DOMINGO XXXIII. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C.
Lc. 21, 5-19
En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad
de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo:
-Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre
piedra: todo será destruido.
Ellos le preguntaron:
-Maestro, ¿Cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está
para suceder?
Él contestó:
-«Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi
nombre, diciendo: "Yo soy", o bien: "El momento está cerca99; no vayáis
tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis
pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en
seguida.»
Luego les dijo:
-«Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes
terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también
espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán
mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os
harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis
ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa,
porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni
contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes,
y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y
todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza
perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.»
CUENTO: EL TESTIMONIO DE LOS CRISTIANOS
Un templo atravesaba serias dificultades provocando el total abandono por
parte de sus feligreses y quedando tan sólo cinco miembros: el párroco y
cuatro personas ancianas, todos mayores de 60 años. En las montañas,
cerca del templo, vivía un obispo en retiro. Una vez, el párroco se animó a
pedirle al obispo algún consejo que podría ayudar a salvar la iglesia y hacer
que los feligreses retornaran a ella. El párroco y el obispo hablaron
largamente, pero cuando el párroco le pidió el consejo, el obispo le
respondió: "No tengo ningún consejo para ti. Lo único que te puedo decir es
que el Mesías es uno de vosotros". De regreso al templo, el pastor le
comentó a los cuatro miembros restantes lo que el obispo le había dicho.
Durante los siguientes meses que siguieron, los viejos feligreses
reflexionaron constantemente sobre las palabras del obispo. "El Mesías es
uno de nosotros", se preguntaron unos a otros. Decidieron entonces asumir
dicha posibilidad, y empezaron a tratarse con un extraordinario respeto y
exquisito cuidado puesto que uno de ellos podría ser el Mesías. Los meses
fueron pasando, y las personas empezaron a visitar la pequeña Iglesia
atraídos por la aura de respeto y gentileza que envolvía a los cinco
feligreses. Duros de creer, más personas empezaron a retornar a la Iglesia,
y ellos comenzaron a traer amigos, y sus amigos trajeron más amigos. En
pocos años, el templo volvió a ser instancia de fe y de regocijo, gracias a la
multitud de fieles que asistían diaria y semanalmente al templo. Y por
supuesto, gracias al regalo del señor obispo.
ENSEÑANZA PARA LA VIDA:
Se acerca el final de tiempo litúrgico y la Palabra de Dios nos vuelve a
recordar un año la fugacidad de las cosas y de la vida, para que no se nos
olvide que somos limitados. Y para que nos tomemos en serio la llamada de
Jesús a transformar este mundo caduco, injusto e insolidario, en ese Reino
de Dios en que habite la justicia, la paz, la igualdad y la libertad. Pero
parece, según nos dice el Evangelio que no se podrá realizar sin lucha,
porque los poderes contrarios a este Reino son fuertes y poderosos y
tratarán de perseguirnos, desacreditarnos y eliminarnos si pueden.
Pero a la vez hoy el Evangelio es un canto a la esperanza y a la confianza
en Dios, no en las seguridades humanas. Como a quienes se quedaban
deslumbrados por la belleza del templo, demasiadas veces nosotros
también hemos edificado la fe sobre la belleza del poder, de las hermosas
piedras de nuestras iglesias o de la influencia humana de nuestra
institución. Pero ése no es el poder del Evangelio. El poder de la fe está en
el testimonio coherente de vida. Por eso que lo que está pasando hoy con la
fe y la Iglesia en nuestra sociedad, sobre todo occidental y europea, puede
ser, y creo que lo es, un signo de Dios para volvernos más humildes y más
auténticos, más testimoniales y más evangélicos. Quizá seremos menos,
pero sin duda puede que más auténticos. Parece demostrado que la fe a lo
largo de la historia se ha mantenido gracias al testimonio de los mártires y
de los santos que han dado testimonio hasta con su vida en tiempos de
persecución. Hoy esa persecución es más mediática que sangrienta, pero no
menos peligrosa. Como nos dice el Evangelio es la hora del testimonio, no
de los lamentos o nostalgias de tiempos mejores o más numerosos en
fieles. Ser cristiano hoy no está de moda ni tiene realce mediático, a no ser
para sacar los posibles trapos sucios de ciertos cristianos que no hacen
honor a su nombre. Poco se habla de la ingente labor social, educativa y
evangelizadora que hacen los cristianos por todo el mundo. No interesa
sacar eso, porque entre otras cosas cuestiona nuestra aburguesada vida
que genera, con su silencio, tantas injusticias y desigualdades. Preferimos
evadirnos con cosas banales, con personajes vacíos que pululan en nuestras
televisiones y medios de comunicación pero que no son modelo de ningún
valor moral o ejemplar. Y es ahí donde los cristianos de ayer y de hoy
deben sacar la fuerza de su fe con el testimonio de su amor a todos,
especialmente a los más necesitados. Es la hora de no callarnos, ni de
encerrarnos en la belleza de nuestros templos. Es tiempo de salir a la vida,
de amar con intensidad, de tender la mano, de prestar el hombro, de
acoger a todos. Aunque eso nos cueste la incomprensión de los nuestros o
la crítica de los que nos atacan. Iglesia militante que ofrece con alegría el
inmenso regalo de la fe y del Evangelio a una sociedad que más que nunca
necesita una palabra de esperanza y de vida verdadera, humanizada y
humanizadora. No es la hora del desánimo o la tristeza porque disminuimos
en número o en presencia social. Es hora de levantar las cabezas, de no
tener miedo, de confiar en que Cristo nunca nos abandonará, de sentirnos
orgullosos de nuestra fe y de comprometernos a dar testimonio de ella.
Como nos dice el cuento, es hora de que se note que por donde pasa un
cristiano de verdad y donde se reúne una comunidad cristiana florece la
alegría, crece la fe, aumenta el amor, disminuye el egoísmo, se borra la
violencia, fluye el perdón, amanece la esperanza, resurge la paz. Si así lo
hacemos, como dice el cuento, seguro que muchos de nuevo se acercarán y
el Evangelio se vivirá y se cumplirá. Aquí en esta tierra y en la vida eterna.
¡FELIZ, ESPERANZADA Y TESTIMONIAL SEMANA!