XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C .
Zaqueo
Padre Pedrojosé Ynaraja
Nuestro protagonista pertenecía al gremio de los cobradores de impuestos a favor
del ejército de ocupación y, a la postre, de la dominación de la ciudad de Roma.
Generalmente se llama publicanos a esta profesión. Eran, pues, servidores del
poder injusto. Se decía que en el ejercicio de su empleo, sisaban lo que podían.
Gente de mal ver por tanto, pero rica a su manera. Jesús nunca hizo ascos, cuando
se encontró con alguno. Hasta escogió a Mateo, uno de esta corporación, para ser
uno de sus apóstoles.
El episodio de hoy ocurre en Jericó, también llamada la Ciudad de las Palmeras. La
población más baja de la corteza terrestre, próxima a los 400m bajo el nivel del
Mediterráneo. Hasta ahora presume también del título de ser el lugar donde se ha
descubierto la edificación humana más antigua. Por lo dicho, ya entenderéis que os
hablo de un lugar que he visitado en bastantes ocasiones.
También del árbol al que trepó Zaqueo os he escrito en otras ocasiones.
Brevemente me referiré a él. Sicomoro, viene de sico, higo y moro, ya que sus
hojas se parecen al moral. El viajero religioso, que va casi siempre con prisa, mira y
remira un ejemplar que hay en una plaza céntrica, pero, el más representativo, es
el que está junto a la iglesia ortodoxa. En este ve y le obsequian con sus frutos,
muy parecidos a nuestros higos, pero de menor tamaño y calidad. En el último
viaje, recorriendo estos parajes, observé que estaban plantando nuevos
ejemplares, por aquel entorno.
Jericó fue ciudad importante por serlo de paso. Del Norte, Galilea, se iba a
Jerusalén por el camino paralelo al río Jordán y que al llegar a esta población, dobla
a poniente y, en poco más de 30km le sitúa en la capital. La línea recta cuando uno
viaja, no siempre es la distancia más corta entre dos puntos, se dice con sorna.
Pretender ir de la Alta Galilea, Séphoris, Nazaret o Caná, a la capital pasando por
Samaría, resultaba incómodo y hasta peligroso.
Zaqueo, ignoremos su profesión, era un hombre sin reparos, libre de avergonzarse
de que se pudieran reír de él porque como un chiquillo cualquiera, se subiera a un
árbol debido a su pequeña estatura. Decidido, interesado e inquieto.
Vio el Maestro estas cualidades y se interesó por él, pese a la mala fama que
pudiera arrastrar. El Señor era todavía más libre que Zaqueo. Se invitó a su casa y
él le aceptó gozoso. Y aprovechó la ocasión para invitar a los de su cuerda. Era un
hombre generoso, acogedor y repleto de esperanza. Un apóstol no escogido por
Jesús y ni siquiera convertido todavía.
La presencia del Maestro suscita un cambio radical de su interior y habla de ello sin
vergüenza. La reacción de los “buenos de siempre” fue adversa. Pero Jesús no se
inmuta y públicamente proclama que pese a lo que salta a la vista, allí hay un
verdadero hijo de Abraham. Algo así como si le concediera el premio nobel de
humanidad.
Acabo, mis queridos jóvenes lectores, esta tarde he debido redactar y escribir tres
artículos y me siento fatigado y me parece que lo que os he dedicado ya es
suficiente.
Espero que os preguntéis si por reconocer públicamente vuestra Fe no tenéis
miedo a lo que puedan pensar los demás.
Que también seáis conscientes de que la compañía de Jesús, exige unos modales
espirituales que superan las costumbres sociales y ambientales. Dicho de otra
manera, si tratáis de entrar en contacto con otros que tal vez hayan venido de
otras tierras, o pertenezcan a una clase social diferente a la vuestra.
En mi caso, he recordado el evangelio de la misa de hoy, cuando he estado con
personas ricas. Algunos me han recriminado que fuera a casa de gente que no era
pobre, o que celebrara misa a solicitud de ellos. Yo siempre les he recordado este
pasaje, advirtiendo que con mi trato, no pretendía sacar provecho personal alguno.
Y he sido siempre fiel a ello. Nunca me he dejado influir o comprar por alguien que
me haya querido conquistar mediante una comida en restaurante de lujo, regalos
valiosos o viajes de postín, por poneros unos ejemplos.