Comentario al evangelio del Jueves 21 de Noviembre del 2013
La primera lectura de hoy termina diciendo: Por entonces, muchos bajaron al desierto para instalarse
allí, porque deseaban vivir según derecho y justicia.
También hoy los cristianos nos encontramos con ambientes difíciles donde poder vivir nuestra fe, pero
no se trata de huir o de esconderse. Sabemos que lo que convence y arrastra no son las lindas palabras,
sino las obras de amor hacia los demás, la solidaridad con el más débil y abandonado.
Con frecuencia aparecen noticias de enfrentamientos entre cristianos y musulmanes en Egipto, entre
cristianos e hindúes en la India… Y ciertamente da mucha pena ese odio por motivo del credo religioso.
Por eso es más llamativa la obra de la Beata Teresa de Calcuta que supo ganarse el corazón de
personas nada amigas de los cristianos. A Madre Teresa de Calcuta le fue confiada la misión de
proclamar la sed de amor de Dios por la humanidad, especialmente por los más pobres entre los
pobres. “Dios ama todavía al mundo, decía , y nos envía a ti y a mí para que seamos su amor y su
compasión por los pobres”. Fue un alma llena de la luz de Cristo, inflamada de amor por Él y ardiendo
con un único deseo: “saciar su sed de amor y de almas” . Ese mensaje todos lo entendieron y
respetaron. No son las ideas las que nos hacen hermanos, sino los sentimientos y afectos, los gestos de
amor.
San Lucas en el evangelio nos pone delante a Jesús que llora y se lamenta por su querida ciudad de
Jerusalén que no ha reconocido ni aceptado la visita de Dios que la quiere salvar y preservar de la
destrucción. Él, como buen judío, ama con un cariño especial a la Ciudad Santa, en cuyo templo reside
la gloria del Dios de Israel. Jesús sabe que allí están todos los elementos necesarios para realizar el
plan de Dios; pero la realidad es que la ciudad se ha convertido en símbolo de la obstinación y el
rechazo a todo lo que tuviera que ver con la voluntad divina, y esto le atraerá la perdición, pues de ella
«no dejarán piedra sobre piedra».
Ver llorar a una persona nos conmueve, ver llorar a Jesús, el Hijo de Dios, nos desconcierta por su
profundísima humanidad: se ha hecho en todo semejante a cualquiera de nosotros y ama no sólo a
personas concretas, sino también a aquella ciudad, Jerusalén, cuyos dirigentes la van a llevar a la
destrucción y ruina total.
Carlos Latorre
Misionero Claretiano
Carlos Latorre, cmf