XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Solemnidad. Jesucristo, Rey del Universo
Padre Emilio Betancur Múnera
DE DAVID A LA CRUZ.
David es reconocido rey por unción del Señor; los hombres sobre los que reinará no
son de su propiedad sino pueblo de Dios. Israel debe respetar la realeza porque
viene de Dios; pero los profetas le recordarán sus límites.
El fin de la realeza y el exilio prepararán los espíritus para otro rey espiritual, Jesús.
Él rechazará la dimensión política de su reinado, mucho mejor que David, reunirá
en paz las tribus rivales y extenderá sus brazos en la cruz para que sean reunidos
los hijos dispersos.
Este texto prepara el evangelio en el que el buen ladrón reconocerá a Jesús como el
verdadero rey.
GRACIAS POR LA CREACION Y POR LA IGLESIA.
Demos gracias a Dios porque Él es la fuente de donde nos viene todo.
Démosle gracias a Dios por la fe y el bautismo que nos permite hacer parte de la
herencia del pueblo santo. Él nos ha hecho entrar en el Reino de su Hijo amado.
“Este Hijo es el Hijo del Padre, imagen de Dios invisible, primogénito de toda
criatura y por medio de Él fueron creadas todas las cosas”.
Después de este himno a la primera creación, Pablo canta un himno a la segunda
creación que es la Iglesia.
Cristo es la cabeza del cuerpo que es la Iglesia; y de la cabeza parten todos los
impulsos y orientaciones; y cuando Cristo resucita se constituye en el primer nacido
de entre los muertos. Nosotros por el bautismo y la fe participamos de esta
victoria; siendo Él, el primero en todo.
Cristo derrama su sangre en la cruz a causa de todos los egoísmos del mundo, para
reconciliarnos; haciendo la paz por su sangre.
“DIOS REINA POR LA CRUZ”.
El letrero en escritura griega, latina y hebrea que había sobre la cruz de Jesús
muestra la realeza que celebramos hoy: Jesús es rey porque nos salva. Nos salva,
renunciando a salvarse a sí mismo porque podría descender de la cruz.
Esta salvaci￳n que nos incluye a todos, nos permite decir: “Jesús acuérdate de mí,
cuando llegues a tu Reino”. Y la fe nos permite advertir que desde hoy estamos en
su reino.
A lo largo de todo el año litúrgico hemos reflexionado y celebrado nuestra
experiencia humana a la luz del hombre-Jesús en quien creemos como hijo-de Dios.
Sus múltiples facetas de salvador, amigo, pobre, misericordioso; el culto, el dinero,
la familia, el sufrimiento y afectos, nos conciernen a nosotros como parte de
nuestra propia vida. Pero lo que más nos pertenece de Él es su muerte y
resurrecci￳n. Por eso San Pablo decía: “todo subsiste en Él”.
A la luz de la vida de Jesús un creyente toma conciencia del sentido de su vida. Por
eso su reinado no tiene nada que ver con el dominio de un jefe temporal “Mi reino
no es de este mundo” le dijo a Pilatos; este es un reino que está dentro del coraz￳n
del hombre: Dios ha querido conquistar el corazón del hombre por la humildad de
Jesús en la cruz.
El hombre para sentirse rey, necesita ser elevado, pero la paradoja de Jesús es que
es elevado en una cruz. ¿Cómo puede subsistir un reino desde la cruz? Porque es
un reinado que se ejerce desde el amor; y ese amor que se niega y otras veces se
ridiculiza, es lo único que subsiste en lo más profundo del hombre.
Si Jesús reina en el corazón del hombre reinará también en la sociedad.
Nuestra manera de vivir en la casa, en la empresa, el estudio, el campo o la ciudad,
es el momento y el lugar de dar testimonio de la presencia del Reino de Cristo,
desde la cruz.
Este es un reinado desde la cruz porque no se sirve de nosotros sino que nos sirve
y nos libera.
No somos dueños de este reino sino herederos, es decir, llamados a reinar con
Cristo. En la cruz estamos llamados a dominar todo aquello que nos esclaviza y
que, finalmente, nos conduce a la muerte. Entre lo que más nos domina está el
orgullo y el egoísmo. Jesús, en la cruz, los vence; y finalmente vence la muerte,
nuestro último enemigo, el último fruto de nuestro mal, como síntesis de todas
nuestras esclavitudes.
La cruz es el trono real al que estamos todos llamados a subir para reinar con Él y
vencer la muerte y todos los signos de la muerte que conviven con nosotros.
