DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO (C)
Homilía del P. Joan M. Mayol, monje de Montserrat
17 de noviembre de 2013
Lc 21, 5-19
Cuando en el credo afirmamos que Jesús de nuevo vendrá con gloria para juzgar a
vivos y muertos, y su reino no tendrá fin , ponemos toda la historia humana bajo el
horizonte del amor redentor del Señor. Y lo hacemos como lo hicieron ya las primeras
comunidades cristianas en medio de las duras persecuciones y los sufrimientos,
haciendo suyas las palabras de Jesús tal como vemos reflejado hoy en el evangelio:
"Cuidado con que nadie os engañe, no os alarméis y confiad en mi”.
Estad alerta y os dejéis engañar por los profetas de calamidades, que en los
momentos de cambios profundos como los que vivimos, aferrándose a tradiciones
humanas o a intereses vergonzosos, dicen "Soy yo" falsamente sin llevar, como Jesús,
en el concreto de las dificultades de la vida la paz y la misericordia, la libertad y la
esperanza a los que más lo necesitan tanto en el cuerpo como en el espíritu.
El evangelista san Lucas nos habla de estar alerta y no dejarse engañar, y nos da
unas claves para afrontar los momentos difíciles que puede conllevar ser coherentes
con el Evangelio de Jesús: confiar en la acción del Espíritu en nuestra vida; no dejar
de amar, a pesar de las dificultades, como él nos ha amado. Dejando actuar el Espíritu
en nuestras obras, debemos ser capaces de convertir las crisis en creatividades
mejores, los enfrentamientos en diálogo, el dolor en consuelo, las carencias en
solidaridad, la oscuridad en esperanza, y para eso no basta poner un cirio y rezar de
rodillas, hay que poner el alma y la vida al estilo de Jesús en todo lo que hacemos
como individuos y como comunidad. Sólo así podremos experimentar lo que pedíamos
con fe al inicio de la misa: el gozo pleno y verdadero.
No os alarméis, confiad en mí. Jesús quiere para sus discípulos aquella confianza que
le han visto tener a él con el Padre, la serenidad de estar en la presencia de Dios
comprometido con su designio concreto de vida y de esperanza haciendo el bien y
anunciando el Reino. Cuando los fariseos en una ocasión advirtieron a Jesús que
Herodes lo quería matar, Jesús no se alarmó sino que siguió haciendo el camino que
tenía que hacer anunciando el Reino, obrando el bien, curando a los enfermos. Confiar
en Jesús como él confiaba en el Padre es la clave de la perseverancia ante las
dificultades por grandes que sean, y sólo así se gana la vida eterna: amando como
Jesús nos ha amado. Es así como ponemos toda nuestra historia bajo el horizonte del
amor redentor del Señor que nos abre siempre a la esperanza por medio de su
experiencia pascual.
Jesús es consciente de la realidad humana en la que el bien y el mal hasta el fin
estarán en tensión. La fuerza de su misterio pascual no aporta una solución mágica al
problema sino que funda el valor eterno de cada gesto de amor auténtico abriéndolo a
la esperanza cierta de la vida perdurable. La vida de Jesús muestra el camino que
lleva allí, el único camino en que el hombre no queda abrumado por la extrema
soledad de la muerte.
El mensaje de Jesús resucitado ante el sufrimiento y la finitud de la vida presente es
bien claro: " vivid amando con esperanza, sin cansarse nunca, y no lucharéis en vano”.
Vivid amando con esperanza, toda otra respuesta es liar más la madeja, como
decimos popularmente, todo es en vano cuando no es el amor el que lo inspira y lleva
a cabo. Vivid amando con esperanza porque la esperanza, como dicen un versos de
Espriu es la palabra más clara , una realidad de fuego que hay que hacer vida, porque
este fuego dice el poeta vence para siempre el invierno. Y esta esperanza, afirmamos
nosotros, tiene un nombre y un rostro: Jesús resucitado que vive y reina, amando, por
los siglos de los siglos. Amén.