuranza de los perseguidos por la causa de Cristo Lucas dice “alegraos
ese día”, en medio de la persecución, porque se anuncia la alegría definitiva.
Ahora bien la felicidad que busquemos ha de ser humana, por eso ha de ir unida a
la santidad, o sea a lo que responda a nuestra dignidad humana.. No puede ser la
felicidad del animal en la selva que disfruta matando a su víctima, ni la del que
aplasta al prójimo o la del que reduce su vida a acumular bienes materiales o la de
quien endurece su corazón para no tener que ver nada con el necesitado, con el
sufriente; o la del ingenuo que cree que puede haber existencia humana aquí sin
dolor y no sabe reaccionar ante él.. Nada de eso es humano, por el contrario atenta
contra la verdad de la condición humana y / o de su dignidad.
Por eso las bienaventuranzas son un proyecto de felicidad y a la vez un programa
de cómo ser lo que debemos ser, de cómo ser santos. Con deficiencias, es decir,
con pecado, muchos han buscado la felicidad en la santidad o sea en el modo de
ser que expresan las bienaventuranzas. Valedores nuestros son, a la vez que
estímulo para imitarles. Celebramos su triunfo en la esperanza de alcanzarlo
nosotros.
Fray Juan José de León Lastra
Licenciado en Teología
Con permiso de: dominicos.org