Solemnidad. La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María (8 de
Diciembre).
LA INMACULADA 2013
Padre Pedrojosé Ynaraja
La Santa Madre Iglesia, tiene sus normas de celebración litúrgica, que casi nunca
resultan conflictivas o que sí lo son, nunca llega la sangre al río, con motivo de las
disputas entre los especialistas más especializados, que deben ponerse de acuerdo.
Resulta que este domingo es el segundo en la vereda que conduce a la Navidad,
pero también que este año cae en 8 de diciembre, celebración de María
Inmaculada. Esta fiesta es de gran tradición en España. Desde pequeño sé que los
que aquí vivimos, tenemos el privilegio de que los ornamentos litúrgicos sean de
color azul, cosa baladí ahora, importante en otros tiempos (vosotros, mis queridos
jóvenes lectores, escogéis el color y formas de vuestras prendas, de acuerdo con
vuestros gustos y caprichos, tal vez también influidos por pasajeras modas. Se
puede acudir actualmente a un acto de postín sin corbata o calzados con sandalias,
falda o pantalón vosotras, cubierta la cabeza o con pelo a la vista y longitud al
gusto, sin que nadie os critique por ello).
Los protocolos de antes, fijaban los detalles de presentación y ellos mismos
indicaban el significado del encuentro o la importancia que la persona tenía en la
convivencia, el anfitrión de una manera, los amigos de otra, los familiares de mayor
edad la suya apropiada. Además del color de la casulla y otras galas, añádase, en
este caso, que por la calle, en el arco de piedra de las puertas exteriores que se
apoyaba en las paredes de los domicilios, se grababa frecuentemente, la expresión
“Ave María purísima” que todavía lo conservan muchos hoy en día. No puedo
olvidar tampoco, que en la ciudad de Roma, este día, la tradición conserva la
costumbre de que, muy de mañana, los bomberos de la urbe, acudan a la imagen
erigida sobre una columna de 12 metros y cuelguen de su brazo, con su larga
escalera, una guirnalda de flores. Más tarde, hacia las cuatro de la tarde, acude el
Papa, reza y deposita flores blancas. Detalle que imitan muchos fieles cristianos.
Todo ello ocurre en la preciosa Plaza de España, al pie de la escalinata que
desciende de la iglesia de La Trinitá dei Monti. Es un lugar que, pese a carecer de
importancia arqueológica, me resulta muy simpático y casi siempre visito cuando
voy a la capital de la Cristiandad.
Para los que en vuestra localidad celebraréis litúrgicamente el segundo domingo de
Adviento, os recomiendo que os fijéis en la descripción que hace de Juan el Bautista
el texto. Al referirse a su indumentaria, nos dice que era de áspero tejido de pelo
de camello, imaginad una arpillera así sobre vuestra piel, sujeta con un sencillo
cinturón. Su alimentación era austera. A los saltamontes, en aquella época, los
beduinos los tostaban y guardaban salados, para comerlos oportunamente.
Diversas culturas actuales también los consumen. Os he de confío que en uno de
mis viajes, y por aquellos parajes, vi un ejemplar de unos 15 cm. Según dicen es
un manjar fácil de conseguir y de excelentes propiedades nutritivas. Su otro
elemento nutritivo era la miel. Hasta hace poco tiempo, se decía que el Israel
bíblico no conocía otra que la de los enjambres abrigados en grietas de las rocas o
en tejados. No hace mucho, por la baja Galilea, se han encontrado restos de
colmenas, fabricadas con arcilla. De todos modos, conseguir miel no era cosa difícil.
Vestido y alimentación eran, pues, sobrios. Una tal frugalidad, le permitían ser apto
para la misión que a él, el Altísimo, le tenía encomendada.
Juan era un personaje público, que gozó en aquel tiempo de más fama que el
Maestro. No ignoraba que lo que decía, los mítines que protagonizaba, no dejaban
indiferente a nadie. A diferencia de muchos políticos y vendedores de mercancías,
la sinceridad era su norma. Su lenguaje, se diría hoy que no era “políticamente
correcto”. Pese a ello, tuvo la valentía de mantenerlo, hasta llegar incluso al insulto.
Lo de “raza de víboras” os sonará a música celestial, mis queridos jóvenes lectores,
pero en aquel tiempo, llamar así a los notables, sonaba a grave injuria. Si tal era el
comportamiento, decirlo no era más que denunciar verdades.
Se arriesgó, fiel a la vocación a la que se sentía llamado, pese a que se exponía,
como ocurrió, a la ira del reyezuelo que gozaba del mando, carente de autoridad,
como tantos que lo único que gozan es de ordenar y prohibir, para satisfacer su
vanidad. Aprovecho la ocasión para recordaros que el Papa Francisco lo ha
expresado muy bien llamándoles trepas. Me temo que vosotros los que seáis
urbanitas, no entenderéis la finura e ironía del epíteto. Os recomiendo que hagáis
una pausa y os preguntéis si es este vuestro proceder.