Ciclo C: XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario
Solemnidad. Jesucristo, Rey del Universo
Rosalino Dizon Reyes.
¿No ha elegido Dios a los pobres para hacerlos herederos del reino? (Stg 2, 5)
El letrero anuncia a Jesús el rey de los judíos. Pero los líderes y los soldados lo
desmienten. A ellos se une uno de los dos criminales. Solo el otro acierta. ¿Y
nosotros?
Un objeto inanimado proclama esta vez la realeza de Jesús. Antes no fue necesario
que gritaran las piedras, pues muchos le proclamaban rey davídico. Pero ahora el
pueblo solo mira, quizás amedrentado para que guarde silencio. Es peligroso decir
algo contrario a las opiniones de líderes poderosos bien capaces de lograr la pena
capital para un inocente.
Pero sin nada ya que perder, el otro malhechor acopia valor y abre la boca.
Reconoce rey al que menos parece serlo. Superando la desesperación, pone su
confianza en él.
No colabora con los que no le desean nada más que la perdición y quienes se
regodean en su papel en desenmascarar y crucificar a un supuesto farsante. No es
de los condenados que terminan portándose como sus condenadores.
Además, el creyente toma el letrero trilingüe por una invitación universal al reino
de Dios, mientras los burladores ven en todas partes acusaciones válidas o
autodeclaraciones sediciosas. De éstas se aprovechan para eliminar a quienes
consideran como rivales en la carrera hacia los más altos puestos y las mejores
promociones, o para justificar sus guerras culturales.
El ladrón arrepentido da a entender asimismo que nadie, aunque justamente
condenado, debe darse por perdido. Y está bien fundada tal esperanza: Dios
capacita para el reino de su Hijo incluso a los dominados por las tinieblas; quiere
reconciliarnos consigo por el Verbo hecho hueso nuestro y carne nuestra.
Por medio, sí, del que vino a dar su vida por todos recibimos la redención. Esto lo
creemos seguramente y lo proclamamos en la Eucaristía. Pero son los muy seguros
de sí mismos, su justicia y su autoridad, fijémonos, quienes niegan lo que atina a
afirmar de Jesús el criminal que reconoce su pecado y su impotencia. Nos conviene
preguntar si captamos el letrero.
¿Adoptamos la actitud de los pobres indefensos y sufridos, entre los cuales se
conserva la verdadera religión? ¿No imitamos a los que nos arrastran a las
inquisiciones, para los cuales no hay sinsabores y quienes sirven de líderes por
sórdida ganancia? ¿No conmemora nuestra vida más al tirano que ordenó
masacrar a niños inocentes que a María, llena de gracia, y a su vidente santa
Catalina Labouré?
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)