El camino del Adviento
Padre José María Vegas cmf
Anticipándose al final y al principio del año civil, el año litúrgico concluye un ciclo y
abre otro nuevo. Nuestros años solares, organizados en torno a la muerte y el
nacimiento del sol, han recibido el sello del cristianismo que afirma que la
verdadera luz que da la vida a los hombres es Jesucristo, el Logos de Dios hecho
carne y nacido en Belén. Pero la gran fiesta del nacimiento de Cristo no es un
acontecimiento cósmico que se nos impone con la inevitabilidad necesaria de todo
lo natural, sino un acontecimiento histórico, humano, que Dios propone en diálogo,
y por ello requiere de una adecuada preparación. De ahí que el año litúrgico se
adelante en casi un mes a la fiesta de la venida del Hijo de Dios al mundo, y se
inaugure con este tiempo previo, llamado precisamente Adviento. Una de las
palabras clave de este tiempo es “¡preparad el camino al Señor!” El Señor está en
camino. Y nosotros, impacientes por su venida, nos ponemos también en camino
para salir a su encuentro: es el Adviento, que recorremos en cuatro etapas, cada
una de las semanas que conforman este tiempo litúrgico.
Es un tiempo marcado por la esperanza, esa dimensión humana, tan
profundamente enraizada en el corazón humano, por la que nos orientamos al
futuro y, desde él, anticipándolo, damos sentido al presente y tratamos de superar
las limitaciones del mismo. La encíclica de Benedicto XVI, Spe salvi, está dedicada
precisamente a este tema. Es un texto breve pero de gran densidad, en el que
reflexiona sobre la esperanza como disposición humana y sobre su contenido
cristiano. La esperanza cristiana, nos dice, no es un mero anhelo, un deseo o una
proyección subjetiva del futuro, tampoco se reduce a una mera promesa, sino que
tiene su fundamento en una realidad ya presente y operante en esta vida, que nos
ayuda a soportar y superar las dificultades, contrariedades y sufrimientos
presentes. Es decir, nos ayuda a vivir ya ahora esos “bienes prometidos”, porque
Dios mismo en Cristo se ha hecho presente en nuestra historia. En Él podemos
pregustar la vida eterna, que no es simplemente una sucesión temporal indefinida y
sin término, sino la vida plena, la plenitud de la vida, que en ciertos momentos de
nuestra existencia podemos intuir y que nada, excepto Dios, su amor y la comunión
plena que genera con los demás puede proporcionarnos.
Antes de reflexionar sobre el primer domingo de Adviento repasemos brevemente
las cuatro etapas que nos aprestamos a recorrer.
Primer domingo: la Segunda venida de Cristo. Enlaza con la reflexión de las
dos últimas semanas del final del año litúrgico. Para activar nuestra
preparación a la Navidad, la liturgia y la Palabra de Dios nos recuerdan que
no se trata aquí de un mero recuerdo de algo que sucedió hace poco más de
2000 años y que nosotros nos limitamos a conmemorar. De hecho, todo
cristiano se encuentra en situación de espera y esperanza, pues Cristo ha de
venir de nuevo. Por eso, también nosotros hemos de estar real,
existencialmente en vela. De ahí que la llamada de este domingo y esta
primera semana sea “¡Velad!”.
Segundo domingo: el ciclo de Juan el Bautista. La actitud propia del profeta
consiste en velar y en descubrir los signos que nos anuncian la venida del
Señor y nos avisan de su presencia ya cercana. Juan Bautista el Precursor
llena por ello la segunda semana de Adviento. Él nos exhorta a velar, nos
dice en qué consiste esta actitud, nos enseña a discernir los signos que
revelan la próxima venida.
Tercer domingo: el tono principal de este domingo es la alegría. Por ello se
llama este domingo de Adviento Gaudete!, ¡alegraos! Es el paso del
Precursor al Hijo, del que anuncia las promesas a Aquel que las cumple, de
Juan a Jesús.
Cuarto domingo: anticipado por la solemnidad de la Inmaculada Concepción,
se abre el ciclo de María y su mundo. Dios viene, pero lo hace como hombre,
asumiendo la carne (la historia, la cultura) humana, no puede venir sin la
cooperación humana, y esto requiere que el hombre le abra sus puertas.
María representa la aceptación de la venida del Hijo de Dios en carne mortal
por parte del hombre, el sí del ser humano a Dios y la disposición a cooperar.