Solemnidad, Todos los Santos (1 de Noviembre)
Lecturas bíblicas
La idea central de esta liturgia de la Palabra, es celebrar la santidad de Dios, a la
cual estamos llamados todos los cristianos bautizados. La primera lectura nos
presenta esa muchedumbre inmensa que alcanzó ya la victoria sobre la muerte, y
está en la presencia de Dios Trinidad cantando el Sanctus eterno. El apóstol Juan,
en la segunda lectura, nos asegura, que somos hijos de Dios y por lo tanto,
purificados por la vida teologal, alcanzaremos la vida eterna para contemplar a Dios
tal cual es objeto de la fe. El evangelio nos presenta las Bienaventuranzas, todo un
programa de santidad para nuestra vida cristiana.
Lecturas bíblicas
1.- Ap. 7, 2-4, 9-14: Vi una muchedumbre inmensa, de toda nación, razas,
pueblos y lenguas.
En esta lectura encontramos dos momentos: la marca de los elegidos (vv.2-4) y el
triunfo de los elegidos en el cielo (vv.9-14). Los cuatro ángeles están prontos a la
devastación de la tierra, pero antes los siervos de Dios deberán ser marcados
(Ap.7, 1-4; Ez. 9, 2-7). Son 144.000 personas, 12,000 de cada tribu de Israel; es
un símbolo de un pueblo bien organizado, completo, perfecto, es el pueblo de Dios,
pueblo de los Santos, comunidad que hace contrapunto al Imperio romano; es el
pueblo que guarda la Palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo; pueblo que
triunfa sobre la Bestia, su imagen y su marca. Ellos son los que provocan la caída
del Imperio, es el oprobio de los gentiles por su corrupción e idolatría y la
imposibilidad de sostenerse de pie ante Dios y el Cordero (cfr. Ap. 6, 17). La
mención igualitaria de las tribus viene a significar, simbólicamente en el nuevo
pueblo de Dios no hay ya diferencias entre judíos y gentiles (cfr. Sant.1,1), el Israel
según la carne, ya no significa nada, sino que los derechos son iguales para judíos
y gentiles (cfr. Rm. 10,12; Ef.2,11-12; 1Cor.10,18; Gál.6,16). Mientras en las
puertas de la ciudad de Dios, en la visión consumada, estarán escritos los nombres
de las 12 tribus de Israel, en los cimientos sin embargo, los nombres de los 12
apóstoles estarán escritos en las piedras fundamentales de sus muros (cfr. Ap. 21,
12.14). En un segundo momento, encontramos a la marca de los elegidos de la
tierra, Juan, ahora contempla una muchedumbre inmensa que está en el cielo, son
los de la tierra, muchedumbre universal de toda nación, raza, y lengua que llegaron
a la meta: la vida eterna. Están de pie delante del trono y del Cordero, glorificados,
no como los impíos que no pueden sostenerse en el día de la cólera (cfr. 6, 17).
Llevan vestiduras blancas, son los mártires, que no se mancharon con la idolatría y
en sus manos, llevan las palmas de la victoria; han triunfado sobre la bestia con la
ayuda de Dios, bajo su protección superaron las tribulaciones. Los mártires cantan
con gozo, que la salvación viene de Dios que está sentado en el trono y del
Cordero; estos mismos eran los que antes que gritaban justicia y venganza (cfr. Ap.
6,9-11). Alaban la fidelidad de Dios a sus promesas. Los coros angélicos, aquí
dirigen su alabanza a Dios, origen último de la salvación (cfr. Ap. 5,12ss). Estos son
los que no se dejaron doblegar por ningún poder de la tierra, doblan sus rodillas
sólo delante de Dios, con profunda gratitud como humanidad redimida. “¿Quiénes
son y de dónde han venido? Esos son los que vienen de la gran tribulación; han
lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero” (v. 14). Más
que una persecución este pasaje quiere dar a entender la opresión política, social,
económica que ejerció el Imperio romano, para quienes no aceptaban insertarse en
un sistema corrupto e idolátrico, donde la comunidad cristiana sobrevivía. Esta es
la gran tribulación de quienes siguieron al Cordero donde quiere que vaya,
sufrimiento y persecución por la Palabra de Dios y el testimonio de Jesús. Su obra
no es mérito propio, su camino de glorificación, se abre con la muerte expiatoria del
Cordero, la que trajo el perdón y el ingreso en la comunidad de los Santos, lo
personal es la respuesta a la acción de la gracia y aceptar la salvación de Dios;
fueron purificados en la sangre del Cordero. Ahora cantan la gloria de Dios para
siempre, en una liturgia eterna en el cielo (cfr. Ap. 15, 1-4; 19,1-4).
