MISA DOMINICAL…
PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO
(Ciclo A)
Dentro de unos minutos en la Basílica de San Pedro su Santidad el
Papa Juan Pablo II celebrará la Santa Misa con ocasión del inicio al tercer
año de preparación para el gran jubileo del año 2000. Durante esta
celebración tendrá lugar la lectura de la Bula de indicción del Jubileo…
“Toda la vida cristiana –escribe el Papa en la Tertio Millennio Adveniente–
es como una gran peregrinación hacia la casa del Padre, del cual se
descubre cada día su amor incondicional por toda criatura humana, y en
particular por el hijo pr￳digo… En este tercer a￱o el sentido del ‘camino
hacia el Padre’ deberá llevar a todos a emprender, en la adhesi￳n a Cristo
redentor del hombre, un camino de auténtica conversi￳n… Es este el
contexto adecuado para el redescubrimiento y la intensa celebración del
sacramento de la penitencia en su sentido más profundo…Será, por tanto,
oportuno, especialmente en este año resaltar la virtud teologal de la
caridad, recordando la sintética y plena afirmación de la primera carta de
S. Juan: Dios es amor…”
El tiempo de Adviento, que hoy se inicia, tiene una doble índole: es el
tiempo de preparación para las solemnidades de Navidad, en las que se
conmemora la primera venida del Hijo de Dios a los hombres, y es a la vez
el tiempo en el que por este recuerdo se dirigen las mentes hacia la
expectación por la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos…
Lo acabamos de escuchar en el Evangelio: “Velad, pues, porque no
sabéis cuándo llegará vuestro Se￱or…” . Esta necesidad de vigilancia nos la
presenta hoy el Señor con este ejemplo del dueño de la casa. La noche es
la hora propicia para el robo. Las casas palestinas estaban hechas, sobre
todo en su techumbre, de argamasa de barro con ramajes, y las paredes
laterales no raramente eran de adobes. De ahí la descripción del ladrón
que horada la casa para entrar. Por eso, si el dueño de la casa supiese a la
hora en que iba a haber un robo en su hogar, vigilaría y no dejaría que
perforasen su casa para entrar a robar.
Cómo nos enseñan los santos a permanecer en vela, a vivir con la
seguridad de Dios, a esperar el encuentro definitivo con el Maestro, a su
hora, a la hora de Dios.
El 2 de diciembre de 1552, San Francisco Javier, el apóstol de Asia,
dentro de una cabaña, en la isla de Sanchón, delante de China (donde él
quería llegar) agota los últimos momentos de su vida. Podía parecer que la
única compañía que tenía era su crucifijo y un chino al que había
convertido y que tenía que hacerle de intérprete. Pero se descubrió que
colgado del cuello llevaba un pequeño estuche: dentro había una reliquia
del apóstol Tomás, la fórmula de su profesión a la vida religiosa y las
firmas de sus amigos que había ido cortando de sus cartas. No estaban
lejos. Los llevaba en su corazón. Sin embargo, aparentemente, qué muerte
tan fracasada: unas pocas conversiones, muchos bautizados, pero tan sólo
unas conversiones de adultos… Casi como la del Calvario… Con qué
realismo lo narra el gran José María Pemán:
“…Postrado a tus pies benditos
aquí estoy, Dios de bondades
entre estas dos soledades
del mar y el cielo infinitos.
Con sal en la borda escritos
fracasos de su poder,
vencida de tanto hacer
frente al mar y el oleaje,
ya va a rendir su viaje
la barquilla de Javier…”
Fracaso tan sólo aparente. La hora de Dios. En 1853 -¡tres siglos
después!– el primer vicario apostólico del Japón descubrirá al llegar a
Nagasaki un grupo de cristianos clandestinos, descendientes de los
antiguos que durante siglos se habían trasmitido la fe de familia en familia,
que la habían recibido de San Francisco Javier… Así es la obra de Dios:
fracasos para los hombres, conversiones y santidad para Dios.
En la medida en que el hombre es pecador, amenaza y amenazará el
peligro de guerra hasta el retorno de Cristo; pero en la medida en que los
hombres, unidos por la caridad, triunfen del pecado, pueden también
reportar la victoria sobre la violencia hasta que se realice la hermosa
profecía que hemos escuchado en la primera lectura: “De las espadas
forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo
contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. El Señor será el árbitro de
las naciones” . 1 Será el Príncipe de la Paz.
Con el gozo del salmo – “¡Qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del
Señor!” – que le pidamos a Dios, con la oración colecta de este domingo, que avive
en nosotros esos deseos de salir al encuentro de Cristo, que viene, que viene para
nosotros –decía la oración– acompañados por las buenas obras; para así alcanzar
un día la posesión del reino eterno. Que así lo alcancemos de la mano de María, la
Virgen expectante.
1 Isaías 2,4. GS 78
Padre Jorge López Teulón