XXXI Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Lunes
Lecturas bíblicas
a.- Rm. 11,29-36: Dios nos encerró a todos en desobediencia para tener
misericordia de todos.
b.- Lc. 14, 12-14: No invites a tus amigos sino a pobres y lisiados.
Este evangelio quiere destacar el valor de la vida, como un don que se recibe y se
ofrece a los demás, es decir, al prójimo. El don del reino que se concede al enfermo
hidropónico, que acaba de ser sanado en ese banquete en el que participa Jesús,
culmina en el reino escatológico, pero eso conlleva una actitud o forma de
existencia. La verdadera grandeza de espíritu no se encuentra en los honores o en
la búsqueda de los primeros puestos, sino desde la humildad de una existencia al
servicio del prójimo. El hombre es un ser sociable, lo que significa que su vida
depende de los demás, él se dona y los demás le ayudan, a lo que Jesús agrega la
oferta gratuita de la propia vida y talentos al servicio del prójimo. No se trata de
hacer un intercambio: te doy para que me des, te presto para que me prestes, esto
es no es un negocio, se trata de una donación total sin esperar recompensa. Jesús
es más concreto, todavía hay que hacer el bien a quienes sabemos no van a poder
devolvernos nada, a pobres, lisiados, cojos y ciegos, personas necesitadas. Se trata
de imitar a Dios, que nos concede el don del reino, sabiendo que no podremos
pagar ese don con nada, en forma gratuita nos invita a su banquete. Darse y dar, a
quien no podrá pagar el favor, es preludio de vida eterna, ese gesto lleva la verdad
del reino que no pasa. Lo que nos pide Jesús, exige superar el egoísmo que busca
querer ser el centro de la vida del prójimo, olvidando que lo único importantes es la
centralidad del reino de Dios. Quien se busca solamente a sí mismo, pierde el
rumbo como persona, esposo, padre, profesional; sólo quien entrega su vida en la
familia, el trabajo, la acción social o política, eclesial y comunitaria, alcanza la
grandeza humana y cristiana, desde su clara opción por Cristo y los desposeídos.
Cristo recuperó su gloria después de su misterio pascual, es decir, de entregar su
vida por los otros en la cruz y resucitar para seguir dando vida a los que creen.
Santa Teresa de Jesús, comprende que en la voluntad está el amor, mejor dicho, la
buena voluntad. El Señor toma en consideración nuestra actitud interior, a la hora
de vivir nuestra vida espiritual, empleada en su servicio: “¿Para qué, Señor, queréis
mis obras? Dijome: “Para ver tu voluntad, hija” (R 52).