XXXII Domingo del Tiempo Ordinario/C
La resurrección de los muertos
El día primero recordamos a los Santos, los que ya están gozando de Dios. El día 2,
tuvimos un recuerdo especial por los Difuntos. Hoy las lecturas nos hablan otra vez
de la vida futura a la que todos estamos destinados.
¿Cuál es y cómo el destino último del hombre? A esta inquietante pregunta trata de
responder la liturgia de este domingo. Jesús nos enseña que el destino es la vida,
pero que esa vida en el más allá no se iguala a la vida terrena (evangelio). El
martirio de la madre y sus siete hijos en tiempo de la guerra macabea ofrece al
autor sagrado la ocasión para proclamar vigorosamente la fe en la resurrección
para la vida (primera lectura). Pablo pide oraciones a los tesalonicenses para que
“la palabra del Se￱or siga propagándose y adquiriendo gloria” (segunda lectura),
una palabra que incluye la suerte final de los hombres ante el Juez supremo, que es
Dios.
En el Evangelio de hoy Jesús expone su enseñanza sobre la resurrección de los
muertos. Esta enseñanza adquiere mayor relieve por estar en un contexto
polémico: “Se acercaron algunos de los saduceos, los que sostienen que no hay
resurreci￳n”. Le presentan el caso de una mujer que fue sucesivamente esposa de
siete hermanos y con ninguno tuvo descendencia, y le preguntan: “﾿De cuál de
ellos será mujer en la resurrecci￳n? Porque fue mujer de los siete”. La dificultad del
caso proviene de suponer que en la resurrección la condición de los hombres y
mujeres será idéntica a la que tenemos en esta tierra. Jesús afirma que ¡no será
igual! Una diferencia esencial es que aquí nuestro cuerpo está sujeto a la muerte y
la corrupci￳n; en cambio, después de resucitar, nuestro cuerpo no muere: “Se
siembra corrupci￳n, resucita incorrupci￳n… En efecto, los muertos resucitarán
incorruptibles” (1Cor 15,42.52). Allá no será necesaria la procreaci￳n, porque ya no
mueren: “Ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son
como ángeles”.
En la resurrección cesará la procreación; cesarán, por tanto, la institución del
matrimonio y el amor conyugal. Los resucitados no serán ángeles, serán siempre
seres humanos; pero serán “como ángeles”. Por eso en la resurrecci￳n no habrá
ninguna dificultad en la convivencia de la mujer con los siete hermanos que en la
tierra la tuvieron como esposa.
Los cristianos podemos formular nuestra fe en la resurrecci￳n: “Omnis vivam”
(viviré todo entero). Nuestra fe nos dice que el ser humano resucitará en su
integridad. Hay, por tanto, una continuidad innegable entre el hombre histórico,
que muere y vuelve al polvo, y el hombre resucitado. Resucitará el hombre y la
mujer que ha pisado esta tierra, que ha amado, que ha hecho el bien, que ha
procreado y educado a sus hijos, que ha trabajado para poder vivir, que ha muerto
besando un crucifijo o rezando el rosario.
Si alguien pusiera en duda o negara esta continuidad, ¿en qué consistiría entonces
la resurrección de los muertos? ¿No sería tal expresión un simple sonido sin
sentido? Al mismo tiempo nuestra fe nos dice que la continuidad no equivale a
igualdad. Nuestro polvo revivirá, pero trascendido. Seremos íntegramente hombres,
pero nuestra vida no estará ya sometida a la condición histórica. El hombre entero
vivirá en la condición de los ángeles, porque su misma dimensión corpórea quedará
penetrada y como transformada por la dimensión espiritual, y principalmente por el
Espíritu de Dios.
La resurrección de los muertos es un mensaje de esperanza. Para el creyente, el
tesoro más precioso no es la vida que se tiene, sino la que se espera. Con todo, la
vida actual es preciosísima. ¿Cómo no va a serlo, si en ella el hombre se juega toda
la eternidad? La esperanza cristiana no hace vivir ajenos a la realidad del mundo y
de la historia, sino enteramente entregados a hacer historia: historia de salvación.
Construir la historia es tarea tarea de quien cree en el Señor de la historia y en la
marcha de la historia a su desembocadura final.
Sí, como cristiano, espero en que Dios abrirá las puertas de la eternidad a mi
mente, a mi corazón, a mi cuerpo, a mi vida. Porque la esperanza cristiana en la
resurrección es mensaje de vida en plenitud, de presencia viva ante el mismo Dios
vivo. Es vivir sin reloj ni cronología, estando siempre con el Señor, como
sumergidos en el océano mismo de la Vida.
El mensaje cristiano es un mensaje de esperanza, porque anuncia el triunfo de la
vida sobre el tiempo y sobre el mal, el triunfo de Dios sobre todos sus enemigos, el
último del cual es la muerte. Este mensaje no se lo ha inventado la Iglesia,
proviene del Dios “que nos ha dado gratuitamente una consolaci￳n eterna y una
esperanza dichosa” (segunda lectura). ᄀVale la pena testimoniar con palabras y
obras este mensaje de esperanza!.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)