XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Domingo
a.- Mal. 3, 19-20: Os alumbrará el sol de justicia.
En la primera lectura, vemos cómo Yahvé responde a las inquietudes de los
hombres, pero donde puede verse, la pésima condición en la que se hallaba el
pueblo de Israel. El profeta denuncia el comportamiento impío de los sacerdotes
(cfr. Ml. 2,1-9), y del pueblo (cfr.Ml. 2,10-16), pero hay un llamado al
arrepentimiento (cfr. Ml. 3,7-15), y el anuncio del día de Yahvé (cfr. Ml. 3, 16-4-3).
Israel es presumido y se defiende ante Yahvé (cfr. Ml.3, 13-15). Se trata de la
prosperidad de los malvados y el dolor que padecen los justos. Yahvé en su eterna
sabiduría, conoce sus pensamientos, por lo tanto, en el Libro de la Vida escribe el
nombre de aquellos que le temen y cuida de ellos, son su herencia, su propiedad.
En el día de Yahvé, ellos serán custodiados, día de la justicia en que brillará por
sobre tantas injusticias humanas. Será una jornada terrible, día de purificación, de
fuego, “ardiente como horno” (v. 19); los injustos perecerán, serán como paja que
Dios mismo, como fuego los consumirá, no quedará de ellos “ni rama ni raíz” (v.
19). Para cuantos honran el nombre de Yahvé, llega un día sin ocaso, día de
justicia, como en la era mesiánica, donde la justicia será para todos. Es el sol de
Justicia que alumbrará a los hombres en lo interior, para que sus en sus obras se
refleje la justicia con su prójimo. Ese es el comienzo del día del Señor, cuando vino
el Sol de Justicia (cfr. Lc.1, 78-79), Cristo Jesús; a nosotros ahora nos corresponde
dejarnos iluminar, ser luz con nuestras obras en medio de nuestro prójimo.
b.- 2 Tes. 3,6-12: El que no trabaja que no coma.
El apóstol exhorta a la comunidad sobre diversos temas de trabajar, llevar una vida
ordenada y tranquila, no meterse en la vida de los demás, en definitiva, se trata de
imitar a Pablo, que a su vez ha imitado a Cristo (vv. 7-9; cfr. 1Tes.4,11-12; 2,9;
2Tes.3,6; 4,1; 5,12; 1Cor.4,16; Gál.4,12; Flp.3,17). Al estar tan cercano el día del
Señor, da la impresión que algunos no se preocupaban de trabajar, pero
metiéndose en todo; vivían entonces a expensas de otros miembros de la
comunidad. Era una forma equivocada de entender la venida del Señor, por eso se
les exhorta a que si no trabajan, que no coman. El sentido común es asumido por el
evangelio, para que trabajen y coman su propio pan, glorificando con sus vidas y
trabajos a Dios (v.12). Exhorta también a los hermanos, a no perturbar la paz de
la comunidad, no desconoce que existan diferencias entre los hermanos, pero
siempre habrá que buscar el común acuerdo, para bien de todos los hermanos.
c.- Lc. 21,5-19: Ruina de Jerusalén. Señales precursoras.
El evangelio tiene un sabor apocalíptico, sobre el fin de Jerusalén. Encontramos dos
momentos: la ruina de Jerusalén a manos de los paganos (vv.5-7), y las señales
precursoras de ello (vv.8-19). El evangelio, nos habla de la ruina de Jerusalén.
Presenta a Jesús, todavía en el templo enseñando a sus oyentes. Uno de ellos
alaba la belleza del recinto sacro por su grandiosidad, suntuosidad, magnificencia
de su arquitectura, el tesoro del templo había aumentado con las buenas
donaciones de los ricos. Jesús no responde al comentario directamente, sino que
hace el anuncio de su destrucción: no quedará del templo piedra sobre piedra
(v.6); el templo será destruido (cfr. Lc.19, 43), más tarde señalará, antes que pase
esta generación (cfr. Lc. 21, 32). Dios no mira las hermosas piedras de la
construcción, sino que busca al pueblo para ver si encuentra morada en medio de
él (cfr. Miq. 3,9-12; Jer.7, 14; 26,18; Ez. 24,21). La destrucción del templo y la
caída de Jerusalén, ya acaecida, cuando escribe Lucas, sería el trasfondo de este
relato y la actitud de Jesús de querer rechazar los falsos anuncios apocalípticos. La
pregunta era obvia (v.7), luego que Jesús anunciara la ruina del templo, quieren
saber no sólo del hecho, sino cuándo, ya que pensaban que la ruina del templo, iba
acompañada de otros signos que afectaban también a la ciudad (cfr. 2Re.19, 29-
31). La destrucción del templo, la venida de Jesús y el fin del mundo están muy
relacionados entre sí (cfr.Mc.13,4; Mt.24,3). Leemos este discurso como lo leyó el
evangelista: la venida de Jesús está próxima, la caída de Jerusalén ya fue, mientras
no se cumpla, toda predicción es oscura, aguardamos el cumplimiento de la otra
parte. En un segundo momento Jesús da las señales precursoras: la primera señal
será, que muchos vendrán a usurpar su Nombre (v.9), varios mesías que
realmente aparecieron ante la caída de Jerusalén: hablaban en nombre de Dios,
como lo hicieron los falsos profetas, Jesús enseña que no sigan sus pretensiones.
