Ciclo C: XXXI Domingo del Tiempo Ordinario
Rosalino Dizon Reyes.
Si no os convertís y os hacéis como los niños, no entraréis en el reino de Dios (Mt
18, 3)
Zaqueo, cual muchacho espabilado, corre y se sube a una higuera. Más listo se
manifiesta al recibir a Jesús, a cuyas instancias se ha bajado en seguida, de
manera sumisa de un niño sorpendido en un acto prohibido. Atina a encontrar la
verdadera sabiduría.
A muchos ojos humanos, Zaqueo es sagaz por ser muy rico—si no es también por
haber ideado inmediatamente una solución para que la gente no le impidiese ver a
Jesús. Pero, a pesar de su riqueza, parece que este jefe de publicanos no se toma
demasiado en serio. De lo contrario, habría actuado con un poco más de gravedad
y finura.
Da la impresión Zaqueo de que está a gusto en la propia piel. Se presenta como
que no ve nada vergonzoso en ser de baja estatura, literal y figurativamente. Tal
vez las afrentas constantes le han dejado insensible ya a toda crítica.
Acostumbrado a frecuentes condenaciones, no espera que le haga caso alguien de
cierto renombre. Se ve que le sorprende muchísimo el que se está ofreciendo a ser
su huésped. Está muy contento, no como aquel dirigente muy rico que se puso
muy triste (Lc 18, 18-23).
La diferencia clave, a mi parecer, está en que Zaqueo se abre, como un chiquillo
curioso, a otra persona, dejándose atraer por ella, mientras el dirigente, aunque
consultando con un maestro, se muestra encerrado en sus propios intereses, en su
preocupación por la salvación, desde luego, y también en su riqueza. Es más fácil
que entre un camello por el ojo de una aguja que se liberen quienes insisten en
quedarse cautivos de sí mismos y en limitar «su visión y sus proyectos a una
pequeña circunferencia en la que se encierran como en un punto, sin querer salir de
allí», por citar a san Vicente de Paúl (XI, 397).
Solo se salvarán los no ensimismados, los que, bajando de su impenetrable torre de
marfil de altivez, reconocen a alguien diferente de ellos y mayor que ellos. Tienen
mejores posibilidades de aceptar a Jesús, la sabiduría que vale más que toda
riqueza mundana, los pequeños que con toda naturalidad se admiten dependientes
de otros y, sobre todo, de Dios. Los que no se dan importancia a sí mismos llegan
a creer en Jesús, la misericordia encarnada del Dios que todo lo puede y cierra los
ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan. A los sabios,
entendidos y los observantes condenadores de los demás esconde el Padre los
misterios del reino y se los revela a los como niños, a los publicanos y las
prostitutas.
A medio camino está Zaqueo, comprometiéndose a dar la mitad de sus bienes a los
pobres y a hacer restitución de cuatro veces más a cada uno de los defraudados por
él. Si persevera en la enseñanza cristiana, en la solidaridad, en la fracción del pan
y en las oraciones, pronto se mostrará digno de su vocación. Venderá y dará todo,
a imitación del que, amando hasta el extremo, dio la vida por sus amigos.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)