Ciclo C: XXXI Domingo del Tiempo Ordinario
Pedro Guillén Goñi, C.M.
El evangelio de hoy nos muestra el ejemplo de un hombre, Zaqueo, que se
reconoce injusto y pecador pero tiene el coraje de acercarse a Jesús para corregir
sus errores. Zaqueo siente necesidad de ver al Señor y Jesús le agradece el gesto
acudiendo a su casa. Jesús, el profeta que rompe esquemas se acerca a un
pecador, lo llama por su nombre y quiere hospedarse donde vive él. De esa
conversación, amena, profunda y fructífera surgirá la conversión del publicano. A
partir de ese momento su vida va a cambiar radicalmente. Ya no centra sus
objetivos en la búsqueda del interés personal sino en la utilización solidaria de sus
bienes. No buscará la felicidad en el tener más sin importar los medios sino en
sentirse cercano y generoso ante las necesidades de los demás.
En esta parábola se dan diferentes pasos, todos ellos muy importantes, en el
proceso de la conversión. En primer lugar hay que mostrar interés por descubrir y
sentir la presencia del Señor. En muchas experiencias de nuestra vida tendremos la
oportunidad de encontrar “árboles” que, como le sucedió a Zaqueo, nos sirvan de
medio para ver al Señor que pasa a nuestro lado.
El segundo paso de la conversión es el encuentro con Jesús y la experiencia de
sentirnos captados y seducidos por Él. Convertirse es dejarse arrebatar por Él e
identificarnos con el ejemplo y testimonio que nos ofrece para que sea su presencia
el compromiso y el horizonte de nuestro permanente accionar.
Finalmente, la conversión supone un cambio de vida, la transformación de nuestro
interior, de nuestros valores, motivaciones, exigencias, objetivos, sentimientos… La
experiencia del encuentro con Jesús, su conversión profunda, le impulsa a Zaqueo a
una nueva concepción de vida fundamentada en una mirada de fe al Señor y en un
compromiso solidario a los hombres y por eso es capaz de desprenderse de los
bienes materiales porque todo está subordinado al efecto del amor.
Quien descubre a Jesús y se pone en camino de conversión queda necesariamente
inundado de la verdadera alegría y paz interior. No perder oportunidades de
encuentro con el Señor, transformar nuestro espíritu hacia su causa será el camino
más seguro para vivir en compromiso nuestro ser y actuar como cristianos.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)