Solemnidad. La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María (8 de
Diciembre)
Pautas para la homilía
¡Mantengamos viva la esperanza!
Mientras contemplamos la belleza de la Virgen Inmaculada y alabamos a Dios por la
excelsa misión a ella confiada en la vida de Cristo y en la Iglesia, nace en nuestras
mentes y corazones una gran esperanza: Dios está cerca, Dios nunca abandona al
hombre y nosotros podemos seguir confiando en Dios y enfrentarnos a las diversas
dificultades en medio a las cuales nos encontramos. Son muchos los fundamentos
de nuestra esperanza.
La primera Lectura , del libro del Génesis, relata la historia del pecado original,
una de las mayores contribuciones de la fe católica a la cultura humana. La ruptura
de relaciones entre el hombre y Dios, la lucha interior entre el bien y el mal, y los
enfrentamientos familiares, sociales y políticos tienen la explicación en este
acontecimiento nefasto, que pesa sobre la especie humana.
El hombre tiene miedo a Dios; no se fía de Dios. Los hombres seguimos
echándonos la culpa los unos a los otros y pensamos que los conflictos se
solucionan declarando la guerra. Las consecuencias del pecado original son
devastadoras. Todos nacemos con el pecado original. Todos hemos nacido
deteriorados, aunque no incapacitados para el bien.
La gracia redentora de Cristo, que llega a nosotros mediante la Palabra y los
Sacramentos, restaura nuestra relación con Dios en la confianza, restablece las
relaciones interpersonales en el amor de benevolencia, que perdona y hace el bien,
y crea puentes de entendimiento en la sociedad en vistas a la paz, pues estamos de
paso para la vida eterna.
La segunda Lectura, de la Carta de San Pablo a los Romanos, nos presenta la
Escritura como fuente de viva esperanza, gracias a la instrucción y, sobre todo, al
consuelo y perseverancia, que nos regala la Palabra de Dios en medio de una
sociedad hostil, que busca el interés individual, olvidando los derechos de los
demás.
Sabemos que Dios es fiel y cumple sus promesas dadas a los Padres. Tengamos
nosotros los mismos sentimientos de Cristo, para acogernos unos a otros,
sembrando la confianza en Dios especialmente en los más necesitados. De este
modo, también los gentiles proclamarán las misericordias de Dios, cuando a través
nuestro conozcan y amen a Dios.
El Evangelio de San Lucas es la historia de la anunciación a la Virgen María, la llena
de gracia. En este cuadro se entrecruza el cielo y la tierra; se revela el plan de Dios
para salvar a la humanidad en la intimidad de una familia, sencilla en lo social y
grandiosa en lo sobrenatural. El arcángel San Gabriel anuncia a María la elección
divina sobre ella, quien acepta: He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu
palabra.
El adviento de María, esperando el nacimiento de su Hijo, es para nosotros escuela
donde aprendemos a disponer nuestro espíritu y nuestro cuerpo a la venida del
Salvador; escuela donde contemplamos la belleza de María, proclamando las
maravillas que Dios ha hecho en ella; escuela donde aprendemos a respetar la
figura de la esposa, de la madre, de la mujer en el matrimonio, en la familia, en la
vida.
Hoy muchos hombres y mujeres, incluso a veces cristianos y católicos, pasan por
las tinieblas y la confusión, consecuencia de tantos pecados personales y sociales,
por ejemplo, quienes no santifican el domingo y quienes no respetan la vida del
niño no nacido. Que la Virgen Inmaculada, gracias a tantas vigilias de oración como
se han vivido en esta última noche, despierte las conciencias, ilumine las mentes,
enfervorice los corazones para que sean muchos los que vuelvan su mirada a la
Virgen María y vuelvan a caminar con aquella primera ilusión, de cuando se dieron
cuenta que no estaban solos, que el cielo los acompaña y que son herederos de una
misión: transmitir la fe a la propia generación, para poder descansar en paz con los
antepasados.
Señor, tú que viniste a este mundo tenebroso para redimirnos de nuestros pecados,
haz que ahora te acojamos en nuestros corazones recibiendo santamente la
Eucaristía, para que de este modo nos preparemos para recibirte cuando vuelvas
glorioso para juzgarnos, mostrando tu misericordia y tu justicia.
En este día grande, de la fiesta de la Inmaculada, confiemos a la Virgen nuestras
vidas, nuestras comunidades, familias y amistades.
Fr. Pedro Fernández Rodríguez
Convento Santa María Maggiore (Roma)
Con permiso de: dominicos.org