EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
sabado 23 noviembre 2013
Sábado de la trigésima tercera semana del tiempo ordinario
Primer Libro de Macabeos 6,1-13.
Mientras tanto, el rey Antíoco recorría las provincias de la meseta. Allí se enteró de
que en Persia había una ciudad llamada Elimaida, célebre por sus riquezas, su plata
y su oro.
Ella tenía un templo muy rico, donde se guardaban armaduras de oro, corazas y
armas dejadas allí por Alejandro, hijo de Filipo y rey de Macedonia, el primero que
reinó sobre los griegos.
Antíoco se dirigió a esa ciudad para apoderarse de ella y saquearla, pero no lo
consiguió, porque los habitantes de la ciudad, al conocer sus planes,
le opusieron resistencia. El tuvo que huir y se retiró de allí muy amargado para
volver a Babilonia.
Cuando todavía estaba en Persia, le anunciaron que la expedición contra el país de
Judá había fracasado.
Le comunicaron que Lisias había ido al frente de un poderoso ejército, pero había
tenido que retroceder ante los judíos, y que estos habían acrecentado su poder,
gracias a las armas y al cuantioso botín tomado a los ejércitos vencidos.
Además, habían destruido la Abominación que él había erigido sobre el altar de
Jerusalén y habían rodeado el Santuario de altas murallas como antes, haciendo lo
mismo con Betsur, que era una de las ciudades del rey.
Al oír tales noticias, el rey quedó consternado, presa de una violenta agitación, y
cayó en cama enfermo de tristeza, porque las cosas no le habían salido como él
deseaba.
Así pasó muchos días, sin poder librarse de su melancolía, hasta que sintió que se
iba a morir.
Entonces hizo venir a todos sus amigos y les dijo: "No puedo conciliar el sueño y
me siento desfallecer.
Yo me pregunto cómo he llegado al estado de aflicción y de amargura en que ahora
me encuentro, yo que era generoso y amado mientras ejercía el poder.
Pero ahora caigo en la cuenta de los males que causé en Jerusalén, cuando robé los
objetos de plata y oro que había allí y mandé exterminar sin motivo a los
habitantes de Judá.
Reconozco que por eso me suceden todos estos males y muero de pesadumbre en
tierra extranjera".
Salmo 9(9A),2-3.4.6.16b.19.
Que mi alma alabe al Señor
y proclame todas sus maravillas...
En ti me alegraré y me regocijaré,
y cantaré a tu Nombre, oh Altísimo.
Porque mis enemigos retroceden,
tropiezan y perecen ante ti.
Has abatido a las naciones,
has hecho perecer a los malvados
y has borrado su nombre para siempre.
En la fosa que cavaron se han hundido los paganos
y su pie quedó atrapado en la trampa que escondieron.
Porque no será olvidado el pobre para siempre
ni será en vano la esperanza del humilde.
Evangelio según San Lucas 20,27-40.
Se le acercaron algunos saduceos, que niegan la resurrección,
y le dijeron: "Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin
tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda.
Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos.
El segundo
se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar
descendencia.
Finalmente, también murió la mujer.
Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron
por mujer?".
Jesús les respondió: "En este mundo los hombres y las mujeres se casan,
pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la
resurrección, no se casarán.
Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al
ser hijos de la resurrección.
Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la
zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de
Jacob.
Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para
él".
Tomando la palabra, algunos escribas le dijeron: "Maestro, has hablado bien".
Y ya no se atrevían a preguntarle nada.
Comentario del Evangelio por
San Ireneo de Lyon (c.130- c.208), obispo, teólogo y mártir
Contra las herejías, IV, 5,2
El Dios de los vivos
En su respuesta a los saduceos que negaban la resurrección y, a causa de ello,
despreciaban a Dios y ridiculizaban la Ley, Nuestro Señor y Maestro demostró a la
vez la resurrección e hizo conocer a Dios. En cuanto a la resurrección de los
muertos ¿no habéis leído la palabra de Dios que dice: -Yo soy el Dios de Abrahán,
de Isaac, de Jacob?- Y añadía: -No es un Dios de muertos sino de vivos, porque
todos viven gracias a él.- Con estas palabras se refirió claramente a aquel que
habló a Moisés en la zarza ardiendo y que se declaró el Dios de los padres, el Dios
de los vivos. ¿Quién es el Dios de los vivos sino el Dios viviente, fuera del cual no
hay otro? Este fue anunciado por el profeta Daniel cuando respondió a Ciro, rey de
los persas...:-No adoro ídolos hechos por mano de hombres sino al Dios vivo que
hizo el cielo y la tierra y que es Señor sobre todo lo que vive.- Y añadió: -Adoraré al
Señor Dios mío, porque es el Dios viviente.- (cf Dn 14,5.25).
Dios, a quien adoraron los profetas, el Dios vivo, es el Dios de los vivientes,
como su Verbo que habló a Moisés en la zarza ardiendo y quien refutó a los
saduceos y ha obrado la resurrección. Él es quien, a partir de la Ley, ha demostrado
a los ciegos estas dos cosas: la resurrección y el verdadero Dios. Si él no es el Dios
de los muertos sino de los que viven, y si se llama el Dios de los padres que
duermen el sueño de la muerte, sin duda alguna están vivos para Dios y no
muertos. “Son hijos de la resurrección.” Ahora bien, la resurrección es Nuestro
Señor en persona, como lo dice él mismo: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn
11,25) Y los padres son sus hijos, como lo dice el profeta: “En lugar de tus padres
tendrás hijos...” (Sal 44,17).
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”