Ciclo C: XXXII Domingo del Tiempo Ordinario
Mario Yépez, C.M.
Creer en un Dios de vivos
El siguiente fragmento del segundo libro de los Macabeos es el testimonio más
antiguo en la Sagrada Escritura acerca de la resurrección. El contexto es la defensa
de los Macabeos con muchos judíos contra la invasión de los griegos que se dio en
el siglo II a.C. La reflexión judía en torno a la resurrección empieza a confrontarse
a partir de la influencia del pensamiento griego y una posterior meditación acerca
de la justicia retributiva que empezaba a cuestionarse. Las terribles circunstancias
que acaecieron con la profanación del Templo y las persecuciones contra los judíos
celosos por parte de los seléucidas ocasionaron un nuevo cuestionamiento sobre su
condición de pueblo elegido. Así, a pesar de que muchos tuvieron que derramar su
sangre manteniéndose en fidelidad a las normas de los antepasados que son en
definitiva las leyes dadas por Dios, se empieza a afirmar que la muerte no es el
final pues la justicia de Dios tiene que prevalecer frente al odio y el crimen de los
paganos. Los testimonios que recogen los escritos de los Macabeos no sólo se
convierten en alicientes para los judíos de todos los tiempos en cuanto a
mantenerse fieles a Dios y al cumplimiento de sus leyes sino que también abren la
perspectiva de una retribución que trasciende los avatares de nuestro tiempo. Por
ello, este fragmento del martirio de la madre y sus siete hijos refleja el abierto
desafío al poder extranjero que ha pretendido ocupar el lugar de Dios a partir de la
fidelidad y la esperanza en la vida eterna. La resurrección pasa a ser una doctrina
asumida por muchos judíos, y entre ellos, los fariseos, por la que se deja en las
manos de Dios su juicio imparcial creyendo que la justicia de Dios debe imponerse
a toda realidad de maldad.
Pablo exhorta a mantenerse fieles en el Señor Jesucristo y en nuestro Padre Dios
quien nos consuela en toda circunstancia adversa y nos confirma por las obras
buenas que realizamos. Hay una clara advertencia frente al peligro de quienes
pueden confundirnos y desorientarnos poniendo en riesgo nuestra fe. Por ello, es
preciso confiar en la acción de Dios en nuestras vidas, dejarnos persuadir por
aquello que nos fortalece: su amor y el ejemplo de paciencia de Cristo Jesús. Esta
confianza expresada por Pablo no está ajena a la promesa de la parusía, por lo que
siente la obligación de advertir que debe ser una espera activa y confiada porque el
Señor está cerca.
Lucas recoge este diálogo que tiene con los saduceos, grupo judío que negaba la
resurrección, quienes proponen un caso ante la norma por la cual los hermanos
podían dar descendencia de la mujer de su hermano muerto. La respuesta de Jesús
que es presentada de forma particular por el evangelista apunta a diferenciar las
realidades de este mundo con la realidad venidera. Hay un nivel difícil de
comprender pero que se convierte en la esperanza del cristiano que puede
trascender esta realidad caduca y finita por la fe en un Dios que es Dios de vivos y
no de muertos; un Dios que se ha revelado en el pasado pero cuya promesa se
mantiene latente en perspectiva de futuro.
La fe en la resurrección es central en nuestra vida cristiana. En ella descansa toda
nuestra esperanza en el triunfo definitivo del bien sobre el mal, de la verdad sobre
la mentira, de la justicia frente a la injusticia, del amor frente al odio. No es un
invento para continuar, sino más bien es una verdad que nos
impulsa a confiar que todo debe tener un sentido. Es obvio que la muerte se
convierte en el punto de inflexión de la vida del ser humano y más aún del creyente
que se cuestiona vivamente acerca de esta realidad. La convicción de saber que
hay algo más al cruzar el umbral de la muerte, permite que el cristiano afronte de
un modo distinto todas las realidades que le atañe y por supuesto una de ellas es
indefectiblemente la muerte. Esto debería ayudarnos a avivar nuestro deseo de
Dios, de tal modo de aquello que en antiguo representaba el distanciamiento del ser
humano en relación a Dios pues con sólo mirarlo le acarrearía la muerte; desde la
esperanza cristiana, unido al deseo del salmista, sólo me mueve el contemplar
algún día el “rostro de Dios”. Lo hermoso de esta espera paciente es que ya
podemos ver rasgos de ese semblante en este mundo, que nos podrá de seguro
ayudar a identificar en el día definitivo al Dios de vivos, pues: “al despertar me
saciaré de tu semblante, Señor”. Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)