2.-1 Jn. 3, 1-3: Veremos a Dios tal cual es.
Esta lectura, nos introduce en esa reflexión sobre el amor de Dios, que hace el
apóstol Juan. Somos hijos de Dios, porque ÉL lo ha querido así, y nos lo ha
manifestado en Cristo Jesús. Permanecer en la comunión con el Padre y el Hijo, es
decir, la fe recibida asegura al cristiano, cuando Cristo se manifieste en el día del
Juicio, estar tranquilos, porque el Juez estará de su parte. ÉL es Justo, porque obra
según la voluntad de Dios. Quien permanece en dicha voluntad, también es justo,
porque el que practica la justicia, ha nacido de Él (v. 29). Lo que se traduce en el
esfuerzo ético y moral que el cristiano realiza, porque se sabe nacido de Dios, la
certeza de la fe y la confianza están por sobre la angustia que el Juicio pudiera
provocar. Toda esta confianza en la fe, es el resultado del inmenso amor de Dios,
manifestado en Cristo Jesús, que ha hecho posible todas estas verdades y
realidades en la vida del cristiano. La mejor de todas, es la filiación divina, es decir,
el cristiano es verdadero hijo de Dios. El nuevo nacimiento en el Bautismo, hace
que el Espíritu cree en el corazón y espíritu del hombre, una nueva relación con
Dios, obra de Jesucristo, no del querer hombre, sino de la gracia de Dios. La
filiación divina, es una realidad en la vida del cristiano. Esta nueva realidad está
presente en lo interior del hombre, no se exterioriza, como tampoco, lo fue en la
existencia de Jesús, sólo se reconoce por sus efectos, la conducta, las obras, en
definitiva la vida y la experiencia que se tenga del Padre. Su máxima manifestación,
se alcanzará con la visión beatífica de Dios en el cielo (cfr. Mt.5, 8). La visión de
Dios, que algunos quieren alcanzar por méritos y esfuerzos propios, es inalcanzable
en esta vida enseña el apóstol, se realizará para el cristiano en la manifestación de
Jesucristo Juez (cfr. Jn. 4,12; 1,18). La visión es la relación inmediata con Dios de
comunión y fe, de esperanza cierta, y de caridad que fundamenta dicha relación
(cfr. Jn. 6,48; 8,38). Siempre en esta plano, el apóstol enseña que el cristiano no
peca, por su condición y dignidad de hijo de Dios, y si lo hace, obra la iniquidad.
Justo y pecador, esto se entiende, porque la vida que rige al cristiano desde hoy, es
guiada y sostenida por el Espíritu Santo, no por el pecado, es decir, no está sujeto
al poder del pecado, sino al poder salvador de la gracia de Dios. Son los dos fuerzas
que dominan la vida del cristiano, ahí está el mérito de optar siempre por Cristo
Jesús. Los pecados que pueda cometer el cristiano, aunque sean más grandes de
aquello cometidos por un pagano, son más llevaderos porque son perdonados por
Cristo. Si ÉL es puro, no hay pecado en Cristo, es porque puede quitar los pecados.
Quien no comprenda esto, significa que no tiene en cuenta la gravedad del pecado,
y mucho menos, lo que significa la comunión con Dios, vivida desde la filiación
divina.
3.-Mt. 4, 25; 5, 1-12: Estad alegres y contentos, porque vuestra
recompensa será grande en el cielo.
El evangelista Mateo, nos presenta las enseñanzas éticas más importantes de
Jesús, coleccionadas como un gran discurso. Para Mateo es importante presentar a
Jesús, como un nuevo Moisés, fundador del nuevo pueblo de Dios con sus leyes,
mandamientos y promesas. El Monte de las Bienaventuranzas, es la plenitud de lo
que se escribió en el monte Sinaí. Bienaventurados los pobres de espíritu
(v.3), es decir los hombres pobres, honrados, piadosos y justos, que sufren la
injusticia del rico opresor. Quien vive honradamente, practica la justicia y está
abierto a Dios, será recompensado por ÉL. La injusticia es incompatible con la
integridad, la santidad exigida por Dios. La verdadera pobreza de espíritu, va
acompañada de la sencillez de corazón, por conocer la necesidad que el hombre
tiene de Dios, por la integridad y apertura al prójimo. Los mansos (v.4), son
estos mismos pobres que heredarán la tierra, una sociedad más humana, donde
todos tengan lo necesario para vivir y poder alcanzar el Reino de Dios. El Señor
Jesús venció la enfermedad, el hambre, el dolor, y así caminó hacia su misterio
pascual de muerte y resurrección. Los que lloran (v.5), los afligidos serán
consolados por el Mesías de todo el dolor humano que provoca el pecado, la muerte
y Satanás. Jesús resucitado venció precisamente a estos enemigos. Dios, es el Dios
del consuelo, enseña el profeta (cfr. Is. 40 ). Bienaventurados los que tienen
hambre y sed de justicia (v.6). Es la tendencia de recibir lo que necesitan,
añoranza de Dios, que donará la justicia a los oprimidos, que cese la injusticia (cfr.
