XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Pautas para la homilía
Vale la pena morir…cuando se espera que Dios mismo nos resucitará
Relaciones que transcienden los límites de la muerte
El Papa emérito Benedicto XVI gustaba reflexionar sobre la racionalidad de la fe, su
relaci￳n con la libertad. Escribía: “Dios es el origen de nuestro ser y cimiento,
cúspide de nuestra libertad; no su oponente (la fe verdadera potencia lo
verdaderamente humano, no lo degrada ni lo limita). Los hombres no podemos
vivir a oscuras, sin ver la luz del sol. Y, entonces, ¿cómo es posible que se le niegue
a Dios, sol de las inteligencias, fuerza de las voluntades e imán de nuestros
corazones, el derecho de proponer esa luz que disipa toda tiniebla?”
Cuando se plantean debates a cerca de los contenidos de la laicidad o del espacio
público de la religión católica, la comunidad de discípulos de Jesús debiera situarse
en la sociedad transmitiendo la intuición original de Cristo. Esa experiencia del Dios
de vivos que no se cansa de insistir en reproducir en las relaciones sociales el
modelo relacional trinitario: Una relación que transciende los límites de la muerte.
La comuni￳n de amor y vida que deja espacio al otro. De ahí que: “La Iglesia es ese
abrazo de Dios en el que los hombres aprenden también a abrazar a sus
hermanos”. Ese abrazo incluye un sentido de fraternidad universal, incluye a los no
creyentes. Si queremos ser fieles a Cristo no nos cansaremos de buscar por todos
los medios, hacer de la Iglesia una escuela donde aprender a abrazarnos…y donde
aprender a abrazar la VIDA con sus tensiones y su cruz. Conviene presentar
nuestra fe y nuestra propuesta de sentido, sabiéndonos aprendices, y no sólo
maestros. Hasta el momento de espirar nuestro último aliento estaremos
aprendiendo a vivir de la confianza en el Dios Trinidad. Esa confianza no es ciega,
por más que se oscurezca en algunas ocasiones.
La fe en la resurrección conlleva un modo de vida
La fe en la resurrecci￳n es ante todo un acto de fe en Dios Creador y “amigo de la
vida”, un Dios que nos ha hecho para la vida. “Nos hiciste Se￱or para Ti y nuestro
corazón estará inquieto hasta que no descanse en Ti”. “El que te creo sin ti, no te
salvará sin ti” (S. Agustín). Es al mismo tiempo un acto de fe en la capacidad
humana para la libertad y la autonomía (somos libres cuando escogemos el bien).
Es fe en la presencia amorosa de Dios en la historia de los humanos que culmina en
la Encarnación, muerte y resurrección del mismo Hijo de Dios.
¿Qué pasa cuando no se cree en la vida eterna? Que no se cree en Dios. Esto tiene
implicaciones en la vida terrena. Si sólo contamos con lo que podamos “acumular”
al cabo de nuestros a￱os…hay que afanarse; o disfrutar a tope, o deprimirse o
frustrarse si uno no cumple sus “sue￱os”, o aceptar con serenidad la condici￳n
humana limitada y sin horizonte. Pero entonces, como ya se preguntaba el autor
del libro de los Macabeos ¿qué pasa con las víctimas inocentes? ¿Mala suerte?
¿Quién y cómo les hará justicia? Las preguntas se propagan también entre los
creyentes:
¿Qué pasa cuando se olvida el artículo del Credo que Jesús menciona en el
evangelio de hoy? “creemos que ha de venir a juzgar a vivos y muertos”. ¿Qué
significa el juicio de Dios?
Responderlas requiere superar la escisión entre conciencia humana y conciencia
cristiana, entre existencia en este mundo temporal y apertura a una vida eterna,
entre belleza de las cosas y Dios como Belleza. Para ello podemos leer en los libros
de la Naturaleza, la Sagrada Escritura y la Liturgia.
Lo que podemos esperar ahora y en la eternidad
Cuando Cristo en el evangelio apela al “juicio” en la hora postrera, esa hora
confesada en el Credo, ¿qué nos querrá decir? Que debemos asumir la
responsabilidad de las propias decisiones. Más allá de la imagen de un tribunal con
juez, fiscal y abogado, significa que no todo da igual. Hablar del juicio de Dios
supone confrontarnos con nuestra verdad, con nuestras acciones y deseos; pero
también con nuestra capacidad de acoger el amor y la gracia, el perdón y la
misericordia. Ni la justicia ni la misericordia menoscaban el acto de fe en el amor
infinito de Dios.
Existe la posibilidad de malograr la vida. Pero existe sobre todo la capacidad de
reaccionar a tiempo y ahondar en la conciencia hasta hallar la paz. Para los
cristianos creer es antes que nada sentirse amado por Dios en Cristo. Quien se
siente amado confía en su Creador como Redentor y Padre de la misericordia.
Estar vivos es lo que importa, (pero no a cualquier precio o de cualquier modo),
estar vivo implica mucho. No se trata sólo de tener buena salud, sino de dejar una
huella de bondad en el género humano: agradecimiento, perdón, solidaridad,
compasión, deseo, paciencia, capacidad de goce y de resistencia. Ser cristiano
significa “saber lo que puedo esperar”… ahora y en la eternidad.
Fray
Xabier
Gómez
García
Real Convento de Ntra. Sra. de Atocha (Madrid)
Con permiso de: dominicos.org