Ciclo C: XXXII Domingo del Tiempo Ordinario
Pedro Guillén Goñi, C.M.
La gran lección que el Señor nos ofrece en el evangelio de hoy es la certeza de la
resurrección. Anticipa, por tanto, su propia experiencia de vivir en plenitud al dejar
este mundo en la respuesta rotunda que da a los saduceos cuando le preguntan
qué sucederá después de morir. La resurrección del Señor es solidaria y anticipa
nuestra propia resurrección.
La idea central del texto del evangelio que leemos es: ”Dios no es de muertos sino
de vivos, porque para Él todos viven” (Lc. 20, 38). Las palabras de Jesús nos llenan
de optimismo y alegría. La partida hacia la eternidad no es a un vacío sin sentido, a
una nada absoluta, sino al encuentro con Dios que nos acoge con sus brazos de
misericordia y perdón y con aquellos hermanos y amigos nuestros que nos
precedieron en el signo de la fe, que confiaron igualmente en Dios, y que ahora
descansan en el sueño de la paz.
La forma de vivir “el más allá” es un misterio inabordable para la mente humana.
Sin embargo, eso no nos debe preocupar mucho y menos angustiar. Debemos vivir
a plenitud en el presente porque el Dios verdadero es siempre fuente y defensa de
la vida. No es un Dios destructor, sino un Dios que crea la vida, la sostiene y la
lleva a su plenitud.
Para alcanzar la vida eterna debemos permanecer en este mundo como si ya la
viviéramos, en estado permanente de encuentro vivencial con el Señor resucitado.
Relativizar nuestros miedos, dominar nuestras angustias, revitalizar la esperanza,
serán actitudes fundamentales que deberemos tener presente para que el Señor de
la Vida influya decisivamente con su gracia y espíritu. Luchar contra la cultura de la
muerte, defender la vida desde el instante de la concepción hasta que el Señor nos
llame son también llamadas de atención a la luz del mensaje que el Señor nos
exhorta en el evangelio.
Frente a la angustia de quien no ve sentido ni salida a esta vida; frente a la forma
de vivir de quienes piensan que la muerte cierra el paso a la vida, los cristianos
tenemos que testimoniar la certeza y la esperanza de la vida con Dios tanto en el
presente como en la eternidad.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)