XXXIII Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Introducción a la semana
Esta semana la ocupan fragmentos de los dos libros de los Macabeos, escritos
que hablan sobre todo del reinado cruel de Antíoco IV Epífanes, a mediados del
siglo II antes de Cristo. Hay una confrontación violenta entre el judaísmo más
tradicional y las costumbres del helenismo que impone el rey y a las que se
pliega gran parte del pueblo apóstata. Respetar contra viento y marea las
prescripciones de la ley judía les cuesta la vida a muchos israelitas fieles; entre
ellos, al anciano Eleazar y a los siete hermanos macabeos con su madre:
páginas trágicas y admirables de fe heroica en el Dios de Israel, que se han
considerado preludio elocuente del martirio cristiano. En labios de aquella madre
ejemplar aparecen, además, dos grandes verdades de fe: la creación “de la
nada” y la resurrección de los que murieron por mantenerse fieles a sus
convicciones. La purificación y consagración del templo, después de una sonada
victoria sobre los enemigos, es un símbolo de la restauración de las antiguas
tradiciones patrias. El mismo rey Antíoco morirá triste y deprimido, reconociendo
sus excesos con los judíos.
Siguen narrándose los signos mesiánicos de Jesús: abre a un ciego no sólo los
ojos del cuerpo, sino los de la fe; provoca en el publicano Zaqueo una
conversión magnánima; corrige la precipitada expectación de los que piensan
que la venida definitiva del Señor será inminente y triunfal y no hacen fructificar
cada día los dones de Dios; predice la destrucción de Jerusalén por no haber
querido acoger su palabra; enseña en el templo, a pesar de que la amenaza de
los dirigentes del pueblo se cierne sobre él; y responde a la pregunta irónica de
los saduceos afirmando el verdadero sentido de la resurrección.
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