Is. 55,1; Sal. 42,2). Esta esperanza la cumple a cabalidad la aparición del Mesías,
que es denominado “Yahvé es nuestra justicia” (Jr. 23,6; 33,16; Is. 11,1-14). Los
misericordiosos (v.7), son los que obran como Dios, es decir, son misericordiosos
perdonando a su prójimo, experimentan en su vida a Dios, desde su amor, su
compasión, su comprensión, su ayuda. La oración que nos enseñó Jesús, es a
perdonar como somos perdonados. Los limpios de corazón (v.8), son no sólo los
castos y puros, sino aquellos, cuya vida es reflejo de caridad divina y claridad, sin
doblez, viven con rectitud de intención. Los que trabajan por la paz (v.9), son
los que trabajan por ella, como Dios trabaja, servimos al Dios de la paz (cfr. Rm.
15, 33; 16, 20). Su Hijo Jesucristo, es el Príncipe de la paz, que con su sacrificio,
ha derribado el muro del odio entre judíos y gentiles, Él es nuestra paz (cfr. Ef.
2,14-16). Los perseguidos por la justicia (v.10), son los justos que sufren la
injusticia de los ricos y opresores; en la misma suerte que conoció Jesús, tienen
participación sus discípulos. La conclusión del evangelio, es motivo de gozo y
alegría, porque lo que ellos y la comunidad eclesial vivirán en el futuro, fue
experiencia de los profetas y del propio Jesús. Las Bienaventuranzas, son la carta
magna del cristiano, que como los mandamientos de Moisés ayudan al hombre a
conocer la voluntad de Dios que lo lleva a la santidad, comunión plena de amor y
conocimiento, culmen de su vocación humana y cristiana. La gloria de todos los
santos es también nuestro destino; ellos interceden para que lleguemos a ese
estado de unión y felicidad, mientras caminamos hacia la vida eterna.
Santa Teresa de Jesús, contempla en el cielo las almas de los bienaventurados,
envidia su dicha y aspira alcanzarla y pide por los cristianos que como ella caminan
hacia la eternidad. “¡Oh almas que ya gozáis sin temor de vuestro gozo y estáis
siempre embebidas en alabanzas de mi Dios! Venturosa fue vuestra suerte. Qué
gran razón tenéis de ocuparos siempre en estas alabanzas y qué envidia os tiene mi
alma, que estáis ya libres del dolor que dan las ofensas tan grandes que en estos
desventurados tiempos se hacen a mi Dios, y de ver tanto desagradecimiento,…
¡Oh bienaventuradas ánimas celestiales! Ayudad a nuestra miseria y sednos
intercesores ante la divina misericordia, para que nos dé algo de vuestro gozo y
reparta con nosotras de ese claro conocimiento que tenéis. Dadnos, Dios mío, Vos
a entender qué es lo que se da a los que pelean varonilmente en este sueño de esta
miserable vida. Alcanzadnos, oh ánimas amadoras, a entender el gozo que os da
ver la eternidad de vuestros gozos, y cómo es cosa tan deleitosa ver cierto que no
se han de acabar. ¡Oh desventurados de nosotros, Señor mío!, que bien lo sabemos
y creemos; sino que con la costumbre tan grande de no considerar estas verdades,
son tan extrañas ya de las almas, que ni las conocen ni las quieren conocer. ¡Oh
ánimas bienaventuradas, que tan bien os supisteis aprovechar, y comprar heredad
tan deleitosa y permaneciente con este precioso precio!, decidnos: ¿cómo
granjeabais con él bien tan sin fin? Ayudadnos, pues estáis tan cerca de la fuente;
coged agua para los que acá perecemos de sed.” (Exclamaciones 13,1.2.4).