Comentario al evangelio del Jueves 28 de Noviembre del 2013
Queridos hermanos:
Continuamos con el género apocalíptico de todos los días de esta semana, género aparentemente
truculento y aterrador. En nuestro lenguaje habitual designamos como apocalíptico lo terrible y
pavoroso; pero esto es un gran error. La palabra apocalipsis significa sencillamente revelación , y el
género apocalíptico revela el sentido y el desenlace de la historia, convirtiéndose en un género de
consolación. Este tipo de literatura se cultiva en Israel precisamente en épocas de gran tribulación, y el
apocalipsis del Nuevo Testamento surge también como respuesta a las persecuciones del imperio
romano que pretendían eliminan a los creyentes porque se negaban a practicar los cultos imperiales y
confesaban que sólo Jesús se merece el título de Rey, que es el Rey de Reyes y Señor de Señores (Ap
19,16).
Hoy los textos subrayan fundamentalmente el señorío de Dios sobre la historia y sobre la creación: la
guerra judeo-romana y los cataclismos cósmico-astrales no suceden al margen del plan divino. A pesar
de tanto desorden y confusión, el Hijo del Hombre está sobre la nube, lleno de poder y de gloria. Viene
como juez de la historia, pero como juez de misericordia, de modo que los creyentes se sienten libres
de toda opresión y pueden andar “con la cabeza alta”.
Para nosotros, el lenguaje apocalíptico tiene otras posibilidades de aprovechamiento. Los cataclismos
cósmicos y las tribulaciones bélicas son la metáfora del surgir de un cosmos nuevo y de una sociedad
diferente, de un nuevo nacimiento a gran escala. San Pablo daba por hecho que esto, en parte, ya había
sucedido en los creyentes, que el bautismo los había hecho pasar por un proceso de
muerte-resurrección, de modo que “el que está en Cristo es una criatura nueva; lo antiguo ha pasado,
todo es nuevo” (2Cor 5,17).
Desde la desmitologización de la biblia y su interpretación existencial, tan en boga hace pocas décadas
y, en algunos aspectos, nada despreciable, volvemos a creer y desear un “fin del mundo” para
nosotros: la superación de miserias, inautenticidades, tendencias pecaminosas… y el surgir de una
sensibilidad diferente y unos ojos nuevos para contemplar la historia, el mundo, los hermanos y a
nosotros mismos como nuevas criaturas.
Nos faltan sólo tres días para iniciar el Adviento, ese llamado “tiempo fuerte” de la liturgia, con su
reiterativa invitación a dejar que Dios nos haga nacer de nuevo. Sería un proceso semejante al de la
semilla que se descompone y brota lozana y pujante. Un gran poeta, contemplando a un sembrador,
experimentó en su interior ese deseo:
“Lento, el arado, paralelamente, / abría el haza oscura, y la sencilla /
mano abierta dejaba la semilla/ en su entraña partida honradamente. /
Pensé arrancarme el corazón, y echarlo, / pleno de su sentir alto y profundo, /
al ancho surco del terruño tierno;/
a ver si con romperlo y con sembrarlo, / la primavera le mostraba al mundo /
el árbol puro del amor eterno ” (J. Ramón Jiménez).
Vuestro hermano en la fe
Severiano Blanco cmf
Severiano Blanco, cmf