Comentario al evangelio del Jueves 07 de Noviembre del 2013
Hermanas y hermanos:
Nos encontramos con los diez primeros versículos del famoso capítulo lucano de la misericordia; las
dos primeras parábolas: la oveja y la moneda perdidas. Junto con la del hijo pródigo aparecen
enmarcadas en un ambiente hostil de rechazo abierto a Jesús. Para los fariseos es imperdonable el
acoger a los pecadores y comer con ellos.
Sin su arrepentimiento y su promesa de enmienda previos no puede mantener trato con ellos. La praxis
de Jesús, al ir en otra dirección, motivaba el enfado supino y la dura oposición de aquel grupo de
letrados y fariseos. Estos no llegaron a entenderle jamás al mostrarles con hechos e historietas cómo es
el amor misericordioso del Padre Abbá.
El amor misericordioso de Dios–como todo verdadero amor- es siempre «débil». Se sitúa a
las antípodas del control y de la posesividad que asfixia al amado, impidiéndole desplegar su
libertad inviolable. Una oveja se puede perder, las monedas se pueden extraviar… y un hijo se
puede ir de casa. No están bajo control. La posibilidad inevitable de pérdida o fuga no destruye el
amor inmenso de Dios.
El amor misericordioso de Dios –como todo verdadero amor- sabe acoger en sus entrañas el
dolor. El Abbá no es de acero inoxidable. No es ni indiferente ni insensible. La pérdida de uno
solo de sus hijos –¡¡de uno solo!!- hiere su corazón de padre compasivo. Para Él, cada uno de
nosotros tiene tanta importancia y valor como todo el conjunto de la humanidad. Nadie queda
excluido. Dios jamás desprecia a ninguno de sus hijos e hijas.
El amor misericordioso de Dios –como todo verdadero amor- está preñado de esperanza y
de alegría. ¡Qué aluvión de alusiones a la alegría por el reencuentro aparece en estas parábolas!
Ejercitar la misericordia es una práctica audaz (tiene sus riesgos) y peligrosa (el otro puede
despreciarla o abusar de la bondad); pero siempre culmina en gozo; un gozo contagioso que se
transmite a otros.
Un rabino, de nombre Cordovero en una de sus obras enumera Trece Atributos de Misericordia, que
debemos esforzarnos por imitar: (1) Tolerancia; (2) Paciencia con los demás; (3) Perdonar; (4) Buscar
el bien en los demás y para los demás; (5) No guardar la ira; (6) Realizar actos de bondad; (7) Amar y
buscar el bien para alguien que te ha hecho daño y ahora desea rectificar ese daño (perdonarlo no es
suficiente); (8) Recordar las buenas acciones de los demás y olvidar las malas que cometen; (9) Sentir
compasión por los demás, incluso por la gente malvada; (10) Actuar con honestidad; (11) Actuar con
bondad e indulgencia hacia los demás (no insistir en aplicar "la letra de la ley" sobre los demás); (12)
Ayudar a los demás a arrepentirse y no guardarles rencor; (13) Buscar maneras de mostrar misericordia
y compasión a los demás, aunque uno no encuentre en ellos ningún factor atenuante.
Hermano en el Señor
Juan Carlos cmf
Juan Carlos Martos, cmf