XXXI Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Jueves
En la vida y en la muerte somos del Señor
I. Contemplamos la Palabra
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 14, 7- 12
Ninguno de nosotros vive para sí mismo ni muere para sí mismo: si vivimos,
para el Señor vivimos, y si morimos, para el Señor morimos. Por lo tanto, ya sea
que estemos vivos o que hayamos muerto, somos del Señor. Porque Cristo
murió y resucitó para ser Señor de vivos y muertos. Pero tú, ¿por qué juzgas
mal a tu hermano? ¿Por qué lo deprecias? Todos vamos a comparecer ante el
tribunal de Dios, como dice la Escritura: Juro por mí mismo, dice el Señor, que
todos doblarán la rodilla ante mí y todos reconocerán públicamente que yo soy
Dios. En resumen, cada uno de nosotros tendrá que dar cuenta de sí mismo a
Dios.
Sal 26 R/. El Señor es mi luz y mi salvación
El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién voy a tenerle miedo?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién podrá hacerme temblar? R/.
Lo único que pido, lo único que busco
es vivir en la casa del Señor toda mi vida,
para disfrutar las bondades del Señor
y estar continuamente en su presencia. R/.
Espero ver la bondad del Señor
en esta misma vida.
Ármate de valor y fortaleza
y confía en el Señor. R/.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 15, 1-10
En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a
escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: «Este
recibe a los pecadores y come con ellos.»
Jesús les dijo entonces esta parábola: «Quién de ustedes si tiene cien ovejas y
se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la
que se perdió hasta encontrarla? Y una vez que la encuentra, la carga sobre sus
hombros, lleno de alegría; y al llegar a su casa reúne a los amigos y les dice:
Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido. Yo les
aseguro: también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se arrepiente
que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse. ¿Y qué mujer hay
que si tiene diez monedas de plata y pierde una, ¿no enciende luego una
lámpara, barre la casa y la busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la
encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: Alégrense conmigo, porque
ya encontré la moneda que se me había perdido. Yo les aseguro que así también
se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se arrepiente.»
II. Compartimos la Palabra
En la vida y en la muerte somos del Señor
Es más que evidente que a Pablo le subyuga la pertenencia del creyente a Cristo
en todo el arco de su existencia, en la vida y en la muerte. La razón que nos da
es más que estimulante: Cristo Resucitado ha vencido la muerte, por ello es
fuente constante de vida y el seguidor de sus pasos vive en comunión con Él
enriqueciéndose con la fuerza pascual que nos orienta al Padre. Esta experiencia
es lo verdaderamente valioso del cristiano y de la comunidad creyente, y no las
polémicas y disensiones puntuales que la convivencia diaria pone de relieve y
que pueden desviarnos del objetivo salvador. Gracias a la muerte y resurrección
del Maestro, el discípulo sabe que la diana es el amor de y con Dios, que somos
de su pertenencia y que nuestra existencia debe orientarse hacia Él, nuestro
campo de juego y servicio.
Deja las noventa y nueve
¿Es posible aceptar la provocación salvadora de la gracia sin ponernos a cantar
la misericordia del Señor con todos los poros de nuestra existencia, con todos los
registros del corazón? Desde la misericordia, acogemos la página evangélica de
hoy y agradecemos el derroche de la misma que se ve en todos los santos y
santas de la Orden de los Frailes Predicadores cuya memoria celebramos hoy.
Porque el evangelio de Lucas remata en este texto su discurso sobre la
misericordia con tres parábolas, de las que sólo dos recoge nuestra lectura (La
tercera es la joya del Padre misericordioso o del hijo pródigo). Jesús de Nazaret
no se justifica ante las críticas por acoger a pecadores y publicanos, sino que
manifiesta que su preocupación primordial es que el amor del Padre se evidencie
en todas las personas, incluso las más alejadas, las que a los ojos de los
hombres parecen menos personas; porque el amor del Padre Dios restaura y
bendice. Además, la primera parábola nos brinda la oportunidad, si bien
forzando algo sus términos, de admitir el complejo de oveja perdida, porque la
certeza de que el Buen Pastor saldrá a nuestro encuentro es, en sí misma, una
experiencia de salvación, un disfrute de misericordia, porque se ha involucrado
en nuestra historia para buscar lo perdido y sanar lo enfermo.
Fr. Jesús Duque O.P.
Convento de San Jacinto (Sevilla)
Con permiso de dominicos.org