Ciclo C: XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario
Solemnidad. Jesucristo, Rey del Universo
Mario Yépez, C.M.
El poder del perdón
Este pasaje del segundo libro de Israel se circunscribe en el contexto de la sucesión
al trono a la muerte de Saúl sobre Israel. David, se había encumbrado con la tribu
de Judá como líder absoluto de sus victorias, pero aún no había podido alcanzar la
unidad de gobierno en relación a las demás tribus. El autor de estos escritos de
Samuel, defiende el rechazo de Dios a la dinastía de Saúl y le elección de David
como el rey que unificaría las tribus nuevamente. Hebrón se convierte en el punto
de encuentro evocando a Abraham, el padre del pueblo de Israel, donde se logre tal
unificación. De esta forma y apoyándose en promesas que van surgiendo para
sustentar el afianzamiento de la figura de David, y al morir el último posible
heredero de la casa de Saúl, se establece el pacto con las demás tribus, con lo cual
David asume el liderazgo de la monarquía unificada con lo cual sólo le quedaba
conquistar Jerusalén, donde establecería su residencia real. Es indudable que la
figura de David como rey se cimenta en una promesa divina: es Dios quien ha
elegido a David desde una familia sencilla y relacionada vivamente con su trabajo
de peque￱o, la de pastor. Así, el verbo “pastorear” se empieza a utilizar no s￳lo
para hablar de un trabajo común sino también en relación a la gran misión de
gobernar, pero no desde una concepción despótica sino justamente desde la
perspectiva del pastor que vela y cuida a sus ovejas.
Es probable que la tradición paulina en esta carta haya recogido un himno cristiano
primitivo y haya servido de encabezado a esta exhortación a los colosenes. Por el
tono y la temática expuesta, se nota la insistencia por hacer prevalecer la autoridad
del “Hijo amado” del “Padre” sobre cualquier otro elemento de la creaci￳n que
puede ostentar cierta reverencia por pate de los paganos especialmente los que
viven en Colosas. Al no nombrar a Cristo o Jesús, también supone una
reivindicaci￳n de la condici￳n suprema del “Hijo de Dios” por quien fueron hechas
todas las cosas. Obviamente, estamos en los primeros intentos de afirmación sobre
la naturaleza humana y divina del Hijo de Dios y cómo esta debe ser entendida bien
en relación a todas las creencias paganas de poderes y dominaciones más allá del
ámbito humano. También podemos encontrar el fundamento de la Iglesia en Cristo
ya que con su resurrección abrió el acceso a la redención del género humano que
confiesa la verdad de la salvación obrada por el Hijo de Dios sellada con la sangre
del crucificado. Este sacrificio no fue en vano, pues buscó reconciliar todas las cosas
en él, restableciendo la armonía de la creación deteriorada por el pecado. Esto
último, es lo que resulta más contradictorio, puesto que es por la sangre derramada
del Hijo cómo se obtiene la vida en plenitud para los hijos de Dios (Iglesia). Desde
el misterio del poder de la muerte, se encamina la esperanza del misterio de la vida
y la redención. Lo que parece débil resulta ser fuerte, y en esto se entiende el
poder de Dios que ha sido capaz de revelarse en la humildad de la humana
condición.
El misterio de la salvación de Cristo en el terrible cuadro de la crucifixión es sin
duda el punto más controversial de la fe cristiana. Para los primeros judíos
convertidos a la fe cristiana esto representaba un dilema difícil de aceptar. Lucas se
preocupa de presentar a Jesús con el rostro del perdón y la misericordia a lo largo
de su evangelio y esto llega a su plenitud en el momento de la cruz. Dos veces se
repite la tentación de la salvación a Jesús mediante la decisión portentosa de obrar
con poder para su beneficio. Se unen los dos títulos reales para Jesús: El Cristo de
Dios y el rey de los judíos. Toda la síntesis de la esperanza de Israel parece que se
ha diluido en uno más de los que pudieron ser pero no fueron. Lucas se encarga de
desestimar tales opiniones y recurre a mostrar el poder del perdón como vehículo
de reconocimiento del Hijo de Dios. El diálogo de los crucificados con él refuerza
esta perspectiva: el poder del rey de los judíos, del Cristo, no se descubre en el
signo portentoso de una salvación espectacular sino en la promesa de un perdón
que muchas veces no se merece, pero siempre está allí.
Parece que hoy en día poder y misericordia no combinan. Pero para Dios su poder y
autoridad solo pueden entenderse desde el perdón. Nosotros hemos sido creados a
imagen y semejanza de Dios y podemos ser capaces de conjugar ambas realidades,
pero como vemos el poder solo hace daño y destruye las personas. Buscamos lo
espectacular de la fe cuando el Señor se ha revelado en el abrazo misericordioso
del Padre que es capaz de ofrecer su perdón a quienes no lo merecemos, pero que
una vez comprendido el misterio de la cruz, podemos abrir nuestro corazón al
arrepentimiento sincero que nos lleva a la promesa del paraíso, es decir, al
restablecimiento de la armonía de la creación. Por esto, tiene sentido el énfasis de
una realeza
desde el “pastoreo”, desde la preocupaci￳n por que las ovejas se salven del peligro
de su perdición. El poder de Dios se ha manifestado en la sangre del crucificado,
ante el desprecio de quienes solo buscan a un Dios majestuoso y espectacular y no
son capaces de encontrar en la faz de un moribundo el verdadero rostro de la
salvación. ¿Quieres subir hacia la montaña de la salvación? Pues sube y contempla
al rey de la vida en Cristo el crucificado, el único capaz de ofrecerte salvación
mediante su perdón.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)