XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Domingo
Lecturas bíblicas
a.- Sb. 11,23-26; 12,2: Te compadeces Señor de todos, porque amas todos
los seres.
Esta primera lectura, trata sobre la sabiduría de Dios en la historia, donde hace una
relecturas de los castigos divinos a los egipcios, liberados de su opresión los
israelitas alaban a Dios por sus obras. Después de narrar la esclavitud y cómo
Yahvé conservó la vida de los justos sus enemigos conocieron el impacto de su ira
(cfr. Sab.11, 5-14). En un segundo momento se detiene a considerar la moderación
de Dios a la hora de arreglar cuentas con los hombres (cfr. Sab.11, 15-20), y las
razones de dicha mesura (cfr. Sab.11, 21-12,2). Dios es todopoderoso y justo por
esencia, por lo mismo, es misericordioso. Es poderoso y no puede dejar serlo, el
mundo es gota de rocío, en su presencia, brizna de polvo que no inclina la balanza.
Porque es poderoso, es también misericordioso, no se deja llevar por la ira, porque
es Dios y no hombre, pero tampoco, es lícito pensar que su bondad es debilidad,
otra cosa, es que desvía su mirada de los pecados de los hombres, para darle
tiempo a la conversión (cfr. Os. 11,9; Ez. 33, 11). El amor de Dios a la creación se
demuestra en que la conserva y la ama, de lo contrario, no la hubiera creado, ni
conservado hasta ahora, si no lo hubiera amado al momento de darle vida. Dios es
Señor de todo, otro motivo para mirar con misericordia, todo cuanto le pertenece.
Su aliento divino, conserva todas las cosas vivientes hasta que éste se retira,
dejan de existir (cfr. Sal. 104, 29-30). De este modo, toda la creación aparece llena
de la bondad amorosa de Dios. El castigo de Dios, es más una advertencia al
hombre, para alejarse del camino del mal y vuelvan con fe a Él.
b.- 2 Tes. 1,11-12; 2,2: Que Jesús nuestro Señor sea vuestra gloria.
En la segunda lectura, eleva el apóstol una oración para que los cristianos
continúen en el camino emprendido. La vocación a la vida cristiana, como un deseo
de hacer el bien, nacido de la actividad propia de la fe. El pedir la ayuda de Dios es
una clara señal que no basta la buena voluntad o el esfuerzo, sino que es necesaria
la gracia divina, especialmente cuando la realización es para mayor gloria de
Jesucristo, el Señor. En un segundo momento, el apóstol, se refiere a la segunda
venida del Señor, su parusía, con el ánimo de tranquilizar a esta comunidad de
cristianos, ante la parusía inminente. Se hace alusión a manifestaciones del
Espíritu o inspiración profética de algunos que perturban a la comunidad con sus
palabras. El apóstol exhorta a una vigilancia ante esa venida del Señor, centrada en
una conducta ética y no en especulaciones de cuando tendrá lugar esa venida. Esta
idea equivocada basada en imaginaciones e intereses, la encontramos en otros
pasaje bíblicos, muy lejanas de la concepción cristiana de la parusía del Señor
vivida en fe y esperanza y con una cariad activa (cfr. Mc.13, 5-6; Lc.21, 8-9;
Ap.13, 13-14; 20,7). La verdadera inspiración consistirá en creer lo que afirma
Pablo: “El día del Se￱or vendrá como un ladr￳n en plena noche” (1Tes. 5, 2). Fe
pura y desnuda en la voluntad del Padre, con el abandono del Hijo, animada
nuestra esperanza con la fuerza del Espíritu.
c.- Lc. 19,1-10: El Hijo del Hombre ha venido a buscar lo que estaba
perdido.
El evangelio nos presenta la figura del publicano Zaqueo, que es rico y que no se
preocupa de los demás. El día en que pasaba Jesús, éste le dirige la palabra,
pidiéndole que le invite a comer a su casa. ¿Qué ha visto en Zaqueo, el Maestro de
Nazaret? No lo sabemos, pero si constatamos que para Zaqueo el recibir en su casa
a Jesús, exige un cambio de actitud, de conducta: devolverá cuatro veces, lo mal
adquirido y dará la mitad de sus bienes a los pobres (cfr. Ex. 21, 37). Zaqueo, se
ha puesto en sintonía con la palabra de Cristo Jesús; ha llegado la salvación a su
casa, “el Hijo del Hombre ha venido a buscar lo que estaba perdido” (v. 10).
También Zaqueo es hijo de Abraham, es decir, que su profesión no es incompatible
con la salvación que trae Jesús de Nazaret. El banquete habría sido en vano, sin el
cambio, que se produjo en Zaqueo, es la respuesta personal a la salvación que le
ofrece el Maestro; lo que hace a este publicano, un hombre ahora trasparente,
ante la gracia y amor, el don de Dios que Jesús le comunica con su palabra y
presencia. La vida cristiana encierra exigencias de justicia y amor al prójimo. Pierde
quizás parte de su dinero y de sus bienes, pero ganó en justicia y en caridad para
con el prójimo. Los frutos de nuestra vida cristiana ha de ser el bien y la verdad, y
no las uvas amargas, frutos del egoísmo que domina muchas veces nuestro
corazón. El trabajo que se hace para ganar dinero y con ello prestigio social, si no
tiene una vertiente de compromiso con los pobres y necesitados, no es nada
evangélico, porque conlleva monopolio en la riqueza. Esto genera injusticia con los
pobres y oprimidos; el verdadero cristiano trabaja por la fraternidad, salvar lo
perdido, compartiendo los bienes, las oportunidades para saciar el hambre de los
hombres en lo físico, cultural, social y religioso. La señal que poseemos la vida
nueva del Resucitado, es que amamos al prójimo. La Eucaristía, el banquete por
excelencia del cristiano, es donde aprendemos a compartir, con el cuerpo de Jesús
entregado y la sangre derramada en el cáliz, la vida nueva que nos comunica.
Tarea del cristiano es mostrar un rostro cercano de Dios a los hombres de hoy y
siempre.
Teresa de Jesús, desde la cumbre de la vida mística nos ense￱a: “La perfecci￳n
verdadera es amor de Dios y del prójimo, y mientras con más perfección
guardáremos estos dos mandamientos, seremos más perfectos” (1M 2, 17).