XXXIV Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Viernes
Lecturas bíblicas
a.- Dn. 7,2-14: Vi venir una especie de hombre sobre las nubes del cielo
b.- Lc. 21,29-33: Parábola de la higuera.
Este evangelio nos presenta la parábola de la higuera y la cercanía del reino de
Dios. El fin del mundo será precedido por signos como guerras, terremotos,
hambre, señales en el cielo, etc. Cuando venga esta crisis y aparezca el Hijo del
hombre todos podrán decir que el reino está cerca, todo podrá ver su llegada
definitiva. Cuando retoña la higuera es signo que el invierno ha pasado y se acerca
el verano, lo mismo sucederá con la llegada del Hijo del Hombre, la llegada
definitiva del reino de Dios y la liberación, plenitud de la vida cristiana, la redención
llevada a su consumación (cfr. 1 Cor.15,24-28). Otra higuera fue imagen de
caducidad, ésta fija la atención en sus retoños, es decir, la vida que se acerca
(cfr.Lc.13,6-9). Se trata de la caducidad y limitación del hombre y de la historia;
por una parte, está llamado a la plenitud, y por otra, limitado por la muerte. Puesto
en el misterio de Dios, plenitud de vida y amor, el creyente lleva en su vida la
semilla de lo eterno, por su bautismo, pero también, la caducidad de su condición
humana, la muerte y que espera su resurrección. Nos queda la muerte como límite
y la resurrección de Jesucristo como apertura a la trascendencia. La muerte de
Jesús y la del hombre termina como un fracaso, pero este misterio se puede
iluminar con el mensaje propio de la Pascua. Frente a los signos de muerte y
caducidad del hombre y la creación que vemos en nuestra sociedad, debemos mirar
a Jesús Crucificado y Resucitado. La imagen de la higuera le sirve a Jesús para
anunciar que la llegada del reino está llena de signos premonitorios, salvando que
otros pasajes evangélicos, nos señalan la presencia actual del reino en cada uno de
nosotros entendidos en el espacio que va de la predicación de Jesús y la
consumaci￳n de la historia (cfr.Lc.10,9;11,20;17,21; 19,11). “Yo os aseguro que no
pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán,
pero mis palabras no pasarán” (vv. 32-33; cfr.Sal.119,89; Is.40,8). Esta frase se
puede entender como el espacio que hay entre la subida de Jesús a la derecha del
Padre, la Ascensión, y su regreso al final de los tiempos, lo que no significa que
cada día que termina pueda estar abierto al final. Esta generación, el género
humano experimentará todo el plan divino de salvación, la redención, de ahí que las
palabras de Cristo más que fijarse fechas, miran al cumplimiento de sus
predicciones. El término esta generación es para recordarle su condición de
pecadora, mala, y que no se sostiene de pie delante del Juicio de Dios. La reflexión
escatológica es fuente de conversión y penitencia (cfr. Mc.8,38; Mt.11,29; 12,45;
12,39; 16,4; 17,17; Lc.9,41). ¿No se hace duro esperar con paciencia cuando dicha
espera no tiene fin? Contra todo ánimo de inseguridad, está la seguridad, certeza
de la promesa de Jesús. Mientras el universo perecerá, las palabras de Jesús
conservan su vigencia; se acercan los días finales, ellos iluminan nuestro caminar.
Jesús termina esta pasaje con una afirmación cristológica, su palabra se iguala a la
de Dios: los cielos y la tierra tendrán su fin, sus palabras permanecen para
siempre. Cuando somos testigos de tanto mal en el mundo, el cristiano debe
encender más la llama de la esperanza teologal, para esperar la consumación de la
historia. En todo tiempo el cristiano vive el misterio de Cristo, muerto y resucitado,
puesto que experimenta la muerte y la vida eterna acercándose a la plenitud que lo
invade desde lo interior.
Teresa de Jesús nos ense￱a a pedir que venga el reino de Dios: “Pues dice el buen
Jesús que digamos estas palabras en que pedimos que venga en nosotros un tal
reino: «Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino». Mas mirad, hijas,
qué sabiduría tan grande de nuestro Maestro. Considero yo aquí, y es bien que
entendamos, qué pedimos en este reino. Mas como vio Su Majestad que no
podíamos santificar ni alabar ni engrandecer ni glorificar este nombre santo del
Padre Eterno conforme a lo poquito que podemos nosotros de manera que se
hiciese como es razón si no nos proveía Su Majestad con darnos acá su reino, y así
lo puso el buen Jesús lo uno cabe lo otro.” (CV 30,4).