Ciclo C: XXXII Domingo del Tiempo Ordinario
Rosalino Dizon Reyes.
Lo que el hombre no puede pensar nos lo ha revelado Dios por el Espíritu (1 Cor 2,
9. 10)
Tanto se le rechazó a Jesús que acabó crucificado. Ya que ningún siervo es más
que su amo, los cristianos nos encontramos también con gente que se nos oponen.
Cuestionan el núcleo de nuestra fe, calificándolo de absurdo. ¿Explicamos, con
mansedumbre, respeto y buena consciencia, nuestra esperanza?
Intentan unos saduceos atrapar a Jesús en una contradicción. Contesta que solo
les resulta absurdo creer en la resurrección a los que no se atreven a romper
esquemas y a ir más allá de su modo de pensar y vivir que proyectan en el futuro.
Quizás son «personas que no viven más que en un pequeño círculo» (san Vicente
de Paúl—XI, 397).
A saduceos modernos nos enfrentamos también (si bien no toda oposición significa
«signo de contradicción»—1 Pt 4, 15). Hay gente que gratuitamente suponen que
es una ilusión afirmar la resurrección. Se burlan de los creyentes; creen que la
búsqueda de la ciudad permanente venidera arrebata engañosamente los gozos y
las oportunidades del presente a los creyentes. Y no sin razón, pues tomamos no
rara vez la esperanza cristiana por paliativo, dejándonos manipular por los ricos
que se sirven de la cruz como ideología para oprimir a los indefensos.
Estos ricos son oponentes más peligrosos que los que nos insultan. Son
idolatrados. Representan poder, bienestar, seguridad, progenie más fuerte, selecta
y duradera, herencia concentrada. Encarnan las aspiraciones del hombre e influyen
en muchos. No somos pocos los que podemos admitir: «Por poco doy un mal
paso, casi resbalaron mis pisadas, porque envidiaba a los perversos, viendo
prosperar a los malvados» (Sal 73, 2-3). Bien nos exhorta san Bernardo:
«Teniendo a aquel que es nuestra cabeza coronado de espinas, nosotros, miembros
suyos, debemos avergonzarnos de nuestros refinamientos y de buscar cualquier
púrpura que sea de honor y no de irrisión».
Los verdaderos discípulos se salen de lo convencional; salen hacia Jesús, fuera del
campamento. Ellos cumplen con las paradojas de Jesús: «dichosos los pobres»;
«los últimos serán los primeros»; «el que se humilla será enaltecido»; «el que
quiera ser grande, sea vuestro servidor ᄏ; ᆱsi el grano de trigo … muere, da mucho
fruto». Ven al Hijo de Dios representado por los desvalidos (XI, 725).
Los auténticos cristianos no se consumen por buscar desenfrenada e
incesantemente los títulos de reverencia, los puestos de honor, lucro y poder, los
ascensos. La eucaristía, prenda de la gloria futura, les afianza en su esperanza en
el que les consuela, les fortalece y les resucitará para la vida eterna. No se portan
como los arribistas que viven como si la esperanza cristiana acabara con esta vida.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)