DOMINGO 34° del Tiempo Ordinario Ciclo C
JESUCRISTO REY
Lecturas bíblicas :
Segundo libro de Samuel 5, 1-3
Carta de san Pablo a los cristianos de Colosas 1, 12-20
Evangelio según san Lucas 23, 35-43
“Estar” con Jesús, en la cruz y en el Paraíso
Jesús colgado de la cruz.
Escribe san Lucas, el más sobrio de los relatores evangélicos de la Pasión y Muerte del Señor:
“El pueblo permanecía allí y miraba.” (Lc. 23, 35). A diferencia de Mateo y Marcos, que hablan de
“los que pasaban” (Mt. 27,39; Mc. 15, 29), Lucas parece destacar un cierto quedarse, fijarse,
arraigarse, permanecer allí , junto a la cruz, del pueblo; a la vez que el pueblo no se suma en Lucas
al coro de burladores. ¿Es la mirada de los que allí permanecían, junto a la cruz, una mirada
simplemente curiosa, demorada superficialmente por un entretenimiento o espectáculo o algo
más?
El evangelista había escrito un poco antes: “Le seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que
se dolían y se lamentaban por él” (Lc. 23, 27). Y después de la muerte de Jesús y de los signos que
la acompañaron escribe el mismo Lucas: “Y todas las gentes que habían acudido a aquel
espectáculo, al ver lo que pasaba , se volvieron golpeándose el pecho . Estaban a distancia, viendo
estas cosas , todos sus conocidos y las mujeres que le habían seguido desde Galilea.” (Lc. 23, 48-
49).
¿Cómo es hoy nuestra mirada, y contemplación del Señor crucificado? ¿Permaneciendo allí o
como de paso? ¿Pertenecemos al grupo de quienes regresaban golpeándose el pecho,
arrepentidos, o al de aquellos que siguen a Jesús hasta la cruz?
¿Qué fue lo que retuvo la mirada contemplativa de quienes permanecieron junto a la cruz? ¿Qué
vinieron a ver ese día en el Calvario? Seguramente no acudieron a contemplar la manifestación de
poder de un rey victorioso.
En todo caso, quienes se burlaban de Jesús, los jefes del pueblo, los soldados y uno de los
ladrones, esperaban ver sucumbir a un rey vencido . Por eso, los jefes del pueblo, fariseos y
escribas, lo desafían, lo retan, echándole en cara: “Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si
es el Mesías de Dios, el Elegido!” (Lc. 23, 35). Los soldados repetían una interpelación semejante:
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“Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!” (Lc. 23, 37). Y uno de los ladrones crucificados
junto a Él, también insultaba a Jesús diciéndole: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a
nosotros” (Lc. 23, 39). La misma inscripción que Pilato había hecho poner en la cruz: “Este es el rey
de los judíos” se unía al coro de voces, gestos y muecas burlonas que con ironía parecía decirle:
“﾿No afirmaste ser el Mesías? ¡Usa tu título y poder de rey Mesías para salvarte! Si no pruebas que
tienes poder liberándote de la cruz, entonces ¡Eres un fracaso!”. De haberse cumplido los
vaticinios de los incrédulos mofadores, dejaban el fracaso del Mesías Salvador expuesto delante
del pueblo que allí estaba como testigo, y su testimonio parece ser el sentido de su presencia, y de
su permanecer allí mirando , como anota san Lucas.
El Señor no responde a los insultos, calla ante quienes invocan su título de Mesías rey para que
usara su poder para su defensa. Calla ante quienes le llaman Mesías y rey ; pero dirige su palabra al
que le invoca llamándole “Jesús” , o sea Salvador . Calla el Señor ante quienes lo desafían diciéndole
“sálvate a ti mismo”; pero responde a quien le pide no que lo libere de la cruz sino la propia
salvación en Su reino. Al buen ladrón que le hace esta oración: “Jesús, acuérdate de mí cuando
vengas a establecer tu Reino”, le respondió Jesús: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el
Paraíso ”. Estas, las del buen ladrón, fueron las únicas palabras dichas a Jesús en la cruz que
obtuvieron una respuesta del Señor . Ninguna oración dirigida a Jesús puede quedar sin respuesta.
¡Oigan la oración del buen ladrón que como la ofrenda de la viuda pobre en el templo, de su
indigencia dio todo lo que tenía (Lc. 21, 1-4)! Jesús había dicho “ Pidan y se les dará, busquen y
encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que
llama, se le abre” (Lc. 11, 10). El buen ladrón pidió, buscó y llamó; y por eso recibió, encontró y
entró por la puerta abierta de la salvación. “Llamó una vez, buscó una vez, pidió una vez, se atrevió
a todo y lo halló todo” (Monseñor Fulton Sheen).
El buen ladrón había comprendido la verdadera naturaleza del reino que venía a instaurar Jesús . Él
es un rey que se despoja de poder para sufrir la Pasión y Muerte por la salvación de la humanidad.
¡He aquí el Rey pacificador colgando del madero de la cruz! La unción del rey David (en el Antiguo
Testamento: Segundo libro de Samuel 5, 1-3, primera lectura de la liturgia de hoy), que reúne en
su conducción a todo Israel, le había anticipado proféticamente. Jesús es un rey pacífico .