Lucas distingue entre los que estaban alrededor de Jesús en la cruz al pueblo de la
alianza que miraba y contemplaba la escena no eran simples curiosos “estaban de
pie contemplando”. Los magistrados o gobernantes entre los que habría mi embros
del sanedrín con su actitud hostil y burlesca, va acompañado de un desprecio sobre
la capacidad de salvarse a sí mismo como salvó a otros. La muerte de Jesús
termina con todas las seguridades de los judíos.
Los soldados pertenecen a la tropa romana al mando de un centurión; estos se
burlan como los magistrados.
En Lucas Jesús viene presentado como un salvador desde su nacimiento, esa es su
misión. La gente que está´ alrededor de Jesús está en una perspectiva diferente de
salvación a la que realiza Jesús en la cruz. Quienes vieron los milagros dicen que
baje de la cruz para que siga siendo Mesías.
Los soldados que seguramente eran guardia romana. Los soldados ofreciendo
vinagre como compasión aun moribundo sediento expresan así su crueldad y lo
llaman rey de los judíos de acuerdo a la acusación en el proceso romano, releyendo
otra dimensión religiosa de su identidad frente a la política. Para los extranjeros
Jesús no podía ser elegido de Dios; sino alguien quien revindica su autoridad contra
el dominio romano. Ahora la propuesta de salvarse asimismo es una verd adera
tentación. Si se hubiera bajado de la cruz hubiera tenido que escoger un
mesianismo diferente. Será porque no comprendemos aún el mesianismo de Jesús
por lo que nos dejamos envolver de tantos mesianismos distintos. Esta es la última
prueba para que Jesús asuma un mesianismo público y político diferente: “Quien
quiera salvar su propia vida la perderá pero quien quiere salvar su vida en nombre
mío (la cruz) la ganará. (Lc 9,24).
La segunda parte del relato presenta los dos malhechores que acompañan a Jesús.
Sólo Lucas presenta la diferencia entre ambos, como lo había hecho con Marta y
María, el rico y Lázaro, el fariseo y el publicano; ahora uno lo insulta pidiéndole que
gracias a su mesianismo no se salve solo asimismo sino también a ellos. Para el
segundo, en un verdadero proceso de conversión, el crucificado es el modelo del
pecador que se arrepiente y le recrimina indignado: “¿Ni siquiera temes tú a Dios
estando en el mismo suplicio?” Reconoce que Jesús es un crucificado sin culpa.
“Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos, pero éste ningún mal ha
hecho. Coincide con la declaraci￳n de Pilato “Nada ha hecho que merezca la
muerte”, es injusta la condena de Jesús. Al término de su vida le pide
personalmente a Jesús que “se acuerd e de él” No s￳lo confiesa su culpabilidad sino
que confiesa su fidelidad al Mesías. Si su deseo fue una salvación futura Jesús le
asegura una salvación inmediata; “Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”.
Desde el inicio Jesús dijo “Hoy os ha nacido un salvador”, y en la sinagoga de
Nazaret “hoy se ha cumplido esta Escritura”. La petici￳n a Jesús era estar en el
reino de David reconstruido. La respuesta de Jesús corrige la concepción judía de la
vida después de la muerte, el reino es hoy porque ya está realizado y la muerte de
Jesús marca el inicio de este hoy pascual, lo que Pablo sintetiza en: “Resucitados
con Cristo” (Rom 6,4-5).El paraíso no es el reino mesiánico esperado por los judíos
al final de los tiempos, La mejor comprensión es la que Pablo nos da en la carta a
los corintios: “sabemos que si esta tienda que es nuestra morada terrenal se
desmorona, tenemos un edificio que es de Dios: Una morada eterna en el cielo, no
hecha por mano humana… así pues siempre llenos de buen ánimo, sabiendo que
mientras habitamos en este cuerpo vivimos desterrados, lejos del señor, pues
caminamos en fe y no en visi￳n… estamos pues llenos de buen ánimo y preferimos
salir de este cuerpo para vivir con el Se￱or”(2 Cor 5,1.6-8). Y Jesús comparte con
él, el paraíso (término persa que significa jardín o recinto), en la versión de lo s
setenta indica el jardín del edén. Para Lucas el paraíso es el reino en el que se vive
en comunión plena con el Resucitado.
La salvación inaugurada por Jesús no consiste en bajarse de la cruz sino que se
realiza con el tiempo de la reconciliación. La muerte de Jesús es una victoria sobre
el pecado por esto no hay espacio para un grito de abandono. Jesús no muere
condenado sino ofreciendo el perdón sin límites para que no se retarde la salvación.