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Domingo 1A Adviento
“Estén siempre preparados, porque a la hora que menos piensan,
viene el Hijo del Hombre” (Mt 24, 37-44)
(Diálogo sobre el Evangelio de hoy: Estar en vela
¿Cómo fue la gran inundación?
“Los vecinos de Noé comían, bebían, se casaban…”, sin pensar para nada en que su
fin se acercaba. Le llevaría a Noé mucho tiempo construir y aprovisionar el arca. Le verían
trabajar, y le habrían preguntado sobre ello. Ciertamente, él les diría que se arrepintieran de
sus pecados, para que ellos, también, fueran salvados. Sin embargo, no le hicieron caso, y
pensaban que Noé era un fanático religioso.
Y cuando las aguas empezaron a subir, los vecinos se sorprendieron y comenzaron a
preocuparse. Al ver que el agua se acercaba a sus casas, se pusieron más ansiosos. Al ver que
el agua continuaba subiendo, empezaron a tener miedo. Al ver que el agua se llevaba todo, se
pusieron histéricos. Cuando se espabilaron lo suficiente para hacer algo, era demasiado
tarde. La hora de preparación ya había pasado. El diluvio arrasó con todo.
¿Qué otra comparación pone Jesús?
Describe a la gente llevando una vida ‘normal’ en el campo, en el molino… No hay
ninguna indicación de que hoy será diferente al de ayer o al día anterior. La vida sigue. Pero
de pronto uno muere y el vecino sobrevive. La venida de la muerte será rápida y sorpresiva.
Esas dos situaciones, descritas por Jesús, eran muy parecidas a las de hoy. Hay
quienes avisan de esa posibilidad (de emergencia), pero pocos los toman en serio. Jesús
concluye: “ Así será también con la venida del Hijo del hombre ”. Se encontrarán sin preparar.
Jesús en este evangelio habla de su futura venida. ¿Pero no vino ya en
Belén?
Jesús viene a nosotros en muchas formas:
Viene en Navidad, viene cada día cuando escuchamos su Palabra en el Evangelio,
cuando lo recibimos en la comunión, cuando viene en la persona de un amigo que te ayuda,
de un necesitado que me necesita…
Pero hay otras venidas imprevistas en momentos de tensión, de persecución, de
enfermedad, a la hora de la muerte, al final del mundo…
Hay algo en lo que no queremos ni pensar: cómo moriremos.
La muerte nos puede venir de repente o poco a poco.
Puede ser un accidente de carro, de bus, un terremoto. No estás seguro en ningún sitio,
ni en las Torres Gemelas. Sin embargo, hasta la gente que tiene trabajos peligrosos
(bomberos, policías, soldados) encuentra difícil imaginarse su propia muerte.
También puede ser que muramos poco a poco de alguna enfermedad o de viejos; en
este caso, tendremos la oportunidad de prepararnos espiritualmente mejor.
A la hora que menos lo pienses, vendrá el Hijo del Hombre, te encontrarás con Él.
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Cada domingo, en el Credo, lo recordamos: " Y de nuevo vendrá con gloria a
juzgar "…
Y hoy, en Adviento, hacemos un paréntesis para reflexionar también en esta venida
del Señor en su parusía (o presencia) del último día.
¿Todo será negativo al fin del mundo?
Abundan en la Biblia imágenes positivas que expresan que todo lo bueno del mundo
conocido quedará y será transformado en “ el cielo nuevo y la tierra nueva donde habitará la
justicia” (2 Pedro 13). Son innumerables los textos proféticos que describen el futuro con
símbolos de alegría y de fiesta. (Isaías 60, 1-22; 62 1-12; Amós 9, 11-15; Miqueas 4, 1-5;
Sofonías 3, 14-20; Apocalipsis 21, 1-8; 22, 1-21).
El fin del mundo fue también comparado en la Biblia a un parto . Para que un nuevo
ser nazca son necesarios tiempo, amor, paciencia, esperanza, y en el momento decisivo, en las
horas finales, se necesita esfuerzo y paciencia para los dolores tremendos.
Según S. Pablo, en este parto ya ha asomado el niño, ya ha nacido la cabeza del
hombre nuevo, que es Jesús. La humanidad, que es el cuerpo, nacerá tras él (Efesios 1, 22; 1
Corintios 12, 12 y 27). Ése es nuestro deber: ayudar a ese nacimiento.
¿Qué debemos hacer? ¿Cómo podemos estar listos?
Una clara respuesta de Jesús se encuentra más adelante en este evangelio, en el Juicio
Final. Allí, cuando Jesús dice que actividades como dar de comer a los pobres, dar de beber a
los sedientos, dar la bienvenida a un desconocido, vestir a los desnudos, y visitar a los
prisioneros serán, como si las hubiéramos hecho por Cristo mismo (Mt 25:31-46).
Entonces, más nos vale estar listos. Y así podemos dejar el resto en manos de Cristo.
La persona que vive en constante compañía con Jesús no será amenazada por su
repentina aparición de Jesús. En cambio, la venida de Jesús será una ocasión para alegrarse,
muy parecida a lo que sentimos cuando vemos a un ser querido después de mucho tiempo sin
verle – o como la alegría que siente una persona perdida al ver que alguien viene a rescatarle.
¿Cómo debemos esperar al Señor?
<Cuando un amigo tiene que hacer un regalo o tomar una decisión en nombre de otro,
piensa: ¿qué le gusta, qué haría él? Intenta ponerse en su lugar, meterse en su piel para
acertar. Esto supone vivir una relación de intimidad, confianza y amor.> Es lo que se llama
‘empatía’.
S. Pablo nos aconseja: " Revístanse del Señor Jesús ", es decir, pongámonos en su
lugar: ¿Qué haría Jesús en esta ocasión? Así mejoraremos nuestro estilo de vida de una forma
determinada y concreta. Y no puedo acertar si no tengo una relación de confianza y de amor
con Él.
Revestirse del Señor Jesús es soñar con el profeta Isaías en una vida en la cima de la
montaña donde el Reino de Dios es luz, paz y justicia .
Revestirse del traje de Jesús es tener el deseo y el sueño de vivir para la justicia y el
amor y que ese sueño nos posea y nos impulse a luchar contra toda injusticia y todo odio.
El vestido de Jesús viene en una sola talla para todos. Y no tiene precio, es un regalo
de Dios. Pero hay que llevarlo con dignidad. Hay que llevarlo en la lucha por la justicia.
Hay que vigilar para no perderlo. Hay que amarlo hasta dar la vida por él.