I Domingo de Adviento, Ciclo A
Estar en “vigilia (Mt 24, 37-44)
Comenzamos hoy una nueva etapa en nuestro caminar, un nuevo año litúrgico, con
el Tiempo del ADVIENTO (o tiempo de la “venida” del Se￱or)… ¡Este es el tiempo de
la esperanza! Estar atentos a la dulce expectativa de quien espera la llegada
imprevista del ser amado, aquél que llega para colmar nuestros deseos más
profundos, aquél de quien nuestra vida necesita.
¡Despertemos! “¡Velen!”, “¡Estén despiertos!” (Mt 24,42), es la nota aguda del
anuncio de Jesús en el evangelio de hoy, que es la actitud que hemos de tener ante
la venida gloriosa de Jesús al fin del mundo , que es la última de sus cuatro
venidas, pero también puede referirse a su venida al fin de la vida de cada uno.
La primera fue su nacimiento en Belén , donde comenzó la redención de la
humanidad, con la que nos ha hecho posible el camino hacia la eternidad gloriosa.
Las otras dos venidas de Jesús resucitado marcan nuestra existencia: su venida
diaria a nuestra vida , si lo acogemos: “Estoy con ustedes todos los días hasta el
fin del mundo” (Mt 28, 20); y su venida final de nuestra existencia terrena :
“Voy a prepararles un puesto… y vendré a buscarlos para que donde yo estoy,
estén también ustedes (Jn 14, 2-3) .
En realidad, hoy el sentido profundo del Adviento consiste en centrar nuestro
gozoso esfuerzo en acoger a Cristo resucitado en su continua venida a nuestra vida
de cada día, para que él nos acoja en su venida al final de los tiempos.
Invitemos en serio a Jesús para que venga: “¡Ven, Señor Jesús”!, pues Él nos invita
a acogerlo: “Estoy a la puerta llamando: quien me abra, me tendrá consigo a la
mesa” (Apoc 3, 20) . “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, que
yo lo aliviaré” (Mt 11, 28-30) . Se trata de una venida y un encuentro mutuo.
Jesús compara a los hombres de su tiempo – y los de hoy- a los paisanos de Noé,
que pasaron de improviso de la seguridad y del disfrute pervertido a la destrucción
total. La vigilia que nos corresponde es una vigilia llena de esperanza, no de
temores y angustias, no de desesperación y desconcierto; sino la vigilia de la
laboriosidad como Noé en su tiempo; la vigilia de la fortaleza de ánimo en medio de
las dificultades del mundo. El verdadero peligro no se encuentra en las dificultades
y tentaciones de este mundo, sino en el vivir como si el Señor no hubiese de venir,
como si la eternidad fuese un sueño, una quimera.
Es necesario vivir en vigilancia y en preparación permanente para lograr, con la
muerte y la resurrección, el éxito de la vida terrena: alcanzar la vida eterna. Por
eso la “vigilancia” está estrechamente conectada con el “estar preparados”. Quien
está preparado vive en paz con Dios, con todos y consigo mismo, con la lámpara de
la fe encendida durante la noche. ¿Cuál es el acontecimiento para el cual hay que
prepararse? El acontecimiento que no nos debe encontrar impreparados es el
retorno de Cristo.
Hay que decidirse en serio a llevar una vida coherente como hijos de Dios, en
medio de la superficialidad y perversidad de la sociedad de hoy, que imita a la
insensata generación del diluvio. ¿En qué consiste esa preparación? Las Lecturas
de este Primer Domingo del Año Litúrgico nos lo indican: “Caminemos en la luz del
Señor”, nos dice el Profeta Isaías. “Desechemos las obras de las tinieblas y
revistámonos con las armas de la luz… Nada de borracheras, lujurias, desenfrenos;
nada de pleitos y envidias. Revístanse más bien de nuestro Señor Jesucristo”, nos
dice San Pablo en su Carta a los Romanos (Rm. 13, 11-14)
Y el evangelio del “Velad, estad preparados”, con el cual hoy le damos apertura al
ADVIENTO, nos da la ocasión para que, frente a los diversos modos de la venida del
Señor, nos tomemos una pausa de reflexión y nos preguntemos qué estamos
haciendo con nuestra vida. La conciencia de nuestra fragilidad nos llevará a abrirle
el corazón a Aquel que vino al mundo, asumiendo la carne humana, por nuestra
salvaci￳n; Aquel a quien el evangelio de Mateo nos presenta diciendo: “Le pondrás
por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (1,21). Acudamos
pues al trono de la gracia en el sacramento de la Penitencia y de la Eucaristía.
Vivamos en la luz, armémonos de las armas de la luz.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)