XXXIII Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Viernes
Lecturas bíblicas
a.- Ap. 10,8-11: Cogí el librito y me lo comí.
b.- Lc. 19, 45-48: Purificación del templo.
En este evangelio, encontramos a Jesús en el templo de Jerusalén, meta de todo su
peregrinar hacia la ciudad santa; Jerusalén vale por el templo, y éste recibe su
gloria por la presencia de Yahvé. Su ingreso le da un nuevo sentido al recinto sacro;
se cumplen las palabras del profeta: “He aquí que yo envío a mi mensajero a
allanar el camino delante de mí, y enseguida vendrá a su Templo el Señor a quien
vosotros buscáis; y el Ángel de la alianza, que vosotros deseáis, he aquí que viene,
dice Yahveh Sebaot. ¿Quién podrá soportar el Día de su venida? ¿Quién se tendrá
en pie cuando aparezca? Porque es él como fuego de fundidor y como lejía de
lavandero. Se sentará para fundir y purgar. Purificará a los hijos de Leví y los
acrisolará como el oro y la plata; y serán para Yahvé, los que presentan la oblación
en justicia. Entonces será grata a Yahvé la oblación de Judá y de Jerusalén, como
en los días de anta￱o, como en los a￱os antiguos” (Ml. 3,1-4). Este día trae la
sentencia, pero además la salvación. Jesús, no es movido por fuertes sentimientos,
ni por palabras, sino por el cumplimiento de la acción profética: expulsar a los
vendedores, los negocios desdicen el sentido de ser la Casa de Dios (cfr. Is.56,7).
Tras ellos debían marcharse las autoridades religiosas, que habían permitido ese
comercio, habían convertido los judíos la Casa de Dios en un lugar de cambio de
monedas, para pagar el tributo anual al templo y comprar los corderos para los
sacrificios. Si bien se puede entender este comercio como necesario, por los ritos,
que debían hacer para honrar a Yahvé; desde la perspectiva de Jesús, entiende el
templo como Casa de su Padre, espacio de oración y encuentro con Dios, todo ello
resultaba inmoral. Al lucrarse con ello, las autoridades religiosas, habían convertido
el templo en guarida de ladrones; se cumple que en ese día de palabra y obra, que
ese día no quedará más mercader en el la Casa de Yahvé (cfr. Jr. 7,11; Zac.
14,21). Se restaura el culto a Yahvé, no al dinero, será el templo para todas las
naciones, y Jesús lo consagra con su presencia y acción mesiánica, antes que sea
destruido, puesto que la Iglesia comenzará ahí sus reuniones para la oración diaria
(cfr. Hch.2,46; 3,1; 5,20.21.25.42; 21,16). En el templo de Jerusalén, es adonde
llevaron a Jesús cundo niño para presentarlo a Yahvé, ahí resonaron las promesas
del anciano Simeón, y de adolescente cuando conversaba con los doctores de la ley
y quedaban admirados de tanta sabiduría (cfr. Lc. 2, 22; 25-38). Ahora, es también
en el templo, donde termina su peregrinar pero su significado religioso había
concluido (cfr. Hch. 5, 12). Para el cristiano su verdadero hogar es la Iglesia,
espacio de comunión en la fe y en el amor, pero también, la sociedad donde
vivimos nos movemos y existimos como espacio para llevar el evangelio y
realizarnos. Finalmente, el misterio de Jesús, es el destino de todo cristiano, tienda
de encuentro, desde que nos espera a la diestra del Padre y nos envía su Espíritu
para alcanzar esta meta, fin del camino.
Teresa de Jesús, descubre que es el amor lo que nutre el culto a Dios, lo que nace
del corazón del hombre hace de la liturgia espacio para la fe y la oración. Es el
Espíritu, la fuente de donde germina el amor divino, que celebramos en nuestras
asambleas eclesiales con la Palabra y la Eucaristía. “Para aprovechar mucho en este
camino de oraci￳n…no está la cosa en pensar mucho sino en amar mucho” (4M
1,7).