Encontramos otros textos y la invitación a no creer en sus palabras sobre la
llegada inminente del fin, pues el tiempo que viene se relaciona más con la espera
vigilante y creativa que con la consumación final (cfr. 2Tes. 2,1s; Hch.5,36-37;
Mc.1,15; Lc.12, 45; 19,11). La segunda señal (v.10), será la proliferación de
guerras y calamidades, más allá de Jerusalén, pero no se deben alarmar, porque
todo está dentro del plan salvífico de Dios, antes del día final (cfr. Dn. 2,28). El
problema está en saber si esas calamidades sucederán dentro del judaísmo, antes
de la caída de Jerusalén, o es el comienzo de fin del mundo con esas señales
precursoras en una visión de conjunto de lo vivido, y que se vive también hoy:
guerras, hambre, persecución de los cristianos, etc. Lo verdaderamente importante
es que estos acontecimientos son previos, al final, tiempo de Juicio, pero también,
de tomar una decisión frente a la fe en Cristo Jesús. La tercera señal, se refiere a
la persecución de la Iglesia, concretamente de los apóstoles, de parte de las
autoridades judías y paganas (cfr.Hch.4,1-3;cfr.5,18;8,3;12,4; 16,22;18,12;24,1;
25,1; 26,1); los discípulos todo lo soportan por el Nombre de Jesús, pero salían
alegres de padecer por el testimonio de Jesús ante el Sanedrín (cfr.Hch.3,6;
4,12.17;5,28; 8,12.16; 9,14). La persecución tiene la ventaja, no sólo de confesar
el Nombre de Jesús, sino de dar testimonio a favor de Cristo Jesús (cfr. Hch.8,1-4;
11,19; 15,3; flp.1,12s). La defensa corre por cuenta del propio Jesús, que les dará
una elocuencia y sabiduría ante los tribunales. No quedan abandonados a la retórica
humana, sino colmados de palabras ungidas de virtud y sabiduría divina. Es la
acción del Espíritu, que les enseñará lo que deben decir a sus perseguidores
(cfr.Mt.10, 20; Mc.13, 11; Lc.12,2; Hch,6,10; Jn.13,15). La última señal, se refiere
a los parientes que se convierten en traidores, contra los discípulos de Cristo, y los
entregan a los tribunales por el Nombre de Jesús, causa por la que serán odiados.
En ese momento Esteban y Santiago habían dado la vida por Cristo (cfr. Hch.7,54-
60; 12,2). La exhortación final, es la perseverancia y paciencia, el martirio es culto
tributado a Dios, el tiempo de la Iglesia es tiempo de persecución hasta el final de
los días. La fe del pueblo santo aporta salvación, y todo por designio de Dios
redunda en bien de los suyos (cfr.Ap.13, 10; Rm.8, 28). Es la esperanza la que nos
sostiene, iluminada por la fe y el amor del Señor Jesús.
Santa Teresa de Jesús, comentando las palabras, “Venga a nosotros tu reino” y
hablar de la oración de quietud nos invita a vivir la esperanza teologal le da a
pregustar los bienes del reino que no acabarán. “Parece que voy a decir que hemos
de ser ángeles para pedir esta petición y rezar bien vocalmente. Bien lo quisiera
nuestro divino Maestro, pues tan alta petición nos manda pedir, y a buen seguro
que no nos dice pidamos cosas imposibles; que posible sería, con el favor de Dios,
venir un alma puesta en este destierro, aunque no en la perfección que están
salidas de esta cárcel, porque andamos en mar y vamos este camino. Mas hay
ratos que, de cansados de andar, los pone el Señor en un sosiego de las potencias
y quietud del alma, que, como por señas, les da claro a entender a qué sabe lo que
se da a los que el Señor lleva a su reino; y a los que se les da acá como le pedimos,
les da prendas para que por ellas tengan gran esperanza de ir a gozar
perpetuamente lo que acá les da a sorbos.” (CV 30,6).