XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Solemnidad. Jesucristo, Rey del Universo
Rey del Amor Resucitado
La gente estaba allí mirando; los jefes, por su parte, se burlaban de él diciendo: "Si
salvó a otros, que se salve a sí mismo, ya que es el Mesías de Dios, el Elegido".
También los soldados se burlaban de él. Le ofrecieron vinagre diciendo: "Si tú eres
el rey de los judíos, sálvate a ti mismo". Porque había sobre la cruz un letrero que
decía: "Este es el rey de los judíos". Uno de los malhechores que estaban
crucificados con Jesús, lo insultaba: "¿No eres tú el Mesías? ¡Sálvate a ti mismo y
también a nosotros". Pero el otro lo reprendió diciendo: "¿No temes a Dios tú, que
estás en el mismo suplicio? Nosotros lo hemos merecido y pagamos por lo que
hemos hecho, pero éste no ha hecho nada malo". Y añadió: "Jesús, acuérdate de
mí cuando entres en tu Reino". Jesús le respondió: "En verdad te digo que hoy
mismo estarás conmigo en el paraíso". Lucas 23, 35-43
Cristo inauguró su reino glorioso desde la cruz ignominiosa y victoriosa a la vez. De
la derrota en la cruz pasó a la victoria de la resurrección como Rey glorioso y
eterno.
Él se había negado a ser proclamado rey durante su vida pública. Pero se dejó
aclamar rey en el camino hacia Jerusalén para ser crucificado. Se proclamó rey ante
Pilatos, que lo entregó a sus acusadores diciendo: “Aquí tienen a su rey”, y mandó
poner en la cruz el letrero: “Jesús nazareno, rey de los judíos”. Ya no había peligro
de ser proclamado rey temporal, al estilo de David o Salomón, como deseaban
incluso sus discípulos.
Jesús rechazó el reino temporal porque su “reino no es de este mundo”, aunque
empieza en este mundo, como él mismo afirma: “El reino de Dios está entre
ustedes”. Su reino no es triunfalista, sino que está marcado por los misterios
insondables del amor de Dios manifestado en la cruz y en la resurrección.
El inocente Rey del universo es canjeado por un criminal y condenado a muerte
entre malhechores. Pero en su agonía, ora por quienes lo asesinan: “Padre,
perdónales, porque no saben lo que hacen”, y promete el paraíso a un ladrón
agonizando a su lado: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. ¡Admirable perdón!
La cruz no es una fatalidad para Jesús, sino un momento de su camino hacia la
resurrección y hacia el reino eterno; momento de supremo abandono y entrega en
que triunfa como rey heroico sobre el pecado y la muerte.
Ante la provocación burlona de quienes lo condenan: “Si eres el Mesías, sálvate a ti
mismo como salvaste a otros”, Jesús responde con el silencio a los hombres y con
una súplica al Padre que lo salva: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Y
el Padre lo salva, no bajándolo vivo de la cruz, sino levantándolo resucitado del
sepulcro.
Nosotros, como Jesús pedía en el Huerto, también desearíamos alcanzar la
resurrección sin pasar por la cruz. Pero como Jesús tenemos que decir: “No se haga
mi voluntad, sino la tuya”. Ahí está la clave del éxito final y total de nuestra
existencia.
Está inaugurado ya el cielo nuevo y la tierra nueva, donde nos espera el Rey del
universo y de la historia, Rey nuestro, que nos dice: “Al vencedor lo sentaré en mi
trono, junto a mí; lo mismo que yo, cuando vencí, me senté en el trono de mi
Padre, junto a Él” (Apoc 3, 21).
Padre Jesús Álvarez, ssp