Comentario al evangelio del Martes 05 de Noviembre del 2013
Hermanas y hermanos:
Os invito a hacer una “lectio vocationalis” a partir del evangelio de hoy. La perspectiva vocacional no
es el enfoque exclusivo de esta parábola que recoge Lucas. Pero es apto y pertinente para cualquiera de
nosotros, sea cual fuere nuestra vocación específica. Encuentro cinco tesis que, por su claridad y
precisión, nos ayudarán a orar y a pensar.
Toda vocación es como una invitación a un banquete, a una fiesta singular. Dios nos llama a la
alegría, aunque no lo percibamos en un primer momento. María fue la primera que lo advirtió en
su personalísima vocación. Toda vocación tiene mucho de fiesta y de desmesura. No es un
acontecimiento de penitencia o de reparación. La tristeza no tiene cabida aquí.
La vocación no es una opción más ni en las oficinas de empleo ni en el escaparate de los deseos
egocéntricos. Requiere una invitación personal. Se necesita ser llamados por Alguien. Quien
invita traslada al invitado al territorio de una decisión trascendente y responsable. Éste podrá
aceptarla o rechazarla, pero nunca autoinvitarse.
Aunque no es como un manjar de buffet libre, la vocación no está reservada para una élite. Se
ofrece incluso a los pobres, a los tullidos, a los cojos, a los poco capacitados… a todos. Están
invitados también aquellos que se sienten disminuidos y excluidos… no solamente los buenos,
inteligentes y sanos. Dios elige a quien quiere. Hasta a los que no se lo merecen.
La aceptación o rechazo de la llamada de Dios tiene sus consecuencias. Y son graves. En nuestras
relaciones ordinarias rechazar la invitación de otro no trae, de ordinario, mayores consecuencias.
Con la invitación de Dios no ocurre lo mismo. Acoger o rechazar la invitación de Dios comporta
ganar o perder una ocasión preciosísima de dar sentido y de realizar la vida, que no es
comparable con nada.
Podemos autoengañarnos. Rechazar la vocación de Dios es un acto grave de irresponsabilidad.
Quien lo hace, suele jugar a la “excusitis”, que es aquello que los psicólogos llaman
“racionalización” y que, en cristiano, denominamos “autojustificación”. Se buscan pretextos y
coartadas para autoexcluirse. Otra forma de sortear la irreparable amargura del “no” a Dios, por
desconfianza o por autosuficiencia.
Pararnos a escuchar esa inmerecida invitación nos permite comprobar que nuestra pobreza, nuestro
límite, nuestras sombras no ahuyentan a Dios… sino que le permiten mostrarse como es Él: ¡espléndido!
Hermano en el Señor
Juan Carlos cmf
Juan Carlos Martos, cmf