Si el relato de Lucas se asemeja a un proceso jurídico, donde los acusadores ya han dado su falso
testimonio y pretenden hacer quedar al Señor como un rey fracasado y un mentiroso, el alegato
de la defensa proclamando la inocencia de Jesús lo ha dado uno que había sido un delincuente y,
no obstante, dice la verdad: “él (Jesús) no ha hecho nada malo” (Lc. 23, 41).
¡Maravilloso este diálogo del buen ladrón recriminando al otro ladrón y confesándose ante Jesús
(sólo el evangelista san Lucas lo trae)! Estaba muriendo crucificado junto a Jesús porque por sus
delitos había merecido esa pena; era justa su condena. Y sin embargo, de su boca no salen injurias
contra Jesús sino el reconocimiento de su culpa y de la verdadera realeza de Jesús Salvador.
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“Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. ﾿”Estar con Jesús” no es acaso la esencia de la vida cristiana?
El “estar con Jesús” comienza en esta vida y se perpetúa y plenifica en la vida eterna. El buen
ladrón lo obtuvo ese día porque el reino de Jesús ya había sido inaugurado. Le respondió Jesús:
“Estas conmigo en la cruz. Estarás conmigo en el Paraíso”. Y así fue cómo uno que había sido
ladrón, y no un inocente, estuvo entre los primeros que entraron al Paraíso . “Porque el Hijo del
Hombre vino a buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc. 19, 1-10). Admiremos este reino de Jesús
en el que nos preceden los ladrones , los pecadores justificados . El buen ladrón es como aquel
publicano orante que volvió a su casa justificado (Lc. 17, 9-14).
El buen ladrón compartió con Jesús la misma pena , merecidamente los dos ladrones (Lc. 23, 40);
con Jesús el buen ladrón compartirá también el Paraíso . “Si ganamos el paraíso también nosotros,
seremos ladrones porque tendremos lo que no merecemos .” (Monseñor Fulton Sheen).
Maravillémonos por la misericordia tan grande que tiene Dios con nosotros.
¡He aquí la oveja perdida y encontrada por el pastor que guarda las otras 99 (Lc. 15, 1-7)! ¡He aquí
la dracma perdida y hallada por la mujer en su casa (Lc. 15, 8-10)! ¡He aquí el hijo muerto que ha
vuelto a la vida , perdido y encontrado por el Padre misericordioso (Lc. 15, 11-32)! ¡Vean en el buen
ladrón a Lázaro que encontrará su consuelo en el Paraíso (Lc. 16, 19-31)! ¿No comprendemos
todavía que el que se humilla será enaltecido ? El buen ladrón, supo enseguida que “hoy” estaría
con Jesús en el Paraíso, como Zaqueo que supo ese día en su casa, donde había recibido a Jesús,
que “hoy” le había llegado la salvación (Lc. 19, 1-10).
El buen ladrón creyó en el auténtico reino que Jesús ya había iniciado de esa manera tan poco
pomposa. Él creyó en ese rey coronado con una corona de espinas cuyo trono es el madero de la
cruz donde había sido colgado. En la cruz, Cristo mostró cuánta ama Dios a los hombres . Este es el
reino de Aquel que vino no para ser servido sino para servir . Él creyó en este rey cuyo poder es la
misericordia y el amor. Jesús, usó Su Poder no para librarse y bajar de la cruz, sino para abrirle la
puerta del Paraíso.
El buen ladrón ya no se separaría más de Jesús . Se lo había dicho Él mismo: “hoy estarás conmigo
en el Paraíso”. El buen ladrón permanecería en Jesús. Como nosotros, que queremos demorarnos
contemplando la cruz, estando con Jesús , y en cierta forma le decimos “no nos sueltes nunca” .
Como el pueblo: “El pueblo permanecía allí (junto a la cruz de Jesús) y miraba.” (Lc. 23, 35). Con
María, su Madre, que estaba junto a la cruz de Jesús (Jn. 19, 25).
Queremos demorarnos contemplando la cruz, para que, según el himno cristológico que nos
trasmite san Pablo en su carta a los Colosenses (1, 12-20, segunda lectura bíblica del día),
podamos “ participar de la herencia luminosa de los santos , porque él (el Padre) nos libró del poder
de las tinieblas y nos hizo entrar en el Reino de su Hijo muy querido, en quien tenemos la redención
y el perdón de los pecados ”, y reconocer la auténtica primacía en que consiste la realeza de Jesús :
“Él es la Imagen del Dios invisible , el Primogénito de toda la creación , porque en él fueron creadas
todas las cosas , tanto en el cielo como en la tierra, los seres visibles y los invisibles, Tronos,
Dominaciones, Principados y Potestades: todo fue creado por medio de él y para él. El existe antes
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que todas las cosas y todo subsiste en él . El es también la Cabeza del Cuerpo, es decir, de la Iglesia .
El es el Principio, el Primero que resucitó de entre los muertos , a fin de que él tuviera la primacía en
todo, porque Dios quiso que en él residiera toda la Plenitud. Por él quiso reconciliar consigo todo lo
que existe en la tierra y en el cielo, restableciendo la paz por la sangre de su cruz .”
Pbro. Hernán Quijano Guesalaga
Domingo 25 de noviembre de 2007
Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús y Capilla Policial San Sebastián, Paraná (Argentina)
Actualizada para el domingo 22 de noviembre de 2013
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