Comentario al evangelio del Lunes 11 de Noviembre del 2013
Si tu hermano te ofende siete veces en un día...
Si mi hermano me ofende siete veces en un día, es que la tiene tomada conmigo.Si mi hermano me
ofende siete veces al día... dan ganas de soltarle cuatro cosas bien dichas.
El Evangelio de Jesús me da «permiso» para reprenderle». Menos mal.
Aunque no es tan frecuente que te pidan perdón otras tantas veces.
Entiendo que ante esta desmesurada pretensión de Jesús de perdonar otras tantas veces, los apóstoles
reaccionen pidiéndole que le aumente la fe. Porque sí, hace falta mucha fe para perdonar, y además no
sentirse un poco «tonto» (por poner una palabra «suave»).
Perdonarle no significa decir que lo que me has hecho no tiene ninguna importancia. Quizá la tiene. Y
además duele.
Perdonar no supone automáticamente que se cierren las heridas, que aquí no ha
pasado nada y que vuelves a ser mi hermano querido del alma. Esto a veces necesita mucho tiempo.
No por echar agua oxigenada y Betadine en una herida, ésta se cura de golpe. Las cicatrices exigen
paciencia y cuidados. Es posible que las cosas nunca vuelvan a ser como antes. Es posible que los
problemas sigan ahí. Y es normal que uno sea precavido, y procure evitar la ocasión de que te zumben
de nuevo donde te duele.
Perdonar quiere decir que no estoy dispuesto a seguir relacionándome contigo desde esas fuerzas
oscuras que brotan tan espontáneas del corazón, cuando se siente herido.
Perdonar quiere decir renunciar a devolverte con la misma moneda. Porque en ese caso le estoy dando
poder sobre mí: me está imponiendo un comportamiento que no deseo, y que nuevamente me hace
daño. Si utilizo sus mismas armas... me ha vencido, ha «manipulado» mis comportamientos, ha dejado
que se almacene en mí la agresividad y el resentimiento. Y porque no quiero que sea así, «perdono».
Aunque pueda tener la sensación de que estoy siendo un poco «bobo» perdonando tantas veces al día,
no se trata de un acto de debilidad: es un acto de fuerza. Porque me enfrento con todo aquello que
quiero arrancar de mí, y porque decido tratarte de manera nueva, constructiva. A ver si así «desactivo»
tu empeño en meterte conmigo.
Y perdono porque recuerdo el bien que me ha hecho cuando yo me he sentido perdonado: es decir,
acogido y querido a pesar de mis errores y limitaciones, de los malos días que uno tiene, y hasta con la
posibilidad de ser incapaz de cambiarlos.
Esto es algo que Dios nos hace experimentar cada vez que somos sinceros con nosotros mismos, y
como un pobre, sin poderlo exigir, solicitamos a Dios que espere, que ya cambiaremos, que nos hemos
propuesto ser mejores... y él nos dice: ¡Deuda cancelada! ¡Se acabó! Empieza de nuevo y no te
acuerdes más de todo eso que tanto te duele y avergüenza.
Al perdonar intentamos llevar a otros la experiencia de lo que Dios hace continuamente conmigo.
Porque a él sí que le fallo yo mucho más de siete veces al día. El perdón recibido se convierte en una
dinámica contagiosa cuando yo procuramos acoger, comprender y dar una nueva oportunidad al otro a
pesar de todo... simplemente porque le quiero, y porque es mi hermano... Aunque no creo que se me
pueda reprochar, cuando mi fe no es suficiente, cuando mi capacidad de aguante llega al límite... que
ponga tierra por medio y evite la ocasión de que me «fastidien» de nuevo. Mientras sigo pidiendo:
«Señor, auméntame la fe». Porque tengo que reconocer que a veces perdonar es más difícil que
trasplantar moreras al mar.
Enrique Martínez cmf
Enrique Martínez, cmf