CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
2 de noviembre de 2013
2Mac 12, 43-46; Sal 24; 1Tes 4, 13-18; Jn 14, 1-6
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy la Iglesia hace memoria de los fieles difuntos y los lleva amorosamente a la
oración. Pero, en su solicitud por la humanidad, también recuerda en la oración a
todos los que han salido de este mundo y los confía a la misericordia del Padre, tal
como hicieron ya en la Primera Alianza Judas Macabeo y los suyos, de los cuales nos
hablaba la primera lectura. Los cristianos oramos por los difuntos desde la fe en "la
resurrección de la carne" y en "la vida eterna", tal como confesamos en el Credo.
Estamos en una sociedad que se encuentra cada día, en los telediarios, en los
periódicos y en las páginas digitales, con la muerte de muchas personas debido a
catástrofes, guerras, accidentes, homicidios, etc. Y, en cambio, es una sociedad que
tiende a hacer desaparecer la muerte de la propia vida, utilizando eufemismos para no
decir la palabra "muerte" relacionada con familiares y amigos, llevando los difuntos a
salas de vela donde es posible de no ver siquiera el cadáver, escondiendo a los niños
la realidad de la muerte de los familiares más íntimos, etc. En cambio, la muerte sigue
siendo el término de nuestra vida, al que estamos inexorablemente abocados. Somos
seres mortales (cf. Enzo Bianchi, Morire, l’ultima obbedienza che ci fa più uomini a
Avvenire , 28.10.2013 ).
Por ello, la celebración de hoy, además de ayudarnos a rezar por los difuntos, nos
presenta una perspectiva que debería orientar y dar sentido a nuestra vida; nos
presenta la dirección hacia la que debemos caminar, porque, rebasado el umbral de la
muerte, nos encontraremos con Jesucristo que nos examinará sobre nuestra vivencia
de las bienaventuranzas, sobre cómo habremos amado a los demás. Por eso el
Evangelio nos ha dicho que ya sabemos cuál es el camino que conduce a la casa del
Padre.
La muerte tiene siempre una dimensión de misterio. También en nuestra sociedad
tecnificada que lo quiere racionalizar todo. Ante esta realidad de la muerte que nos
espera a todos, las palabras del apóstol san Pablo en la segunda lectura nos ofrecen
una luz para entender el misterio de la muerte: No queremos que ignoréis la suerte de
los difuntos , dice, para que nos os aflijáis como los hombres sin esperanza, es decir,
los que no creen en una vida más allá de la muerte. Estamos en medio de muchos
contemporáneos nuestros incluso familiares y amigos, que -como la mayoría de los
paganos que rodeaban a los cristianos a los que escribe San Pablo- no esperan nada
después de la muerte. En cambio, los discípulos de Cristo creemos que, así como él
murió y resucitó, también Dios se lleva con Jesús a los que han muerto en Cristo , el
Señor, para que vivan con él. Jesús muerto y resucitado es, pues, la causa del vivir
como cristiano en esta vida y la causa de encontrar la vida en él después de la muerte.
Tal como enseña el apóstol, hay un germen en nosotros -iniciado en el bautismo- que
fructificará más allá de la muerte, en la plenitud de la comunión total con Jesucristo en
la gloria del Padre. Dicho de otro modo, hay una continuidad y un progreso entre la
vida en Cristo que ahora vivimos a través de la fe, y la participación futura en la
plenitud de su resurrección. En otras palabras lo decía Jesús en el evangelio que
hemos leído, dirigiéndose a los que ya habían hecho una opción de vida por él: me voy
a prepararos sitio , después volveré y os llevaré conmigo .
Ciertamente, no podemos ignorar la suerte de los difuntos . Y el Apóstol nos lo dice.
Habla, sin embargo, de los muertos en Cristo . De todos modos, esto no quiere decir
que sólo puedan participar de la vida para siempre en la gloria del Padre quienes en
este mundo han creído en Cristo. También los fieles a la Alianza que Dios hizo con el
Pueblo de Israel y, aún, aquellos que sin haber conocido a Cristo en su vida mortal
han vivido en fidelidad a su conciencia, todos, siempre gracias al misterio pascual de
Jesucristo, pueden llegar a la vida eterna. El Pueblo de la Primera Alianza y el de la
Segunda, que somos los cristianos, al morir, seremos examinados sobre cómo hemos
vivido nuestra fidelidad a la Palabra divina, en cambio, para quienes no han conocido a
Jesucristo, el examen último será sobre la coherencia de vida con lo que les decía la
conciencia (cf. LG 16; CEC 847).
También a nosotros nos llegará un día el momento de la muerte y nos será dado el
encontrarnos con el Señor. Este pensamiento nos debe ayudar a enfocar bien nuestra
vida, por ello san Benito dice que debemos "tener la muerte presente ante los ojos
todos los días" (cf. RB 4, 47). No para vivir en el temor, pues el juez será Jesucristo,
quien por amor ha dado la vida por nosotros, sino para ser conscientes de que en esta
vida estamos de paso y que nos conviene vivir de manera que, tras el examen final,
podamos ser admitidos a la felicidad de la gloria del Padre. Entonces será, también, el
momento de reencontrar cerca del Señor a nuestros seres queridos difuntos que ya
descansan en él.
Hoy los encomendamos a la misericordia divina, para que sean purificados de todo
aquello que les podría ser un impedimento para participar eternamente de la vida en
Cristo. De una manera concreta, en nuestra comunidad hacemos memoria de los
hermanos fallecidos este año, los PP. Oriol M. Diví y Pere Crisòleg Picas; lo hacemos
con el deseo de que les sea concedido vivir para siempre con Cristo.
San Pablo terminaba su enseñanza en el texto que hemos leído diciendo: consolaos,
pues, mutuamente con estas palabras ; las que había dicho sobre la resurrección de
los muertos. Y Jesús, pacificaba a los discípulos diciéndoles: no perdáis la clama .
Acojamos, pues, este mensaje de esperanza y de consuelo ante la muerte de
personas queridas, ante los accidentes y las catástrofes mortales, ante el misterio de
nuestra propia muerte. Y mientras ofrecemos el sacrificio eucarístico en sufragio de los
difuntos, nutrámonos con el alimento de vida eterna que son el Cuerpo y la Sangre del
Señor.