Comentario al evangelio del Lunes 25 de Noviembre del 2013
Lunes 25 de noviembre de 2013. Dn 1,1-6.8-20; Lc 21,1-4
Queridos hermanos:
Anthony de Mello cuenta la siguiente historieta: “Un vagabundo se presentó en el despacho de un
acaudalado hombre de negocios a pedir una limosna. El hombre llamó a su secretaria y le dijo: ¿Ve
usted a este pobre desgraciado? Fíjese como le asoman los dedos a través de sus horribles zapatos;
observe sus raídos pantalones y su andrajosa chaqueta. Estoy seguro de que no se ha afeitado ni se ha
duchado ni ha comido caliente en muchos días. Me parte el corazón ver a una persona en estas
condiciones, de manera que... ¡Haga que desaparezca inmediatamente de mi vista!
Había un hombre sin brazos y sin piernas mendigando en la acera. La primera vez que lo vi me
conmovió de tal modo que le di una limosna. La segunda vez le di algo menos. La tercera vez no tuve
contemplaciones y lo denuncié a la policía por mendigar en la vía pública y dar la lata”.
En la época de la crisis económica y el desempleo masivo, el encuentro frecuente con menesterosos
nos puede ir insensibilizando paulatinamente; lo que se hace costumbre deja de ser impactante. Por
otra parte, en los países del primer mundo nos hemos ido acostumbrando a que de esas cosas se
encarguen las diversas administraciones del Estado (“ya están los albergues del Ayuntamiento”); eso
no es malo, pero nos puede descargar la conciencia con demasiada facilidad. El Estado lo hace con
nuestros impuestos, que pagamos no de muy buena gana y, por supuesto, de manera impersonal e
insensible. El cumplimiento de las obligaciones fiscales no nos suele llevar a ninguna emoción
profunda, a ningún encuentro humano; no nos toca el corazón.
San Lucas pudiera ser designado como “el evangelista de la limosna”. Es el que más relevancia le da,
hasta tomarla como criterio de verdadera conversión; hace pocos días leíamos su historia de Zaqueo,
en la que subraya que ese recién convertido da la mitad de sus bienes a los pobres. Pero el evangelio
de hoy nos lleva más allá: la viejecita da todo, literalmente –dice el texto griego- “toda la vida que
tenía”. En esta página web hemos leído alguna vez una anécdota de la gigante Teresa de Calcuta; a
alguien que le preguntó cuánto hay que dar a los pobres, ella respondió sin apenas pensarlo: “hasta
donde duela”. Dar los “excedentes” es demasiado fácil. Algún Padre de la iglesia dijo que eso no es
“dar”, sino “devolver”.
Pero el dar limosna necesita su arte; existe un dar agresivo y humillante, un dar paternalista, desde
una actitud de superioridad; y existe un dar gozoso y creador de comunión, donde la dádiva va
acompañada de conversación, de interés por la situación de quien pide, por entrar en sus sentimientos.
Sal Vicente de Paul decía a Santa Luisa de Marillac y a su congregación de Hijas de la Caridad: “Sólo
por el amor que pongáis en ello os perdonarán los pobres el pan que les deis”.
Vuestro hermano en la fe
Severiano Blanco cmf
Severiano Blanco, cmf